Miércoles, 7 de septiembre de 2011 | Hoy
TEATRO › JUAN CARLOS GENé ANALIZA SU PUESTA DEL CLáSICO DE WILLIAM SHAKESPEARE
“Al ser una especie de medida de lo teatral podrían formarse actores, escenógrafos, vestuaristas e iluminadores a través de su estudio”, argumenta Gené, quien fiel a su estilo trabaja constantemente en una miríada de proyectos.
Por Cecilia Hopkins
El primer “gesto teatral” que Juan Carlos Gené recuerda fue imitar a su maestro de primer grado, el hermano Narciso. Hacia la misma época, quien sería a la vez actor, dramaturgo, pedagogo y director debutó en un espectáculo que tuvo lugar en el patio de su casa natal, en Córdoba y Billinghurst, dirigido por Alonso, el mucamo de la casa (ver aparte). Pero su primer estreno “oficial” sucedió en 1951, a los 20 años, cuando estudiaba teatro con Roberto Durán. Desde entonces, Gené no dejó de trabajar. Sin embargo, en la entrevista con Página/12 aclara: “El teatro irrumpió en mi adolescencia, pero tardé 17 años en vivir de mi trabajo”.
Autor de nueve piezas teatrales y un sinnúmero de adaptaciones para cine y televisión tanto en el país como en el exterior, el último trabajo autoral de Gené fue El sueño y la vigilia, dirigido e interpretado por él mismo, junto a Verónica Oddó. Como actor, su último trabajo lo realizó en 2010 en Minetti, de Thomas Bernhard, dirigido por Carlos Ianni. Como director acaba de estrenar Hamlet, de William Shakespeare, en el Teatro Presidente Alvear. El elenco está integrado por Mike Amigorena (en el rol protagónico), Horacio Peña, Edgard Nutkiewicz, Eduardo Bertoglio, María Celeste Gerez, Luisa Kuliok, Luciano Linardi, José Mehrez, Esmeralda Mitre, Camilo Parodi, Milagros Plaza Díaz y Néstor Sánchez. El diseño de la escenografía pertenece a Carlos Di Pasquo; la iluminación, a Miguel Morales; el vestuario, a Marcelo Salvioli y la música original es obra de Luis María Serra.
Fue también en 1951 que Gené recuerda haber visto el Hamlet que trajo a Buenos Aires la compañía de Madeleine Renaud y Jean-Louis Barrault: “Siempre tuve especial veneración por ese texto”, admite el director, quien también participó en la versión que dirigió David Stivel para televisión, en 1964, en el rol de Polonio. “Siempre tuve a Hamlet como medida universal de lo teatral, porque es un personaje muy misterioso: no se sabe si es un príncipe quien lo representa o un actor, un ‘viejo camarada’ de la troupe que visita al palacio. Su estructura es estupenda. Reflexioné mucho sobre esta obra y mantuve una fraternidad secreta con ese ser maldito y peligroso, lleno de contradicciones inentendibles”, subraya. La pieza de Shakespeare, además, le brindó motivos para dictar seminarios: “Hamlet podría ser un sistema de formación total”, asegura Gené. “Al ser una especie de medida de lo teatral podrían formarse actores, escenógrafos, vestuaristas, iluminadores a través de su estudio: una suerte de Sistema Hamlet”, concluye.
Escrita por William Shakespeare entre 1598 y 1602, Hamlet continúa inspirando versiones. En lo que va del año, además de la puesta de Gené, se estrenaron (y algunas siguen en cartel) seis montajes diferentes referidos al clásico shakespeareano: Hamlet x Hamlet, de Marcelo Savignone; Hamlet, la metamorfosis, de Carlos Rivas; Hamlet, el Señor de los cielos, de Rubén Pires; Shakespeare was Hamlet, de Agustín Busefi, Hamlet 11, de Ricardo Salim, y Preámbulo para Hamlet, de Mario Jurado. Educado en un medio intelectual, lejos de la corte, Hamlet intenta modificar una situación viciada de anormalidades. Su padre acaba de morir y su madre, de casarse con su tío. A poco de su llegada, el espectro del padre se le aparece para pedir que vengue su muerte a manos de su hermano. Entonces, Hamlet recurre al rito teatral para desenmascarar al asesino y llegar a la verdad y, de este modo, habilitar la ejecución de un ajuste de cuentas a su medida. Así encuentra un modo de justificar moralmente que la venganza es un proyecto justo y necesario.
–Usted interpretó el personaje de Polonio, viejo dignatario de la corte danesa, a los 35 años. ¿No se sentía muy joven para el rol?
–Siempre fui un actor característico, tal vez por mi tendencia al exceso de peso o por no estar dotado para galán. No lo sé. Pero a mí me categorizaron de “característico” ya a los 18 años. Bueno, a esa edad no, porque todavía no había comenzado a interesarme en el teatro.
–¿Cuándo ocurrió eso?
–A los 20, cuando empecé a estudiar con Roberto Durán, mi maestro. Bajo su dirección, en 1951 estrené en el Teatro Comedia, hoy desaparecido, una pantomima de Pablo Palant que se llamó Unos heredan y otros no. Y a esa edad, yo hacía el papel del señor que había dejado una gran fortuna.
–¿Ese fue su debut?
–En realidad, el primer espectáculo en el que participé –tendría unos 5 años y sólo recuerdo el miedo que tenía– fue en mi casa. Lo dirigió Alonso, el mucamo. El recitaba un poema gauchesco detrás de una sábana, sobre un duelo que se interpretaba en forma de pantomima por delante.
–¿Siempre sintió predilección por Hamlet, entre otras obras de Shakespeare?
–Siempre tuve particular veneración por ese texto, una vinculación especial. Como si tuviese un hermano desgraciado con quien no podía comunicarme, por el misterio que lo envuelve. El teatro nos permite amar a personajes de los cuales uno nunca sería amigo. Hamlet es imposible de comprender. Todo el mundo termina despidiéndolo como a un dulce príncipe, a pesar de haberse convertido en un asesino múltiple.
–¿Qué representa para usted?
–Es el retrato del hombre moderno que ha perdido el sentido de la existencia. Si la obra se refiere al derrumbe del mundo medieval, hoy podemos ver que la modernidad también se derrumbó tras la posmodernidad.
–¿Fue una obra que siempre quiso hacer?
–No. Nunca quise montarla. Era una especie de aventura que me causaba estupor, que excedía mis posibilidades de producción. ¿Para qué pensar en lo que no se puede realizar?
–¿Y entonces?
–Hace dos años me convocaron de una empresa (Fénix Entertainment) que quería hacerla en el Teatro Apolo. Yo, que sentía que ya había hecho todo, me negué. Era como enfrentarme con el Minotauro y fue una responsabilidad que quise eludir.
–¿Y cómo lo convencieron?
–Puse muchas condiciones y todas me fueron aceptadas. Era mi destino hacerla.
–¿Cuál es su opinión acerca del sistema de coproducciones que implementa el Complejo Teatral con empresas privadas?
–Nunca tuve una posición dogmática sobre este tema. Si no, me hubiese negado a hacer esta obra. Yo siempre pensé que era preferible que el teatro oficial prescindiera de empresas privadas. Pero eventualmente, si esto ocurre, no me resulta un escándalo, no me parece tan censurable.
–En el ámbito del teatro independiente nadie lo aprueba.
–Criticar de esa forma es atacar el síntoma y no la enfermedad.
–¿A qué se refiere?
–A la política del Gobierno de la Ciudad, responsable de la baja del presupuesto para la cultura. Y no me refiero a este gobierno; esto sucede desde hace mucho tiempo.
–¿Cuánto tiempo?
–Cuando yo fui director del Teatro San Martín, bajo el intendente Domínguez, durante la presidencia de Menem, la quita del presupuesto fue permanente.
–Suele decirse que no existe una política cultural...
–No es cierto que no hay una política cultural: el Estado invierte sumas enormes, pero en otras cuestiones. Si los teatros oficiales tuvieran el apoyo que deberían recibir, no habría necesidad de recurrir a empresas privadas.
–¿Qué hay de usted en este Hamlet?
–En un trabajo tan intrincado y complejo es muy difícil determinar qué es del actor y qué del director. Yo creo en los actores. Como director creo el clima de trabajo para que esa máquina creativa se ponga en marcha con fluidez, para conseguir la unificación de la totalidad.
–¿Cómo caracteriza al Hamlet que interpreta Amigorena?
–Su Hamlet es como él, muy particular. Me siento feliz cuando los actores me sorprenden y hacen algo que yo no tenía previsto. Me conmueve haber hecho un espectáculo popular.
–Al protagónico, en especial, se lo siente frío y distante...
–Yo no lo veo así, sino como a un ser perdido en la confusión de cómo interpretar lo que le pasa. La obra comienza con la aparición de un muerto que revela que fue asesinado por su hermano. A partir de ahí hay algo en la conducta de Hamlet que no tiene asidero en el mundo real. ¿Quién puede soportar haber alternado con un muerto que regresa? Hamlet acepta el desafío y promete la venganza. Pero se ve frente a un peligro con el que no quiere comprometerse. Porque no sabe qué hacer con él.
–¿Por qué decidió que parte del vestuario estaría inspirado en la moda de comienzos del siglo XX?
–La corte de alcahuetes y asesinos del palacio me dictó la necesidad de vestirlos como a los personajes de Magritte, con sus abrigos negros y sus galeritas. Creo que en ese anacronismo hay una fantasmagoría interior personal que tiene que ver con la época del Círculo de Viena: la sensación del fin del mundo al compás de los valses de Strauss.
* Hamlet, de William Shakespeare, Teatro Presidente Alvear (Corrientes 1659) de miércoles a sábados a las 21.
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