Lun 25.03.2013
espectaculos

TEATRO › RAMIRO GUGGIARI Y GASTóN CALVI HABLAN DE RUIDOS QUE ATRAVIESAN LAS ALMOHADAS

La cara oculta del orden familiar

Los directores definen la obra que estrenaron en La Tertulia como “un policial contado a la manera de una comedia, donde el humor no es carcajada”. En este espectáculo, es un crimen el que dispara un mundo de falsedades y mentiras.

› Por Hilda Cabrera

¿Será el relato escénico de una pesadilla, un deseo de venganza o una broma negra? El prólogo sugiere la existencia de lo no develado y el apremio que supone tomar una decisión en una circunstancia extrema: “... mataría para terminar con la angustia, nunca para propiciarla. Al principio supongo que no me animaría... pero después sentiría que no hay alternativa, que no es una decisión. Que es su muerte o la mía”. Lo dicho en escena nace del personaje de Rebeca (la madre). Un enigma, como el relato de Mijail, el novio de origen ruso de Virginia (la hija): “... un acontecimiento trivial se atravesó fortuitamente y lo obligó a saltar. Entonces el salto no fue una decisión; el hombre realmente no tenía alternativa, era el salto o la muerte”. Estas incógnitas prologan a Ruidos que atraviesan las almohadas, pieza de Ramiro Guggiari, docente e investigador teatral con estudios de Filosofía e Historia del Arte y varias obras estrenadas, entre otras Verte llorar, de 2009; La isla de los niños y Complexión, éstas de 2011. Guggiari es además co-director de Ruidos..., junto a Gastón Calvi, diseñador de luces y actor (Boleros para un poeta y una mujer; Lisístrata Unplugged), licenciado en Arte por la Universidad del Salvador, técnico iluminador en diferentes espacios teatrales, formado en dirección en el Instituto Universitario Nacional del Arte (IUNA), y en otras disciplinas con los maestros Andrés Sahade (método Lecoq) y Oscar y Jorge Videla (destreza física). Uno y otro definen en esta entrevista el carácter de Ruidos...: “Un policial contado a la manera de una comedia, donde el humor no es carcajada”. Una obra que da cuenta de un crimen, o de un supuesto crimen, cuyo desenlace involucra a una familia para la cual el ocultamiento es ley.

–¿Relacionan esos ruidos perturbadores con los “sonidos” de la mente?

Ramiro Guggiari: –Esos ruidos son algo así como las voces que la mente no puede acallar. Pero, concretamente, el origen del título de la obra es una anécdota sencilla y familiar. Hace tiempo, diez años más o menos, mi hermana Sofía y yo nos habíamos quedado charlando en mi habitación. Mi madre (Carolina Pavlovsky, también actriz, hija de Eduardo “Tato” Pavlovsky) pidió desde su habitación que nos calláramos porque no podía dormir. De pronto le escuchamos decir “qué son esos ruidos que atraviesan las almohadas”. Me gustó la frase y la anoté en mi libreta de futuros nombres para mis obras. Pensé que ese título me permitiría hablar de muchas cosas: de alguien que no quiere escuchar, pero igual oye; o de quien intenta ahogar a otro con una almohada, pero los gritos de la víctima la atraviesan.

–¿Los secretos trastornan?

R. G.: –Una familia suele ser una institución que se sostiene entre mentiras y secretos, a veces necesarios para la supervivencia. Muchos de éstos son la cara oculta del orden familiar. La familia de Ruidos... es ejemplo de esto.

Gastón Calvi: –El ocultamiento encauza un orden, le da a la familia un aspecto normal y a veces impide que los conflictos estallen.

–¿Funciona así a nivel social? ¿Sostiene o desequilibra?

R. G.: –Hay ocultamientos más justos que otros. Y hasta más necesarios. El concepto de intimidad implica guardar secretos. Pertenece al orden de lo que cada uno quiere preservar. Otros son perversos y enferman. En la obra, el crimen es el disparador de ese mundo, y la excusa para preguntar quién mató, debido a qué y quién es el muerto... El ocultamiento opera normalmente en la vida cotidiana. En este caso, el crimen es el hecho extraordinario que lo devela.

–¿Utilizan el contrapunto de luces y sombras para reforzar la acción dramática?

G. C.: –La idea era construir una atmósfera inquietante en función de la estética de los años ’90, tal como la veíamos en la TV. La obra tiene los “colores” de esos años. Para eso partimos de un montón de videos y viejas series, de las ambientaciones que veíamos cuando éramos más jóvenes. Había un tono rojizo en la ficción televisiva, relacionado con los cambios tecnológicos... Nuestra idea es que el espectador pueda ver en la escena imágenes características de los ’90. Una década en la que se produjeron cambios en el contenido, el diseño y la imagen. Tengo 31 años y vi bastantes exponentes: ¡Grande, Pa!, Amigos son los amigos...

R. G.: –Esa estética televisiva está también hoy muy marcada. En un comienzo pensamos adoptar la estética de Pedro Almodóvar, la de sus películas de los ’90 (Atame!, Tacones lejanos, Todo sobre mi madre), pero su cine contiene elementos españoles muy característicos y lo nuestro es diferente. Para mí, los elementos representativos de los ’90 son los que aparecieron con Susana Giménez.

G. C.: –Reconocibles, muy populares y de fácil llegada al público. Esos elementos eran acompañados, a veces, de un discurso crítico y escenografías de impacto. Fue una época de creatividad eclipsada por la coyuntura política y el tema del entreguismo.

R. G.: –En verdad fueron años heterogéneos, de luces y claroscuros. Ruidos... no es una obra política sino una obra con elementos de la novela policial que pone el acento en la falsedad y la mentira dentro del orden familiar. El entorno es el de una época en la que se nos hacía creer que íbamos bien. Pero esto último no es lo que destacamos en la escena.

–¿Qué “colores” le imprimirían a una obra ambientada en el presente?

R. G.: –Esta época es para mí muy romántica. Diría heroica. Escribiría un drama, una tragedia... porque hay héroes. Mi impresión es la de vivir un momento de verdades relacionadas con la historia argentina. Necesitaría distanciamiento para hallar los colores que se ajusten a esta impresión.

G. C.: –Estoy de acuerdo con Ramiro. Habría que mirar desde afuera antes de crear esa obra. También pienso que se están produciendo cambios positivos. Hace unos años, la gente parecía estar más triste. Hoy es distinto, y a mí ese cambio me hace sentir muy bien. Puedo decir que tengo esperanza.

–¿Dirían que las máscaras van cayendo?

G. C.: –De a poco nos vamos enterando, y eso es importante.

–¿Esperan un cambio positivo o son escépticos?

R. G.: –No soy escéptico, aunque tengo compañeros de mi generación que sí lo son y encuentran en eso motivos para la creación. Puedo dudar de lo que me cuentan y mostrar ese ánimo a veces, pero en otros temas, en el amoroso, por ejemplo. Nací en 1985 y viví los ’90 como en una especie de sueño. Reconstruí una imagen de esos años sin vivirla como adulto, pero me quedó el desarme de las estructuras sociales, el relativismo y la no creencia en lo que se aceptaba como valores, algunos más positivos que otros. Me quedó el desarme de la idea de familia y la trascendencia del amor: eso de ser compañeros toda la vida. Tal vez porque en toda la historia de mi familia hay amores fragmentados. Pero creo que en esta materia estoy cambiando... Hoy me casaría.

G. C.: –Mi experiencia familiar no es la misma. Mis padres siguen enamorados, y sé que así sucedió con mis abuelos. Y estoy seguro de que mi abuela materna, que vive, seguiría estando con mi abuelo. También en el recuerdo, él es su amor.

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