Domingo, 20 de febrero de 2011 | Hoy
LITERATURA › HERNAN VANOLI HABLA DE SU NOVELA PINAMAR, PUBLICADA POR INTERZONA
A través de los diarios de dos hermanos, el escritor y sociólogo explora en su novela la crisis del 2001. “Me interesa pensar el presente como una consecuencia de aquel momento, porque hay cuestiones que se arrastran desde entonces”, asegura.
Por Silvina Friera
“¿Dónde van a parar nuestros pensamientos más románticos? Es una pregunta que no pude dejar de hacerme a lo largo de todos estos años.” El interrogante lo anota Stany en su diario, ahora que ha regresado al país después de una “vacación involuntaria” en México. Intuye que su hermano menor, Lucio, está vivo; su desaparición misteriosa, cree, no es más que un montaje. Conserva el diario personal que Lucio empezó a garabatear en el verano de la crisis –en el 2002–, cuando el padre decidió que la familia tenía que pasar las vacaciones en un lugar “horrendo” de la costa atlántica, emblema de una clase social a la que pertenece, y que odia con todas las fuerzas de sus tripas. “La alta burguesía argentina es la categoría social más patética e ignorante, más traicionera y peronista que uno se pueda imaginar, un rejunte de brutos que viven de sus apellidos”, escupe este joven de sintaxis atormentada que se desgarra en cada línea que escribe. No le temblará el pulso a la hora de despotricar contra todos. La escritura le permite canalizar su rabia y surfear la ferocidad del hundimiento. El testimonio de Lucio, de una gran crispación, semblantea una época. En Pinamar (Interzona), Hernán Vanoli mezcla los diarios de estos hermanos para desmenuzar, desde un registro hiperrealista, el impacto que tuvo el quiebre histórico del 2001.
El peronismo en el gobierno, en la policía, en la clase media, hasta en los talleres literarios: Lucio está obsesionado con el peronismo. Una sonrisa enigmática baila por los labios de Vanoli. El escritor y sociólogo, autor de Varadero y Habana Maravillosa, cuenta a Página/12 que siempre está tratando de bucear por las aguas del peronismo. “Cada vez que planteo una hipótesis, el peronismo parece subvertirla. Como caso político no entra cómodamente en la matriz de los populismos ni en ningún lado; entonces uno está todo el tiempo interrogándose sobre el fenómeno. Mi idea era desarrollar la atracción y repulsión que genera el peronismo en la novela; trabajar en ese claroscuro, no para definir ontológicamente el peronismo, sino más bien para pensarlo desde la forma de sus manifestaciones.”
–A la crisis de 2001 se la siente lejana en el tiempo, especialmente cuando se piensa en el desencanto feroz de hace diez años. ¿Fue su intención acercar y alejar esa época?
–Sí, totalmente. La idea era trabajar una serie de lugares comunes exacerbándolos; pero no hay que olvidar que es una lectura posterior de esa época. En ese momento nunca podría haber sido escrita una novela como ésta porque todo estaba demasiado en el aire. Me interesa pensar el presente como una consecuencia de 2001, porque en general se trata de establecer un corte: estuvimos hechos pelota y hoy estamos resurgiendo. Si bien es cierto que estamos mucho mejor, hay cuestiones que se vienen arrastrando desde 2001. El ciclo de Kirchner hubiera sido imposible sin 2001; fue la manera en la que se procesó socialmente ese momento. Hubo cosas de la crisis que ahora resultan graciosas.
–¿Cuáles?
–En esa época militaba en una agrupación chiquita de la facultad de Sociales, íbamos al Bajo Flores, hacíamos apoyo escolar. A veces nos encontrábamos en Parque Centenario, donde estaba Jorge Lanata comandando una gran asamblea barrial. En su momento trataba de participar con mucho desconcierto y expectativa. Pero las cosas que se planteaban sonaban bastante ridículas; era imposible que a través de esas asambleas se generara algún tipo de organización social en la clase media. Los movimientos sociales venían con otro armado, con otras ideas; en cambio la gente que iba a Parque Centenario en gran parte lo hacía por esa cosa espectacular de que estuviera Lanata, que en ese momento era el periodista “progre”. Para mí eran medio dantescas las escenas de las asambleas de Parque Centenario.
–El tono rabioso de Lucio recuerda al protagonista de El asco, de Horacio Castellanos Moya. ¿Hubo un intento de emular ese estilo?
–Yo leí El asco, me reí mucho y me dejó con muchas preguntas. En mi caso, tengo un personaje, Stany, que viene de afuera a hablar mal de su país. Me preguntaba cómo se puede hablar mal de la Argentina sin hablar mal del peronismo. Acá hay un hecho singular que es el peronismo y si uno va a criticar la historia política de un país, como lo hace el narrador de la novela de Castellanos Moya, te pone en un brete. No es tan fácil hacer eso. El desafío era intentar hacerlo acá. A veces la escritura que quiere ser más reflexiva e introspectiva en realidad no termina abriendo ninguna pregunta. Cuando hay una intervención más fuerte, exagerada, genera una especie de “¿qué está diciendo este tipo?”, “¿quién es?”, “¿qué me pasó a mí en ese momento?”, “¿cómo leemos el 2001 desde ahora?”, “¿qué pasa con el racismo?”, “¿qué pasa con la fracción social a la que pertenece el personaje?”, “¿cómo hacemos para vivir juntos sin matarnos?” Me interesa pensar la literatura no solamente como un goce estético o un pasatiempo –que también lo es y se disfruta, y no digo que esté mal eso–, sino como un combo que ayuda a reflexionar sobre las relaciones entre ciudadanía, estética y política.
–Hacia el final de la novela se aleja del registro hiperrealista. ¿Cómo explica ese cambio?
–Es cierto, el final es más alegórico. Trato de estar pegado al humor social y político que percibo, pero siento que el ciclo político actual tiene una ambivalencia muy fuerte que no la podía resolver en la escritura. Como escribí Pinamar muy pegada a los acontecimientos –el ritmo de la política argentina es muy rápido y pasan cosas inesperadas y hay una excepcionalidad permanente–, me parecía que no podía mantener el tono en este proceso histórico. Tal vez la hubiera podido cerrar dentro de cuatro años, pero cerrarla en un registro hiperrealista era no tener en cuenta ciertas potencialidades del presente con las cuales me interesa dialogar. Más que intervenir, quería que la novela se colocara en tensión con la historia reciente. Por eso preferí un final más ambivalente.
–Entre las potencialidades con las cuales le interesa dialogar, ¿qué puede plantear respecto de la ciudadanía pos 2001 y la de este presente?
–Hay una ciudadanía bastante diferente ahora; en 2001 se quemó el fusible de la creencia en la representación política, algo que se está refundando de a poco. A mí me interesan las formas menos representativas de la política, pero veo que hay una generación más joven que está militando. La verdad que me saco el sombrero, porque está tratando de hacer cosas nuevas con un montón de problemas y estructuras muchas veces viejas. Hay una energía de cambio social a partir de la participación y el compromiso. La militancia para mí es importante, aunque hay momentos reactivos en los que me pongo un poco escéptico y tengo mis críticas para hacer. Pero lo que más me une con todo esto que está pasando es una cuestión generacional. Hay un desafío muy fuerte en reformular o generar nuevas instituciones, nuevos canales de participación, nuevas relaciones entre los partidos, las personas, las actividades. Veo mucha energía y me pone muy contento el contexto general.
–¿Cree que hay una estética kirchnerista?
–¿Estética kirchnerista? Es difícil... (piensa). El kirchnerismo es un movimiento con mucha fuerza política, pero que se hace pocas preguntas estéticas. No sé si hay una estética kirchnerista; verlo a Néstor disfrazado de El Eternauta no me parece una estética. Es un intento de modernización que está bueno como intento, pero no creo que sea del todo acertado. Sin duda que en la blogosfera hay una renovación, pero también a veces encuentro elementos bastante conservadores. No sé si veo una estética kirchnerista... o quizás la estética que veo no me seduce del todo. Me seduce el kirchnerismo pero no su estética. Me parece que falta modernización y reflexión sobre algunos temas. El kirchnerismo fue el mejor gobierno del que participé como ciudadano. Los avances en materia económica y en derechos humanos son innegables. Hay que ser muy necio para discutir eso, ¿no?
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