Sábado, 27 de mayo de 2006 | Hoy
TEATRO › ENTREVISTA A MARCELO PITROLA
El autor de Princesa peronista explica el sentido de la obra, que subraya el contraste entre las referencias simbólicas del pasado y la realidad de estos tiempos.
Por Cecilia Hopkins
“Mi cuna se la regaló Perón a mi abuelo, soy la heredera de una dinastía peronista”, intenta hacerse valer Victoria cuando le comunican que está inhabilitada para participar del acto partidario y que, para evitar sus exabruptos, fue encerrada en un baño por un guardaespaldas. No resulta conveniente que ande suelta la amante de un puntero bonaerense que esa misma noche espera ser elegido candidato a diputado nacional. Obra de Marcelo Pitrola, Princesa peronista obtuvo el primer premio en el IV Concurso Germán Rozenmacher de Nueva Dramaturgia del Festival Internacional de Buenos Aires 2005, además de una mención especial en el Concurso Nacional de Obras de Teatro del Instituto Nacional de Teatro 2005. Con un elenco integrado por Silvia Hilario, Eduardo Peralta y Bernardo González, bajo la dirección de Diego Rodríguez, la obra puede verse en el Teatro del Pueblo (Av. Roque Sáenz Peña 943), los sábados a las 23. La pieza abre dos espacios: el de arriba, el mundo de la política, donde transcurre el encuentro partidario, y el de abajo, el baño donde permanece acallado lo que no le conviene a una clase dirigente que intenta continuar su ascenso.
El autor cuenta en diálogo con Página/12 algunas de las motivaciones que lo lanzaron a la escritura de la obra. Entre otras, una conferencia de la historiadora Mirta Zaida Lobato sobre las reinas de los trabajadores durante los dos primeros gobiernos de Perón le sirvió para construir parte de la historia personal de Victoria, hija de una de estas reinas elegidas entre representantes de los sindicatos para el 1º de mayo de cada año: “La reina y las princesas viajaban al interior del país, formaban parte del aparato publicitario y del impulso estatal de los derechos y el bienestar de los obreros. Me interesó explorar dramáticamente la combinación de realeza y peronismo, de belleza y trabajo. En la obra, la madre de Victoria fue una de estas reinas. De esta manera, por su historia familiar, Victoria pertenece a un linaje peronista, es literalmente una princesa peronista, pero su presente la encuentra desquiciada, ofreciendo su cuerpo como valor de cambio a un dirigente en ascenso. Ese desgarro es el que la obra procura transitar”, detalla el dramaturgo.
–Más que una situación realista, parece que la obra plantea una situación metafórica, ubicando a un personaje simbólico como el de la protagonista en ese singular espacio. ¿Por qué eligió encerrar a Victoria en un baño?
–Ciertamente, el espacio elegido puede ser interpretado metafóricamente, pero también tiene que ver con la acción de la obra. En cuanto a la acción, Victoria quiere dejar de ser la amante de Martinoti para ascender y ser parte de su vida oficial y partidaria. En cuanto a lo metafórico, podemos pensar que ese baño es el lugar que Martinoti le da a Victoria en su vida. Es el lugar de la amante, la desclasada, la proscripta que lo único que tiene para valerse es ese linaje familiar peronista, pero que en el presente no es más que la mantenida de un puntero en ascenso. Si queremos extender y extremar la metáfora, también podría pensarse que ese baño sucio y olvidado de la unidad básica es adonde fue a parar ese mítico pasado peronista al que Victoria se remite permanentemente, el de su madre, una de las reinas de los trabajadores de los primeros gobiernos de Perón, y el de su abuelo peronista, que una vez comió ravioles con el general. Sobre Victoria, puedo decir que no la pienso como un personaje simbólico, aunque por supuesto me interesa mucho que tenga irradiaciones metafóricas.
–¿A qué se refiere Martinoti cuando habla de “otros tiempos de grandes descubrimientos y grandes travesías”?
–Martinoti es un diputado provincial a quien le gusta hablar con metáforas marítimas, tal vez porque tiene un yatecito. Esa frase hace alusión al hecho de que Perón, con su inteligencia política y estratégica, supo “descubrir” que estaba emergiendo un nuevo sujeto político: los trabajadores. Desde su gestión en la Secretaría de Trabajo y luego ya como presidente, Perón se constituyó en el líder de ese nuevo sujeto político y, por supuesto, también de otros sectores, ya que, como sabemos, se trató desde sus inicios de un movimiento policlasista. A partir de ese liderazgo, Perón inicia, para seguir con la metáfora del personaje, una “travesía” política. Entiendo que no son pocos los historiadores que sostienen que la historia argentina contemporánea se inicia con el peronismo, en esos lejanos “otros tiempos” de los que habla Martinoti. En esos primeros años del peronismo se estructura otra Argentina, esa que, según sostiene el historiador Tulio Halperin Donghi en su texto La larga agonía de la Argentina peronista, termina de extinguirse a principios de los ’90. Por supuesto, Martinoti no dice ni piensa nada de todo esto, pero su voz es parte de este contraste histórico sobre el que se apoya la obra y que se realiza en la acción y la fricción de las subjetividades que pone en juego.
–¿Qué intención crítica implica el hecho de que se afirme que cada dirigente peronista tenga una “carta de navegación personal”?
–En ese pasaje, Martinoti insiste con sus metáforas marítimas para referirse al después de Perón. Como imagen conlleva cierta opacidad, y eso me gusta, pero está refiriéndose a la fragmentación y a la unidad perdida después de la muerte de Perón. Como decía antes, Martinoti presenta una visión personalista y pragmática de la política y del peronismo: cada dirigente a su juego y con las herramientas que tiene para conseguir poder. Entonces, con estas frases que suenan también un poco huecas, casi como lugares comunes, Martinoti busca callar y desarraigar aún más a Victoria, apagar su constante discurrir sobre las glorias del pasado. Es su forma de sostener el presente partidario y su propio lugar en él.
–¿Qué es lo que, según su opinión, aún subsiste en el actual peronismo de aquel primer ideario?
–Pienso que aquel ideario de los orígenes, el que postulaba la independencia económica, la soberanía política y la justicia social se ha diluido. Por eso, creo que el universo discursivo peronista ha quedado como vaciado y roto. Ese potente y variado reservorio simbólico, poblado de significantes como “gorilas”, “oligarcas”, “descamisados”, “compañeros”, “proscripción”, ha quedado como un huérfano perdido, convocado parcialmente, de vez en cuando, para animar algún acto. En la obra, Victoria desquiciada, casi desesperada, intenta apropiarse de esos significantes, a los que estuvieron ligados sus antepasados, para exorcizar de alguna forma el presente tan ruin en el que se encuentra atrapada.
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