Miércoles, 19 de abril de 2006 | Hoy
TEATRO › ENTREVISTA CON EL DIRECTOR TONY LESTINGI
Lestingi habla de Caramelos para el viaje, en cartel en El Piccolino, y Viaje Zapucai, que estrenará en mayo en El Taller.
El héroe emprende un viaje y, a su regreso, siempre vuelve transformado. Así le ha sucedido a Tony Lestingi, actor y bailarín que hace unos años se viene dedicando también a la dirección teatral. En esta tarea, que le resulta atractiva por “las posibilidades de búsqueda que brinda”, recientemente ha concretado dos proyectos: Caramelos para el viaje, obra de Graciela Sverdlick, que se presenta en El Piccolino (Fitz Roy 2056) los viernes y sábados a las 20, y Viaje Zapucai, infantil interpretado por Juan Lazo, que en mayo estrenará en El Taller (Borges y Honduras). Sea por casualidad o no, ambas producciones se centran en el tema del viaje, iniciático y transformador, momento para preguntarse acerca de la incidencia del destino en la vida o la posibilidad de poner en práctica el libre albedrío y destapar los deseos más profundos.
“El viaje es un buen vehículo para transmitir la idea de que, a partir de la toma de una decisión, uno puede cambiar su situación”, explica Lestingi, interesado en la soberanía del hombre sobre su propia existencia y el papel que en ella juega el destino, temática que en ambas obras se hace presente. Caramelos... cuenta la historia de dos personas que no se conocen –un animador de fiestas de cumpleaños (Julio Feld) y una abogada a punto de casarse (Natacha Córdoba)– que toman el mismo micro de Buenos Aires a San Clemente para emprender un viaje que podrá cambiar sus vidas. “Si bien es una obra simple y parece pequeña –dice el director– habla de grandes cosas: el deber, el deseo, la represión, el miedo, la libertad. Generalmente el deseo queda reprimido porque uno pone su capacidad en el deber para vivir una vida de acuerdo con lo que exige la sociedad. Hay una presión sobre el individuo que hace que el trabajo que realmente quiere hacer quede en un segundo lugar.” Así, ambos personajes cargan, además de su equipaje, con el peso de sentirse condenados a “volar bajo” y encontrarán en esa travesía la posibilidad de despegar vuelo.
De un modo similar pero en una versión para toda la familia, Viaje Zapucai narra en clave clownesca la aventura de un hombre que parte de la ciudad hacia el Amazonas. Con un texto que traza una línea de lectura para chicos y otra para adultos, la obra reflexiona sobre las posibilidades que da la vida, “el estar alerta, vivir, no quedarse dormido”, dice Lestingi. “En determinado momento el personaje hace dedo, pero está tan cansado que se duerme. Pasa un camión pero él no se da cuenta; se despierta sobresaltado y dice me perdí la oportunidad”, ejemplifica.
Quien no se durmió ni se quedó en el molde es el mismo Lestingi, quien comenzó dando pasos de baile en el taller de danza del Teatro San Martín y en comedias musicales, continuó como actor en teatro, cine y televisión y ahora busca afirmarse como director de producciones independientes. Lestingi tiene una carrera actoral en ascenso: recientemente participó como intérprete en las obras La resistible ascensión de Arturo Ui (2005), de Bertolt Brecht y dirección de Robert Sturúa, y La ópera de tres centavos (2004), del mismo autor, con dirección de Betty Gambartes. En cine formó parte de los elencos de Tiempo de valientes, de Damián Szifrón, e Iluminados por el fuego, de Tristán Bauer. Y ahora está próximo a comenzar los ensayos de Antígona furiosa, versión de Griselda Gambaro de la tragedia de Sófocles, junto con Leonor Manso y otro actor a designar, con dirección de Gambartes. Aún así, Lestingi decidió emprender un viaje hacia lo desconocido, en búsqueda de nuevos desafíos: encarar sus propias propuestas. “Porque hace tiempo que empecé a sentir que los directores no me dirigían, que estaban más preocupados por la puesta que por el trabajo con el actor”, plantea el teatrista. Y se explaya aún más para explicar su vuelco hacia la labor teatral autogestiva: “Yo vengo de una escuela, la de Gandolfo, en las que se hace mucho hincapié en el trabajo de búsqueda, en que las escenas sean un vehículo para que uno se pueda revelar y se desconozca, para que el inconsciente se exprese. Generalmente, cuando uno trabaja con teatro de producción, no hay tiempo para búsquedas. Se necesitan entre cinco y siete meses para que un trabajo adquiera un lenguaje propio, acorde con lo que proponen la obra, los actores, el director e incluso el escenógrafo y el iluminador, porque el teatro es una creación colectiva. Cuando los tiempos son muy limitados y hay que estrenar porque es muy costoso ensayar, entonces uno va a lo conocido, a los resultados. Pero si se quiere generar una innovación, el proceso es distinto. El teatro está hecho por seres humanos y el vínculo entre los actores y los personajes, después de un tiempo determinado, abre puertas desconocidas”.
–¿Busca dejar un mensaje con sus obras? ¿Podría el micro de Caramelos... ser una metáfora de nuestro país, emprendiendo un viaje que nos involucra a todos?
–Caramelos... es una obra sensible, sin una pretensión ideológica. Pero esos pequeños temas que toca son los que nos hacen pensar: ¿esto es lo que yo deseaba?, ¿pude acercarme a mi deseo? Los sistemas han hecho que uno no pueda ocuparse mucho de lo que desea. A mí me gusta hacer teatro y lo que yo puedo hacer es ser independiente, sin posibilidades económicas, sin poder acceder a la sala que deseo, pero yo elijo eso. Hay gente a la que le encantaría dedicarse a la pintura, pero no lo hace porque tiene que darle de comer a su familia y sabe que ésa es una profesión sacrificada. También hay miedo; la sociedad apoya que uno sea abogado, ingeniero y, sin embargo, las carreras tradicionales tampoco te dan seguridad. En realidad, uno vive una vida paralela a la que realmente quiere. Hay un momento en la obra en que él le pregunta a la mujer: “¿Usted qué quiere, caramelos ácidos o de dulce de leche?”. Ella elige los ácidos porque se corresponden más con su imagen de abogada. Pero, en realidad, hubiese elegido los de dulce de leche.
Informe: Alina Mazzaferro.
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