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Sábado, 8 de julio de 2006

TEATRO › ESTRENO DE “REY LEAR” EN LA PUESTA DE JORGE LAVELLI

El derrumbe en tonos de gris

Movimientos mecánicos, rostros pintados y algunas actuaciones notables, en una versión a la que le falta algo de síntesis.

 Por Hilda Cabrera

Las emociones violentas dominan a estos personajes cuya existencia habrá de definirse únicamente a través de la tragedia. La crónica del rey que delegó el mando en dos hijas emponzoñadas por la ambición es absolutamente lineal en las secuencias iniciales, donde prosperan las traiciones y conjuras de condes, duques, capitanes y vasallos. Las hijas que adulan a este legendario rey de Britania (como se llamó a la isla antes de la invasión germana) contrastan con aquella otra que se resiste a prodigar elogios a un Lear que por ese motivo la deshereda.

El director Jorge Lavelli subraya esta circunstancia con una concepción escénica que impresiona, fría y lúgubre, oscurecida por tonalidades grises y metálicas. En esta atmósfera, los personajes se muestran alterados y se mueven entre gestos mecánicos semejando marionetas, en tanto sus rostros, pintados, se trasmutan en máscaras. De esa sujeción se liberan unos pocos, Lear, Kent, Cordelia, y en algunos pasajes el Gloucester que compone el hiperexpresivo Roberto Carnaghi: la escena en que intenta proteger al rey tan malamente arrojado a su suerte y aquella otra en que se lo acusa de traidor. A Gloucester le arrancarán los ojos, pero el dolor no le quitará razonamiento. Se mostrará increíblemente lúcido, como el mítico Tiresias del Edipo Rey, de Sófocles, condenado a la ceguera por decir verdades. En este Rey Lear, quien se rebela o resiste con dignidad es dueño de su vida, logro que Edgar resume en el reencuentro con su padre ciego y desesperado: “El hombre debe salir de este mundo como entró; todo consiste en estar preparado”.

Sólo que para entonces la crueldad y la locura han hecho estragos, y el vencido y delirante Lear deberá recorrer el páramo que le resta buscando un sentido a la vida. El otrora prepotente deviene aquí en patético destronado. No tiene siquiera el consuelo de echarle culpas al destino, pues acogió de buen grado las lisonjas de Regan y Goneril (Daniela Catz y Marcela Ferradás), las insidiosas hijas que le quitaron poder, honores y escolta. En este muestrario de individualidades que adhieren a la condición de marionetas sólo caben seres absurdos, como esos que atraviesan el escenario a grandes pasos, brincando, o recorriéndolo cautelosos y ligeros como duendes o diablillos. Otros serán presa de temblores o convulsiones. Es el caso del Lear que protagoniza entre aciertos Alejandro Urdapilleta, especialmente cuando vencido encorva el torso, aún entonces sin aceptar que con sus acciones ha fomentado la decadencia en su reinado.

La fábula que se despliega en la Sala Martín Coronado se inspira, entre otras fuentes, en el fragmento de un texto fechado en 1135, Historia de los reyes de Britania, del monje galés Geoffrey de Mommouth, y ha sido adaptada por Lavelli (sobre una traducción de Patricia Zangaro) a un pensamiento y una moral hoy vigentes. Extrañamente, Lear no resulta odioso, aun cuando haya acumulado desgracias sobre la sensata Cordelia (Emilia Paino). Si bien los suyos lo han traicionado, aún tiene quien lo proteja en el universo de ladrones, usurpadores y asesinos que ocultan sus manos en guantes negros. Todo un símbolo en los montajes de las obras de Shakespeare, como lo son también los guantes rojos que suelen cubrir las asesinas manos de Lady Macbeth. El escepticismo tiñe cada secuencia de esta puesta técnicamente impecable que lleva música de Nicolás Varchausky. Una de las piezas, impactante, recrea una tempestad que se abate con la potencia de una percusión en círculo y amenaza acabar con Lear. Expresa además una tormenta interior, una pesadilla y una real fragilidad humana. La vida parece disgregarse en esa nada neblinosa a la que han sido arrojados personajes sin tiempo, como Edgar (Gustavo Böhm), el hijo legítimo de Gloucester disfrazado de pordiosero demente; el Loco, bufón de la corte (Luis Longhi); el desterrado Kent (Pompeyo Audivert); y Lear y Gloucester, quienes participan del juego del doble que propone la obra. De ahí la frase que alude a “un loco conduciendo a ciegos”.

Sabido es que la síntesis se convierte en fiero reto para el creador que conoce a fondo la materia que trata. A este montaje, que cuenta con algunas actuaciones sobresalientes, le falta justamente esa síntesis que permita acotar tanta diversidad de significados. Ese trabajo de edición escénica favorecería el necesario crescendo, o mejor aún acentuaría el vértigo que se experimenta frente a hechos y reflexiones que impresionan como genuinos saltos al vacío: el abortado suicidio de Gloucester, por ejemplo, las deducciones del Loco y los chirriantes arrebatos de Lear.

7-REY LEAR

De William Shakespeare

Traducción: Patricia Zangaro.

Concepción y adaptación: Jorge Lavelli.

Intérpretes: Alejandro Urdapilleta, Roberto Carnaghi, Pompeyo Audivert, Marcelo Subiotto, Gustavo Böhm, Marcela Ferradás, Daniela Catz, Emilia Paino, Santiago Ríos, Facundo Ramírez, Eduardo Calvo, Luis Longhi, Pablo Finamore, Diego Velásquez y otros.

Vestuario: Graciela Galán.

Dispositivo escénico e iluminación: Jorge Lavelli y Roberto Traferri.

Composición y dirección musical: Nicolás Varchausky.

Colaboración artística: Dominique Poulange.

Dirección: Jorge Lavelli. Lugar: Sala Martín Coronado del Teatro San Martín, Av. Corrientes 1530.

Funciones: de miércoles a domingo a las 20.

Duración: 150 minutos.

Entradas: 15 y 12 pesos; los miércoles, 8 pesos.

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