Miércoles, 19 de abril de 2006 | Hoy
CINE › BAFICI: LORENA MUÑOZ Y VERONICA CHEN, ARGENTINAS EN LA COMPETENCIA
La directora de Los próximos pasados y la de Agua son las únicas argentinas que aspiran al premio mayor. Una charla sobre las películas que presentan, de rasgos bien diferentes.
La materia las inspira: los sonidos del agua burbujeando, su roce contra el fondo de la pileta..., o la rugosidad de la pintura en el mural que sobrevive al paso de los años a pesar del maltrato, del descuido, del olvido. La fascinación por la materia está en el origen de todo; así fue como Verónica Chen decidió su ensayo sobre el agua a través de la ficción de Agua, así Lorena Muñoz comenzó su derrotero detrás de la historia de la creación y el olvido del mural Ejercicio Plástico de David Alfaro Siqueiros. ¿Poco más en común? Desmadejando la “incompatibilidad absoluta”, más allá de la voluntad explícita de separación, hay más coincidencias entre las únicas chicas argentinas de la competencia oficial. Ellas dos son las cineastas locales que compiten por el premio mayor del Bafici, y no se las podría calificar de novatas. Tienen una breve pero coherente carrera en el documental y la ficción: Lorena Muñoz dio el salto definitivo con Yo no sé qué me habrán hecho tus ojos, documental codirigido con Sergio Wolf, en el que aplicó las reglas del policial negro a la biografía de la cantante Ada Falcón; Verónica Chen debutó en largometrajes con Vagón fumador, extraña crónica de un taxi boy (en rigor un roller boy) que atiende en cajeros automáticos. Hubo para los dos un minuto de percepción extrañada (un enrarecimiento en la forma de mirar); fue el instante en que detectaron un mundo detrás de lo cotidiano. De pronto, lo vieron de otro modo.
Lorena Muñoz: Y un día leo una nota de Alberto Giudici en Clarín, me entero de que existe en la Argentina un mural del mexicano David Siqueiros desde el año ’62, primero en el sótano de la casa de Natalio Botana, luego retirado –en 1991– y olvidado en containers. Me sorprendió que Siqueiros hubiera pasado por la Argentina, aunque hubiera sido por menos de un año. En ese mural habían ayudado Berni, Castagnino, Spilimbergo..., lo entendí como una metáfora perfecta del país. Habla de la destrucción, del olvido, de la pérdida del patrimonio, de las grandes figuras que son expulsadas a pesar de su talento, de su prestigio.
Verónica Chen: Yo vi una imagen: la raya en el fondo de la pileta. Y me sugirió una idea constante, el ir y venir sin escuchar lo que pasa afuera en la superficie, lo que sucede cuando uno se encierra y no ve lo que ocurre alrededor..., ese estar sumergido y de pronto salir a superficie para ver cómo nos llevamos con los afectos.
Lorena Muñoz se recuerda como una joven negada a estudiar cine en la Escuela de Avellaneda para no caer en las redes del documental, pero quedó atrapada. Su primera película, Yo no sé qué me han hecho..., irrumpió como la demostración de que se podía contar la biografía de la cantante con el código de la ficción, con un manejo de la intriga y una estructura de policial clásico que parecían trascender el corset de la experiencia. Ella asume que es una artista de frontera: se desplaza cómoda en ese límite en que un género está a punto de transgredirse, de violar sus reglas, de hacerse melodrama –en Los próximos pasados– en la historia del triángulo amoroso entre Natalio Botana, el muralista Siqueiros y su modelo y pareja Blanca Luz, exaltada doce veces con su cuerpo desnudo en el mural en cuestión (y luego robada por Botana). La documentalista atípica esquiva la entrevista clásica: siente que la escena crece ante la experiencia vivencial de hacer volver a los descendientes de Castagnino, Berni, Spilimbergo (que ayudaron a Siqueiros) a la mansión de Botana donde se pintó el mural. Su ejercicio del documental es una obstinación no premeditada. “Me siento afín al mecanismo que tiene una ficción (guión, estructura narrativa, actores), pero a veces, como en Los próximos pasados, la propia historia indica que tiene que tratarse de un documental.”
Verónica Chen, también atípica, se inspiró en el sonido de las cosas; la materia (esa “primeridad” de colores y texturas, anterior al conflicto), la motiva antes que la historia, cuando lo que se narra es más del terreno de la percepción que de la trama. “El agua es el elemento en que te sentís más libre”, dice. “Flotás, te remite al útero, es aislante. No podés hablar con alguien porque si abrís la boca no respirás; el sonido está distorsionado; perdés un 50 por ciento de la visión; perdés la distancia con las cosas. Es una burbuja perfecta.” Así condensó la cualidad de sus dos nadadores protagónicos (uno veterano y uno que recién empieza) aprendiendo a relacionarse y tratando de vencer sus resistencias a intercambiar con el otro.
“Era mucho más claro expresarme a través del sonido”, sigue Chen. “Era difícil transmitir a estos personajes a través de lo visual. Está el despliegue casi exhibicionista del cuerpo de los nadadores, su no-pudor físico exterior. Pero el sonido me permite mostrar lo que realmente les está pasando: es una partitura que incluye ritmos, efectos, ambientes, cosas que escucharon. Es el ritmo de lo que escuchan y, cuando se deprimen, empieza a bajar.” ¿Las une, también, la obsesión por narrar los matices de un esplendor y una derrota (del mural/ del nadador)? ¿Se conectan, tal vez, en la premisa de que todo pasado fue mejor?
–¿Ambas son historias de esplendor y declive?
L. M.: Con el mural de Siqueiros estoy hablando de una época en la que un hombre contrataba los servicios de un pintor para que pintara en su casa: de otra Argentina. En la historia de Ada, en Yo no sé qué me han hecho..., también contaba un declive, pero era personal, más en términos de individuo.
V. C.: El nadador joven (Nicolás Mateo) está pasando por un mal período; el maduro (Rafael Ferro) viene con ansias de recuperar algo. El maduro (expulsado del paraíso acusado de doping, de vuelta al ruedo para verse en el espejo ajeno) atraviesa esa línea recta propia de la tragedia clásica, necesitado de salvar a alguien, sin poder ver otros caminos, tan egocéntrico, en el verdadero sentido, que cree que el mundo quedó suspendido cuando él se fue.
–¿La materia, en cada caso, condensa rasgos de una identidad local?
V. C.: Agua habla de los afectos y de las emociones; podrían ser nadadores o carpinteros: me interesé en estos seres por fuera del sistema, y en cómo hacían para integrarse más allá de si son o no argentinos. Me es muy difícil ver el color local.
L. M.: Todo el emprendimiento faraónico para sacar al mural del sótano de la casa fue durante el menemismo. Durante la dictadura, se inundaba y se prendían fogatas en el sótano. Cuando los Alsogaray compraron la casa, la madre de María Julia intentó limpiar el mural con ácido. Desde los ’50 en adelante, la casa empezó a abandonarse: allí hay una crónica del país. En algún momento pensé en llamarla La resistencia, pero sería demasiado político.
Verónica Chen, en Agua, entendió que el conflicto crecería allí donde un joven y un veterano se encuentran, se rechazan, se relevan..., “hacen una transición de experiencia –dice la directora–, empiezan a verse en el espejo que el otro provee”. En Los próximos pasados, Lorena Muñoz también confronta dos generaciones: la de los hijos de Spilimbergo, Berni, Castagnino (entonces ayudantes de Siqueiros) que van al reencuentro de la vieja casa antes esplendorosa de los Botana, allí donde el mural resumía una época de oro y una oligarquía culta que luego se iría degradando en sintonía con las sucesivas ventas de la casa y su posterior abandono. Hijos y padres, aprendices y maestros hablan de algo que se perdió para siempre. ¿Cómo ponerlo en escena? “El peso emocional de los hijos haciendo el mismo viaje que sus padres es muy fuerte”, asume Muñoz. “Vuelven al terreno en que los esperan los muertos, a un lugar en el que no hay nada. Se contactan con una escena con la que están íntimamente ligados.”
–¿Por qué la reconstrucción dramática en vez de la entrevista convencional?
L. M.: En la entrevista hay una distancia entre entrevistador y la persona que está hablando. No aparece en escena la relación emocional que se tiene con lo que pasó. La situación vivencial genera un contraste con el presente, lo convierte en un juego angustiante, permite que aflore la nostalgia por algo que ya no es..., por algo que no será.
(Los próximos pasados se exhibe mañana a las 20 en el Atlas Santa Fe 2; Agua, mañana a las 20.45 en el Hoyts Abasto.)
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