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Viernes, 4 de noviembre de 2005

TEATRO › HUMBERTO TORTONESE Y SU RELECTURA DE JEAN COCTEAU

Penas de amor en el teléfono

“La obra es dramática, pero yo creo que Cocteau se reía, porque una mujer tan desesperada te lleva a algo de risa”, dice el actor de su versión del monólogo La voz humana.

 Por Oscar Ranzani

Desde que el multifacético Jean Cocteau (poeta, dramaturgo, novelista, dibujante y pintor francés) escribió su monólogo La voz humana y lo estrenó en 1930, en La Comedie Française, una de las preguntas eternas que surge de esta obra dramática (que tuvo su versión operística escrita por Francis Poulenc y otra cinematográfica, dirigida por Roberto Rossellini) es hasta dónde llega el límite de los sentimientos. ¿Qué hace una persona desesperada ante la pérdida del amor? El eje de La voz humana consiste en el diálogo telefónico entre una mujer (presente) y el amante que la abandonó (ausente). La mujer habla desgarradoramente frente al teléfono y está dispuesta a poner en riesgo su vida. Y el espectador tiene una exigencia: interpretar las respuestas desde el otro lado de la línea. La voz humana (que en 2002 se presentó en tres teatros porteños con versiones distintas) es la obra que Humberto Tortonese eligió tanto para dirigir como para interpretarla en el Teatro Broadway 2 (Corrientes 1155) los viernes y sábados a las 22 y los domingos a las 20.30.
La apuesta de Tortonese consiste en imprimirle un tono grotesco (como, por ejemplo, cuando elige usar como mascota un oso hormiguero en vez del perro: “Imaginate una mujer sola con un animal en extinción”, dice), sin perder de vista el dramático texto original, al que le cambió algunos elementos, como la decisión del amante de abandonar a su mujer para establecer una relación homosexual. “El primer contacto con la obra fue hace años”, rememora Tortonese en el diálogo con Página/12. “Tenía un librito chiquito de La voz humana que lo había comprado seis años atrás. Lo tuve ahí, lo leí una vez y siempre dije ‘en algún momento quiero hacerlo’.” El actor nacido del under porteño reconoce que esa decisión “es lo que pasa con esta obra: si es actor el que la lee, hacer este personaje es fantástico. Yo le encontré el grotesco de eso. La obra es dramática, pero yo creo que él (Cocteau) se rió. Porque es una mujer tan desesperada que te lleva a algo de risa”, explica.
–¿Con qué se identifica de la historia?
–No personalmente, pero me identifico en lo grotesco de cuando alguien está desesperado por algo, en este caso por amor. La desesperación te lleva a una cosa como irreal, como a decir “las cosas ya no existen más”. Y acá llega a un límite que es absurdo y el tratar de manejar al otro como, por ejemplo, para que no le corte el teléfono. Todo un manejo que me pareció muy divertido encarar. Y me gustó encararlo en serio, no a la joda. No cambiarle las cosas porque sí.
–¿Busca hacer reír menos de lo que se ríe el público en la función? ¿No juega en contra que el público lo identifique con el humor y que permanentemente esté esperando un remate suyo?
–Yo no sabía bien dónde se iban a reír. Sí es verdad que la gente viene predispuesta a reírse conmigo. Entonces, tampoco puedo impedir que la gente se ría. Pero, de repente, ya si entramos en este personaje, estoy diciéndolo en serio y ya están viendo la ironía de eso. Y está perfecto que se rían de eso. Lo que yo no tuve fue la intención de hacerla cómica ni transformarla.
–En su versión, la mujer parece más resentida que angustiada ante la desesperación que la envuelve. ¿Esto partió de una idea para quitarle un cierto dramatismo?
–No, fue saliendo así. No es que dije “le quito dramatismo”. Yo quería hacerla dramática grotesca. Quería llevarla al dramatismo total y por momentos me empezó a salir como más mala, más resentida. Todo lo que hace es, de cierta manera, un juego de esa mujer que, en definitiva, no le importa si se va con un hombre o una mujer: en este caso yo lo cambié por un hombre, pero si se hubiera ido con una mujer, para ella hubiera sido hasta peor. En realidad, lo único que quería era retenerlo y retenerlo. Es una persona loca enamorada y entonces me gustó dejar el personaje un poquito más malo.
–¿Usted cree en ese tipo de amor hasta el límite de la propia vida o lo considera un desorden de tipo psicológico?
–(Risas.) Creo que existe ese amor y también que es un desorden psicológico, porque es alguien que tiene los límites desbordados. Entonces, se transforma en un ser un poco insoportable. A mí en el amor no me ha pasado. Yo me enamoro, la vivo bien, pero no al extremo de joder al otro. Podés joder en algún momento y hacer algo para detonar al otro, pero si constantemente estás así, no.
–A pesar de que se estrenó hace 75 años, la obra mantiene su vigencia porque el dolor ante la pérdida del amor es un tema inherente al ser humano. ¿Cómo piensa a la obra en ese sentido?
–Cocteau tenía algo mágico y me hubiera encantado tener un amigo así en esta época. Alguien que vea en la vida eso, lo pueda escribir y haga algo así y que en cien años siga pasando lo mismo, es alguien que está viendo la vida mucho más allá de lo que le pasaba a él en ese momento. Y hay algo también que me parece que pasó, tanto con el amor o con esos temas, es que no tienen tiempo, siempre se adaptan. Ahora vienen mujeres a verme y me dicen: “No todo, pero cosas como esa yo las he vivido”. Así que tiene muchísima actualidad, y creo que la va a seguir teniendo.
–En cuanto a la composición, ¿en qué se diferencia esta mujer de otros personajes femeninos que interpretó?
–A este personaje lo veo más desde el texto. Yo quise sacarlo desde ahí. Los otros personajes se armaban de otra cosa. Los iba creando y los iba armando por las historias que les pasaban. Acá no, tiene un cuento donde yo me metí ahí y de ahí fue saliendo pero por medio del texto.
–Teniendo en cuenta que solo habla usted, ¿cómo es la preparación actoral? ¿Es similar a un monólogo?
–No, no lo tomás como un monólogo. Siempre tenés que tomarlo como que está la otra persona del otro lado. A mí me pasaba que lo leía y trataba de entender siempre qué es lo que él estaba diciendo e inventarle esa parte también, porque lo vas siguiendo y esa es la manera que también el otro entiende, más allá de hacer los espacios.
–La obra original tiene un fuerte dramatismo. Al incorporarle elementos del grotesco parece entrar en un terreno un poco ambiguo. ¿Esta incorporación de lo grotesco busca romper con el tono melodramático que generalmente tenían otras puestas?
–Lo que pasa es que siempre se ha tomado desde ese lado. En esto dije: “La gente viene a verme a mí también”. No viene a ver una versión seria seria. Tampoco quería pasarme al otro extremo. Por eso, respeté el texto. Le cambié algunas cosas pero lo respeté. Entonces, dije “si se ríen, se ríen” pero vienen a ver de mí otra cosa. El que quiera venir a ver la joda, no es. Es una obra de teatro en donde hay un texto determinado donde yo le cambié algunas cosas. Y realmente siento que se ríen en más partes de las que yo pensaba...

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“En la obra la desesperación llega al límite del absurdo”, dice Tortonese.
 
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