Jueves, 1 de diciembre de 2011 | Hoy
DANZA › ELEONORA CASSANO LE PONE FIN A SU CARRERA CON DOS ESPECTáCULOS EN EL MAIPO
La bailarina clásica repone dos propuestas: La Duarte, sobre la vida de Eva Perón, y un programa mixto que incluye Carmen, de Bizet, y Entre tangos y milongas, con música ciudadana.
Por Facundo García
Eleonora Cassano se despide con ¡Chapeau!, la gira que cerrará su carrera como bailarina clásica. Luego de casi tres décadas de trayectoria, la artista –que ganó renombre internacional con espectáculos propios y también por ser la partenaire de Julio Bocca– repone dos propuestas en el teatro Maipo (Esmeralda 443): esta noche saldrá con La Duarte, sobre la vida de Eva Perón; en tanto que la semana próxima ofrecerá un programa mixto que incluye a Carmen de Bizet, más un paseo por la música ciudadana que lleva por título Entre tangos y milongas. Coqueta, la Cassano se cambia de ropa varias veces antes de las fotos. Vigila sus piernas y la tersura de sus brazos. Y confiesa, al final, que la danza se ha transformado para ella en una actividad espiritual, más allá del perfeccionismo y las exigencias físicas. “Está bueno, porque a esta altura de mi vida me callo pocas cosas”, se divierte. Siente –y lo confirma en la comparación que implica repasar sus recuerdos– que ha mejorado su actitud ante las entrevistas. “Cómo cambia una... No sabés cómo me costaba hablar con la prensa. Los periodistas nos encaraban a Julio (Bocca) y a mí y se desesperaban, porque no nos salían las palabras. Por suerte lo superé”, cuenta con una sonrisa.
Cambia de tono y se describe sin que medien preguntas. “Hoy bailo desde otro lugar. Con otra entereza femenina. Bailo como madre de dos hijos; con la experiencia entera en el escenario. Sé que se ve y se lee otro mensaje en relación a lo que se veía antes. Es que a medida que vas ensayando infinitas horas, llegás a un punto en el que la técnica te importa un pepino y te fascinan otras variables.” Habría que agregar, además, que la madurez de un artista suele regalar matices. En efecto, las funciones del Maipo van a satisfacer todos los gustos. La Duarte es una puesta de danza teatro inspirada en la vida de Eva Perón. A esa obra –que no tiene parlamentos y se asienta en la potencia interpretativa de los cuerpos– se suman Entre tangos y milongas y una versión de Carmen que mostrará las mieles de lo clásico. “Creo que está claro que opto por personajes femeninos fuertes, que me den un abanico de emociones y zonas dramáticas. No estoy para bobadas”, recalca. Eso de caminar de puntitas, sólo en las tablas.
–O sea que, tras tanta práctica, descubrió que la danza pasa más por el corazón y la mente que por lo físico.
–Es necesario un entrenamiento riguroso, pero el bailarín expresa su interior o se vuelve un gimnasta. Pienso, por ejemplo, en Sylvie Gillem, que en su momento fue una de las bailarinas más prestigiosas: era una chica que podía hacer todo lo que una desearía alcanzar. Hacía todo, menos emocionar. Y a mí eso no me llena. Mi mente no está en aquello de “¿me saldrá tal pirueta o no me saldrá?”
–¿Y dónde está su mente?
–Yo encontré en la danza mi ámbito de máxima expresión. Es donde mejor puedo sacar lo que llevo adentro. De ahí que haya tenido que ponerme a pensar qué voy a hacer de acá en adelante con semejante cantidad de energía. Ya no va a estar ese cauce, esa vía de escape. Seguramente seguiré buscando, sin volver al ballet; pero sí, en cierto sentido esto de ver adónde voy a llevar tal volumen de sensaciones es una preocupación. ¿Cómo rescatar de otro lado lo que me dan los clásicos? Va a ser difícil. Y esto que digo podría aplicarse al público en general...
–¿Por qué?
–Porque me refiero al aporte que le puede dar la danza a un pueblo. La necesidad de seguir un ritmo y una melodía está desde el principio de la civilización. Crecés y vas desplegando esa experiencia. La hacés más rica. ¿Cómo una sociedad va a privarse de las distintas formas de conocer y conocerse a través de la música? La cumbia te pone en una tonalidad emocional, el clásico en otra y el tango en otra. La gente tiene derecho a poder sentir esa variedad de emociones. De hecho, fue uno de los objetivos que nos planteamos con Julio (Bocca) y –desde la producción– con Lino (Patalano): que lo que hacíamos dejara de ser propiedad de una elite. Creo que lo logramos. Se delineó un público y estoy segura de que dejamos una base para los que vendrán después.
En la actualidad abundan los jóvenes talentos. Será todo un desafío, sin embargo, alcanzar los niveles de excelencia que tuvo la generación de Cassano. Por su circuito anduvieron Julio Bocca, Maximiliano Guerra y muchas otras figuras que conformaron una avanzada estética capaz de dar batalla a la chabacanería y el arte-descuido que promovía el neoliberalismo. “Lo que ocurrió con nosotros fue una cuestión de azar –reflexiona ella–. Por supuesto que no debe haber sido sólo eso: después de todo, el país sigue dando buenos bailarines. Supongo que es porque somos una nación joven, y estamos influidos por una gran variedad de sangres e identidades.”
–¿Qué ventaja conlleva esa variedad?
–La ventaja de que cada uno arma su estilo. A lo mejor Bocca no era técnicamente perfecto, pero era él, y era exclusivo. Irrepetible. Ves algo de eso en las chicas y los chicos que se están formando. Y es genial, porque en la Argentina no encontrás a dos personas que bailen igual. El punto débil de eso son los trabajos grupales. En el ballet de Moscú, por ejemplo, están todos cortados con la misma tijera. Perfectamente sincronizados, parejitos. En cambio, acá, si tenés que componer un elenco que se mueva más o menos sincronizado, te volvés loca. Es similar a lo que pasa con la selección de fútbol: individualmente son todos buenos, como equipo es otra historia.
–Y en las discotecas, ¿qué tal anda?
–La rompo. Soy buenísima.
–¿Iría a Bailando por un sueño?
–No. Como jurado, quizá. Y ojo, que al principio fue una idea que cumplía su función. Desde sus posibilidades, mostraba pasos y géneros que jamás se habían visto en tele abierta. Más tarde mutó y perdió méritos.
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