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Miércoles, 19 de abril de 2006

TEATRO › PUESTAS DEL DIRECTOR ESPAÑOL EDUARDO VASCO EN EL ALVEAR

El encanto de los clásicos

Se podrán ver El castigo sin venganza, de Lope de Vega, y Amar después de la muerte, de Pedro Calderón de la Barca.

 Por Hilda Cabrera

Dice pertenecer a la primera generación democrática española y dirige desde septiembre de 2004 la Compañía Nacional de Teatro Clásico que, con otros directores e intérpretes, se presentó en Buenos Aires desde el año de su fundación. Eduardo Vasco es el entusiasta conductor de dos elencos que ofrecerán en el Teatro Alvear –uno a partir de esta noche y otro, del jueves 27–: El castigo sin venganza, de Lope de Vega, y Amar después de la muerte, de Pedro Calderón de la Barca, obras del Siglo de Oro español. Formado en actuación y dirección, Vasco, también músico, se inclinó por el teatro desde niño (era una materia escolar) en Alcalá de Henares, donde transcurrió su vida. Nació en Madrid, sencillamente porque su madre se trasladó a esa ciudad con la única intención de parir. “No había hospital en Alcalá en 1968”, cuenta el director a Página/12. Pasado el tiempo, logró conformar una compañía, Noviembre Teatro, que llevó a escena obras de autores clásicos y contemporáneos. Entre las más recientes, una versión de Hamlet, de William Shakespeare. En este momento, canaliza su energía en el CNTC, acercando los clásicos al presente y ocupándose además del diseño de sonido de varias de sus puestas.

–En su versión de El castigo sin venganza, realiza una importante traslación. El manuscrito de la obra es de 1631 y usted sitúa la acción en la Italia de Mussolini. Diferente es el caso de Amar después de la muerte. ¿A qué se debe ese salto en el tiempo?

–No era necesario con Calderón, pero sí con Lope. El tema del honor era una gran preocupación en la sociedad española del barroco y traducir esto de manera contemporánea resulta complicado. Abordar los temas del honor, o de la limpieza de sangre, presenta muchos escollos a un director, porque en las comedias de aquella época suelen ser el eje de la historia. Creo que con este cambio hemos conseguido que esa problemática deje de ser un asunto local.

–Otro de los varios puntos conflictivos es el de los malos gobernantes o de los poderosos que tratan de ocultar verdades. ¿Qué opina de esta recurrencia?

–Que es una constante de la humanidad. El mal gobernante no puede siquiera plantearse la pérdida del poder: lo que hace es utilizar todos los mecanismos a su alcance para perpetuarse en él. En ese círculo vicioso acaba corrompiendo incluso las estructuras más sólidas.

–¿El enamoramiento posee ese carácter temporal?

–Los amantes viven en una especie de isla, porque creen que su felicidad será eterna. Ese estado es siempre contemporáneo.

–¿Quiere decir que los amantes olvidan que los ronda la muerte, como en El castigo sin venganza?

–Ese es también un concepto del barroco. Me gusta sintetizarlo con la mención del cuadro de Nicolás Poussin, Los Pastores de Arcadia. Está pintado entre 1635 y 1650. Tres pastores y una pastora observan una lápida donde aparece grabada una inscripción, Et in Arcadia Ego, un dicho latino que se puede traducir como “Yo también estoy en Arcadia”. Significa que aun en el paraíso de los pastores la muerte está presente.

–Pero los enamorados desconocen el dicho...

–En alguna secuencia del amor se pierde la “continuidad de la conciencia”, y a veces tanto que no se advierte la proximidad de la tragedia. Si hubiéramos trasladado esta obra al siglo XXI no hubiera funcionado.

–¿Se ha perdido la pasión? ¿Opina que existía en cambio en la Italia de Mussolini?

–Nosotros entendemos mejor el honor, ese delicado juego de equilibrios, en una sociedad como la italiana de Mussolini. No sabemos en qué particular contexto lo plantea Lope, pues se refiere a una historia que transcurre entre los siglos XV y XVI. Entonces no se tenía idea del concepto de historicismo, que sí aplicamos nosotros.

–¿Qué es hoy el honor?

–Creo que, ahora mismo, el honor se relaciona con lo mediático, con el supuesto honor de los poderosos, en general gente sin escrúpulos y maestra del ocultamiento.

–¿Y el de la gente común?

–El de la normal tiene que ver con la sociedad que integra. Su importancia es relativa debido al peso de lo mediático.

–¿Cómo influye esto en el espectador de piezas clásicas?

–En que estas obras pierden fuerza al compararlas con las que tienen como eje otros temas.

–¿Cuáles, por ejemplo?

–Para mí, el gran tema es la globalización, el hecho de que todas las culturas acaben siendo una. Esa uniformidad se relaciona con el mercado, con el ultraliberalismo que nos incita a que consumamos lo mismo y tengamos iguales deseos.

–¿Plantea esta urgencia en su trabajo?

–Es uno de mis empeños, como el de saber para qué, por qué y cómo se llega a lo esencial en el teatro. Y cómo, a través de la Compañía, es posible gustar de formas dramáticas y poéticas que hace cuatrocientos años entusiasmaron tanto.

–¿Cuál fue su experiencia en el teatro contemporáneo?

–Variopinta. En los ’90 se estilaba un teatro de urgencia que, al cabo de los años, perdió vigencia.

–¿Qué opina del teatro de su país?

–Se encuentra en una fase muy libre y muy industrial: con musicales y ese tipo de cosas. Pero se está asentando un grupo de profesionales que no carga el peso de la dictadura, vinculados con su entorno y sin deudas históricas ni prejuicios.

–Resulta extraño que utilice la palabra dictadura para referirse al gobierno de Francisco Franco. ¿Se acabaron los pruritos?

–Creo que sí. Por ejemplo, ya no se denomina “alzamiento nacional” a la rebelión de Franco. La izquierda incluso la nombraba así. Fue un golpe de Estado, un golpe a un orden legítimo. Probablemente, necesitábamos que pasara tiempo.

–¿Demasiadas heridas?

–Sí, que sólo se curan con una generación más. Mis padres no pueden olvidar lo que se vivió en la posguerra. Les modeló la personalidad. Yo no la viví, apenas si recuerdo el fin de la dictadura. Soy la primera generación democrática absoluta. Para mí, aquello es parte de la historia.

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Eduardo Vasco y sus actores.
 
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