Sábado, 12 de enero de 2008 | Hoy
CHICOS › LO NUEVO DE CHIQUILLADAS
La obra Las aventuras de Martín Rueda recorre las aventuras de un gaucho al ritmo de zambas y chacareras.
Por Sebastian Ackerman
Martín Rueda es un gaucho que quiere conquistar el amor de Lucinda, la china más linda del pueblo, y entre zambas, chacareras y chamamés emprende un viaje a Buenos Aires para demostrar su valor. En una época de recuperación telúrica, en clave de comedia, Florencia Pérez y Sergio Lobo dan cuerpo en plena calle Corrientes a dos personajes propios de las pampas argentinas, protagonistas de Las aventuras de Martín Rueda. Ambos aclaran que Martín Rueda “no es un niño, es un hombre, y quiere casarse. Tiene esa problemática más de adulto que es la soltería, que en definitiva es la soledad. Y ése sí es un tema caro a los chicos y nos pareció que era una manera tierna de tratarlo” en un contexto que es “toda la Argentina, incluso hacemos algo candombeado, del Río de la Plata. Hay un lenguaje popular que está instalado en el imaginario muy fuertemente y que cuando lo proponés se produce una conexión muy fuerte, creo que en gran medida por la música folklórica: se produce una ceremonia muy nuestra”, sostienen a dúo. Esta tercera producción del Grupo Chiquilladas se presenta los sábados a las 18.30 en Liberarte (Av. Corrientes 1555).
La obra había nacido para adultos, pero fue el personaje el que la llevó a que se representara para los chicos. “Yo soñé con el personaje –cuenta Lobo–, con un gaucho con una característica muy especial que estaba estaqueado en una piedra en el desierto, y me levanté a las tres de la mañana y escribí la idea. La obra la pensé para adultos, empecé a escribirla pero no andaba. No me cerraba por ningún lado, y me di cuenta de que era un personaje para niños. Respetando esta historia de contar un cuento tradicional a los chicos, pero en nuestro contexto, nuestro lenguaje, nuestros signos culturales, nuestra música.” El autor la define como un grotesco infantil, ya que “a partir de los instrumentos pobres intenta resolver los problemas de la modernidad, es para chicos porque me pareció muy tierna la idea del antihéroe, con muy pocos instrumentos pero muy empecinado para alcanzar lo que quiere”, explica.
Las aventuras de Martín Rueda propone sobre el escenario no sólo la participación de los actores sino también la manipulación de muñecos y la música en vivo, con un cuatro cubano adaptado como guitarra, para recorrer distintos ritmos folklóricos de nuestro país. Lobo confiesa que “es la primera vez que manejamos muñecos, lo hacemos por una necesidad técnica del relato. Pero como ocurre siempre, te enamorás después de los muñecos”. “¡Los tratamos mejor de lo que nos tratamos nosotros!”, ríe y sigue: “Lo elegimos para sumar personajes para contar la historia, porque son los antagonistas. La fascinación que tienen los chicos por los muñecos es impresionante, y también generan fascinación en nosotros, es real. Y hacemos música en vivo porque nos encanta y porque es otra cuestión la que se produce con el público cantando en vivo. No es por un tema de virtuosismo sino porque se establece una ceremonia distinta a la música pregrabada: es un aquí y ahora, compartir un momento musical”. Y Pérez completa: “Donde se puede jugar mucho más, porque al estar en vivo cantando uno puede jugar acercándose al público y no que los chicos vean que uno mueve la boca y no sale sonido. Comunicativamente es un plus”.
¿Por qué trabajar para los chicos? Si bien en estos tiempos en los que no tienen obligaciones escolares parece una idea redituable, hay más motivos para hacerlo. Pérez sostiene que “hay una frase que puede sonar fea, pero los chicos me son fáciles. Con esto digo que los chicos no me ponen nerviosa, los disfruto, me divierten, me dan curiosidad. Trabajamos para los chicos y con los chicos. En teatro, si no fuera para chicos no haría nada, porque me gusta hacer payasadas, divertirme, escuchar la carcajada de los chicos. Tienen una mirada tan ingenua, entre curiosidad y fantasía, y eso me ayuda a seguir. Esto tiene que ver con divertirse: yo la paso bien”, resalta. Y Lobo señala que “sobre todo disfrutás de la sinceridad: disfrutás de un público en el que no hay posibilidad de ser políticamente correctos. No les gusta, y empiezan los famosos Mamá, ¿vamos? o ¡Qué aburrido!. Al principio pensás ¡Qué horror!, ¿qué hago?, pero después es una escuela trabajar con ese nivel de sinceridad brutal, no hay posibilidad de camelo, de disfrazarte de nada. Entretenerlos y comunicarte, básicamente comunicarte. Y eso te falta cuando no hacés teatro para niños, ese vínculo sincero”, afirma.
La abundante oferta en la cartelera infantil es una buena oportunidad, según Pérez y Lobo, para que padres e hijos puedan compartir un espacio común, para que puedan dialogar sobre un mismo tema y compartir opiniones. Para Pérez, el teatro infantil es “un lugar donde se pueden encontrar. Donde el papá puede jugar con el chico; hay un espacio lúdico de comunicación. Además, el teatro para niños también es un teatro para grandes, porque los traen, pero también porque los adultos disfrutan las obras, la posibilidad de reírse con algunos gags olvidándose de que son el adulto, lo pacato, lo formal. Los adultos no tenemos muchos espacios donde reírnos como cuando éramos chicos, y acá se sueltan y se sienten avalados porque tienen un niño al lado. Hay que contemplar que hay un adulto al lado del niño. Cada uno se queda con algo: las grandes cuestiones también se debaten con los niños”, dice. Y Lobo resume: “Hay también una cuestión práctica: los chicos van con los padres al teatro. Y luego comentan la obra, charlan sobre la obra. Hay una propuesta de comunicación”.
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