Sábado, 27 de mayo de 2006 | Hoy
CANNES EL FESTIVAL CINEMATOGRAFICO INGRESO EN LA RECTA FINAL
En el cierre de una irregular competencia oficial, hoy se presenta Crónica de una fuga. Mañana se conocerán los premios.
Por LUCIANO MONTEAGUDO
Desde Cannes
El festival ya está llegando a su fin, pero todavía queda hoy la última jornada de la competencia oficial, en la que se presenta Crónica de una fuga. El equipo de la película argentina –el director Adrián Caetano, el productor Oscar Kramer y los actores Rodrigo de la Serna y Pablo Echarri– está desde hace un par de días en la Croisette dando entrevistas y hoy se enfrenta a la proyección en el Grand Théâtre Lumière y a la conferencia de prensa. Y ya mañana mismo, sin anestesia, a los premios, según la consideración del jurado que preside el director chino Wong Kar-wai y que integra la argentina Lucrecia Martel.
En una competencia que este año fue particularmente irregular, con permanentes altibajos de calidad, el palmarés resulta muy difícil de predecir y ningún medio hasta ahora ha lanzado candidatos seguros, aunque la prensa francesa se entusiasma con la posibilidad del premio al mejor actor para Gérard Depardieu, por su composición de un cantante de la vieja escuela en Quand j’etais Chanteur, una comedia romántica de Xavier Giannoli, que ayer hizo sonar en el Palais las chansons de Serge Gainsbourg y Michel Delpech, en la voz del propio Depardieu, en una faceta hasta ahora desconocida.
Y casi en el final, también, llegó el film más radical de la competencia, Juventude en marcha, del portugués Pedro Costa, conocido en Buenos Aires gracias al Bafici 2002, cuando presentó una retrospectiva completa de su obra. Cineasta extremista y solitario, Costa –discípulo de Jean-Marie Straub y Daniele Huillet– vuelve aquí al mundo de Ossos y No cuarto de Vanda, sus dos films inspirados en el barrio de Fontainhas de Lisboa, donde solían vivir los inmigrantes de Cabo Verde, en condiciones de hacinamiento y de pobreza extrema. Fiel a sus personajes, a quienes no abandona desde hace casi diez años, Costa ha venido siguiendo el derrotero de esta gente con un procedimiento muy particular, que pone en crisis la frontera entre el documental y la ficción para trascender esos límites y proponer un espacio nuevo, atravesado por un lirismo áspero, austero, pero de una profunda belleza.
Filmada con una pequeña cámara digital y estructurada en largos planos secuencia casi inmóviles, Juventude en marcha –un título tomado en préstamo a una vieja canción de la guerra de liberación del pueblo caboverdiano– sigue los pasos de Ventura, un hombre que parece una sombra de sí mismo, un fantasma. Viejo, cansado, pero aún erguido y elegante, a pesar de su mirada extraviada, Ventura acaba de ser abandonado por su mujer y no puede sobreponerse a la destrucción de lo que era su mundo: la demolición de Fontainhas. Ahora el Estado lo provee de un departamento moderno, aséptico, blanco y vacío, como el que le tocó en suerte a Vanda, casada y con una hija después de haber superado su adicción a las drogas. Pero en su errar permanente, en su parca inquietud, Ventura expresa una inadecuación al mundo, el dolor y la melancolía que le provoca la diáspora de todos esos hombres y mujeres a quienes él no puede dejar de considerar sus hijos y a quienes espera poder albergar alguna vez en ese departamento que nunca consigue habitar realmente.
Un poco ese mismo sentimiento de inadecuación, de extrañamiento con el espacio circundante es el que explora también otro cineasta radical, el argentino Lisandro Alonso. En su nueva película, Fantasma, presentada en función especial en la Quincena de los Realizadores, Alonso –con la misma fidelidad de Costa– recupera a Misael Saavedra y Argentino Vargas, los respectivos protagonistas de La libertad y Los muertos, sus dos films anteriores. Cuando trabaja con actores profesionales, el cine se suele desentender de estas personas-personajes, pero no es el caso de Costa ni de Alonso, quien reconoce que realizó Fantasma a partir de la necesidad de cerrar una etapa.
Así, volvió a convocar a Misael y a Argentino, pero esta vez para mostrarlos fuera de su hábitat familiar, que es la naturaleza. Ahora deambulan perdidos por ese laberinto de la alta cultura urbana que es el Teatro San Martín y, a su manera, se sienten tan extraviados y ajenos como Ventura en su nueva vivienda de Lisboa. Hay una ideología y hasta una sociología de la arquitectura, parecen decir ambos films, que inhiben o expulsan a quienes naturalmente no pertenecen a ella.
Por extensión, también se podría pensar que ese “fantasma” al que se refiere el título del film no es solamente Argentino en el estreno de Los muertos; “fantasma” es también la obra de Alonso en el contexto del cine nacional e internacional, cada vez más codificado y homogeneizado según las rígidas normas del mercado, como lo está mostrando este año gran parte de la selección oficial de Cannes. De alguna manera, Fantasma expresa ese sentimiento de Alonso en relación con el lugar que ocupa su cine. Un lugar que –como el de Pedro Costa– también es una trinchera, un espacio de resistencia y de riesgo.
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