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Viernes, 4 de noviembre de 2005

MARCO SCHWARTZ, PREMIO NORMA DE NOVELA

“El antisemitismo está muy arraigado en la sociedad”

En El salmo de Kaplan, el escritor colombiano narra el dilema de un viejo referente de la comunidad judía de una playa caribeña, que decide llevar a cabo un proyecto insólito: capturar al líder de una organización nazi.

 Por Silvina Friera

Los casi veinte años que lleva viviendo en España no han neutralizado esa calidez y musicalidad que transmite su lengua materna. El escritor colombiano Marco Schwartz cuenta que muchos de sus compatriotas hablan como si fueran españoles a la semana de estar en Madrid. “Yo nunca hablaré con las zetas”, señala, orgulloso de conservar su acento. Decidió irse de Colombia cuando el M-19 tomó el Palacio de Justicia en noviembre de 1985. “Fue una acción disparatada y loca de la guerrilla, pero la reacción del gobierno y del ejército, sobre todo, fue tan brutal que dije ‘algo ha cambiado’. Mataron a lo mejor de la Corte Suprema de Justicia, lo único respetable que quedaba de las instituciones colombianas, y más de cincuenta civiles”, recuerda Schwartz, ganador del I Premio Norma de Novela con El salmo de Kaplan. El jurado, integrado por Eduardo Berti, Nélida Piñón y Rafael Humberto Moreno Durán, eligió por unanimidad esta novela –entre las 621 presentadas a la primera edición del concurso–, porque “despliega una trama inteligente y divertida, narrada de forma precisa e inquietante”. El ganador ironiza sobre lo que significa este reconocimiento. “Me satisface que le hayan dado el premio a un desconocido en los ámbitos de la farándula literaria española y colombiana.”
El salmo de Kaplan surgió de eso que Cheever llama “los materiales familiares”. En la comunidad judía de Barranquilla, ciudad en la que nació Schwartz en 1956, siempre se festejaban las capturas de jerarcas nazis refugiados en distintas partes de Sudamérica, como la de Adolf Eichmann (que disfrutó de una vida apacible en la Argentina). “A menudo se hablaba de algún nazi que vivía en la playa y los más ancianos de la comunidad empezaban sus propias pesquisas”, recuerda el escritor colombiano. El viejo Jacobo Kaplan, el entrañable personaje de la novela de Schwartz, vive en el encerrado mundo de la comunidad caribeña de Santa María con la certeza de que, a pesar de haber sido uno de los miembros más respetados por su rectitud de juicio y sus conocimientos en historia judía, ya no goza de la consideración de otros tiempos, cuando, a falta de rabinos, le pedían que oficiara ceremonias matrimoniales o dirimiera litigios entre sus correligionarios.
La noticia de una organización secreta que estaba construyendo una red política, militar y financiera en Latinoamérica para el resurgimiento del nazismo pone en estado de alerta al viejo Kaplan, que decide llevar a cabo un proyecto insólito: capturar al líder de esa organización nazi que tenía su centro de operaciones en el restaurante de una playa cercana a la comunidad. “Kaplan quiere recuperar la dignidad perdida, pero sus hijos no lo ayudan y sus nietos, la tercera generación, ya están muy asimilados en la vida caribeña. El viejo siente que su mundo se pierde y en un momento decide emular una hazaña como la de Eichmann para recuperar la dignidad”, explica Schwartz en la entrevista con Página/12.
–Kaplan dice que “el antisemitismo es una enfermedad contra la que no hay vacuna”. ¿La educación podría ser una vacuna?
–El germen del antisemitismo y de la intolerancia en general está muy arraigado en nuestras sociedades. El Holocausto es un sello que ha quedado grabado en la memoria colectiva de la humanidad y cualquier brote de antisemitismo provoca un revuelo muy especial. En España hay una intolerancia cada vez mayor hacia la población magrebí. El mundo no está siendo educado para la tolerancia. Como caribeño que soy, preferiría que ni siquiera se educara para la tolerancia sino para la indiferencia porque la tolerancia presupone discriminación. Lo que me gustó de criarme en Barranquilla es que es una de las ciudades más cosmopolitas que he conocido, ahí la mezcla está basada en la indiferencia y no en la tolerancia. Creo que falta mucha educación para llegar a ver al otro realmente con naturalidad.
–Kaplan contrata a un cabo de policía, Contreras, para capturar al líder de la organización secreta nazi. ¿Por qué el policía acepta las “locuras” del viejo?
–A Contreras le pasa lo mismo que a Sancho Panza: entra en el juego y al final quiere seguir la aventura, pero Kaplan regresa decepcionado y desilusionado. El contrapunto entre el viejo y Contreras reconozco que es producto de mis lecturas del Quijote. Apenas empezaba a tomar forma la novela, me di cuenta de que necesitaba a alguien que hiciera de contrapeso de esta “locura transitoria” de Kaplan, y nada mejor que una persona con sentido común y una propensión al disfrute de los placeres terrenales como el cabo Contreras. Evidentemente no somos ajenos a nuestras lecturas y en algún momento en mi cerebro debió activarse la neurona que decía Quijote y Sancho.
–Usted muestra en la novela una comunidad judía que en sus reuniones sociales se deleita con los chismes. ¿Qué función le asigna al chisme?
–El recurso de contar los chismes refleja la asfixia de una comunidad pequeña. Hay un momento en la novela en que Kaplan le está dando consejos a su nieta y ella lo deja con la palabra en la boca porque se entera de que se ha roto un matrimonio y se va a hablar con su abuela. En la medida en que una comunidad es más pequeña, afloran todas estas tensiones y sentimientos que tienen su máxima expresión en la familia. Cualquier familia es un hervidero de chismes, pasiones, tensiones, odios y amores. Yo llevo viviendo veinte años en España y no formo parte de ninguna comunidad ni de ningún club, y ahora siento que mi vida se ha aligerado, que estoy necesitando reabastecerme de chismes (risas).
Marco Schwartz señala que tiene dos pilares literarios: la Biblia y Kafka. “Si algún día tuviera poder, haría una reforma educativa para que se estudiara la Biblia en literatura, y aboliría esas cosas llamadas religiones”, asegura el escritor colombiano. “¿Existe un relato más maravilloso que David contra Goliat? Quitémosle la figura de Dios: un pequeño, sin ropa y con una piedra, mata a un grandote con una armadura.” Schwartz dice que podría citar a muchos autores que admira como Primo Levi, Joseph Roth o Ernesto Sabato. “Leí Sobre héroes y tumbas a los 18 años y me quedé de rodillas. Quería una mujer llamada Alejandra y como no la tuve, a mi primera hija la llamé Alejandra.”
–¿Y el “santo dios” de la literatura colombiana?
–Yo fui víctima de García Márquez, todos en su momento quisimos escribir como él, pero lo respeto muchísimo. Veo a una generación que trata de matarlo, pero muchos de esos escritores nunca han salido de Colombia y escriben una novela centrándola en Madrid y en París con un mapa. No han estado en esas ciudades, pero lo hacen para ser cosmopolitas. Ese prurito contra García Márquez no me gusta. Yo no sé en qué sitio de la literatura universal está García Márquez; en mi podio, entre los grandísimos, evidentemente no está, pero lo admiro muchísimo por Cien años de soledad, El coronel no tiene quien le escriba o Crónica de una muerte anunciada.

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Para Schwartz, “falta mucha educación para llegar a ver al otro realmente con naturalidad”.
 
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