Domingo, 20 de febrero de 2011 | Hoy
TEATRO › OPINION
Por Juan Carlos Gené
Hace ya tiempo me pregunto, haciendo ucronía, ese ejercicio en el que uno se pregunta cómo hubiera sido la historia si no hubiera sido como fue, cómo hubiese evolucionado la dramaturgia argentina desde 1950 en adelante, si un par de años antes de esa exacta mitad del siglo XX, no se hubiese estrenado en Buenos Aires El puente, de Carlos Gorostiza. Se dice que la historia genera los líderes que sus necesidades van creando y, por lo tanto, que los hombres providenciales no existen. Y si bien esto le otorgaría a la señora historia una racionalidad que no creo tenga, no tengo yo, tampoco, particular simpatía por esa clase de hombres. En cuanto a nuestro querido Carlos, creo se indignaría si uno lo incluyese entre ellos. De lo cual voy a cuidarme muy bien. Porque la historia fue como fue y no de otra manera: El puente, de Gorostiza, abrió la puerta a toda la dramaturgia que le siguió. Esa mirada nueva sobre la clase media argentina, esa realidad reconocible y esa sencillez de exposición, iniciaron una etapa creativa, en nuestro teatro, que tuvo el peso dialéctico de tesis generadora, a su vez y a través de los años, no sólo de todas las antítesis y las síntesis resultantes de esas confrontaciones, sino de generar lenguajes teatrales, formas de interpretación actoral y de pensar la puesta en escena.
Es la fuente, de alguna manera, de todo el teatro argentino de la segunda mitad del siglo XX y lo que va del siguiente. Porque como toda renovación auténtica, se enraiza en una tradición. El dramaturgo a quien ya tres generaciones de escribidores teatrales les debemos haber encontrado la puerta abierta, el decano de los nuestros vuelve este año, con dos obras. Conozco Vuelo a Capistrano y reconozco en ella no sólo la maestría de su autor, sino la síntesis de su sabiduría, acumulada en mucho más de medio siglo de elaboración dramática desde la escritura y la dirección de las más variadas dramaturgias del mundo. También a quien supo estar al frente de experiencias colectivas tan necesarias como difíciles de concebir, como es el caso de la aventura memorable de Teatro Abierto. Porque Vuelo a Capistrano tiene la virtud de recordarnos que somos la especie humana y que, como tales, nos queda aún algo por hacer... La dupla Gorostiza-Alezzo acumula creatividad y saberes de manera óptima. Agustín Alezzo ha sido el director indispensable de incontables puestas en escena, pero es, como se sabe, un maestro formador de cantidad mucho más incalculable de actores y directores. Creo que personaliza la más noble tradición de nuestro teatro; porque transmite no sólo técnicas con enorme solvencia, sino sentidos, precisamente eso que no se puede transmitir expresamente y por oralidad: el cuerpo, la geografía del yo, lo emite como una radiación y cuando toca geografías sensibles, convence y hasta contagia.
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