Sábado, 15 de septiembre de 2007 | Hoy
DANZA › LA NUEVA OBRA DE GABRIELA PRADO Y GERARDO LITVAK
La bailarina y el director explican los múltiples sentidos de Casa (urgencia de la intimidad de los espacios), una puesta que combina potencia, abstracción y poesía.
Por Carolina Prieto
Pocas veces el cruce entre danza y nuevas tecnologías conmueve. Basta recordar varios de los espectáculos extranjeros del pasado Festival Internacional de Buenos Aires (como Erection, de Pierre Rigal, y Night Moth, de Petra Haverova) o la muy prolija incursión de la argentina Gabily Anadón con Karo Vertical, para constatar que la técnica suele estar mucho antes que el movimiento. Entonces, el efecto se impone y los resultados, por más virtuosos que sean los bailarines, son fríos y carentes de emoción. El nuevo trabajo de Gabriela Prado y Gerardo Litvak –referentes clave de la danza contemporánea, que se conocieron hace más de diez años en Nucleodanza, la compañía de Margarita Bali, sinónimo de vanguardia y experimentación– escapa a esta tendencia. Casa (urgencia de la intimidad de los espacios) transmite calidez y belleza a pesar de transcurrir en un espacio desolado y glacial. También a pesar de las luces y las proyecciones azulinas, verdes o grisáceas que entran en juego, o de los movimientos por momentos cuasi robóticos, reiterativos y hasta obsesivos de la intérprete. Como si todo confluyera en la creación de climas sugestivos, en los que una mujer (o una niña) recorre un espacio desplegando movimientos que sugieren lecturas múltiples. ¿Un nacimiento, la salida al mundo y el retorno al origen? ¿Una Caperucita galáctica perdida en el cosmos?
La propuesta comienza en la antesala. En una de las paredes se proyecta un video en 3D –un follaje frondoso deja ver pero también esconde un cuerpo femenino en una cita a la obra La chica del bosque, de León Ferrari–, a modo de prólogo, de anticipación de lo que se verá arriba, en el primer piso de El Camarín de las Musas. Techos altos, paredes desvencijadas, un largo corredor con una pasarela en el medio y, en una de sus extremidades, una plataforma elevada. Ahí comienza la acción. Prado, la bailarina del video, con el mismo vestido hecho de delgadas capas metalizadas que descubren espalda y piernas, inicia desde lo alto movimientos mínimos, precisos y rígidos; deviene una chica cibernética bañada de luces e imágenes cambiantes y sutiles al ritmo de un sonido envolvente. Hasta que baja a tierra para desplegar en el pasillo un arsenal de saltos, encadenamientos, aceleraciones y detenciones en un juego inquietante de ondulaciones, líneas rectas y quiebres. Son cuarenta minutos de un viaje abstracto para disfrutar sin forzar sentidos. Las asociaciones y sensaciones son muchas.
–¿Cuál fue el motor del trabajo?
Gerardo Litvak: –El espacio, las ganas de hacer algo en un lugar tan particular como éste. Como empezamos a trabajar a partir de la arquitectura del lugar, lo que primero surgió fue la idea de trabajar con la arquitectura del cuerpo. Con las extremidades, los huesos, la cabeza, los movimientos internos, disociar partes, desarmar, usar múltiples ritmos.
Gabriela Prado: –Siempre me atrajo este galpón, y a partir de un espacio tan rudo y hostil ir hacia lo opuesto, lo bello, lo cálido.
–¿Cómo surge la articulación con la obra de Ferrari La chica del bosque, en el video que se proyecta antes de la función?
G. P.: –Compartí unas performances con él en el Malba y en el CETC y, cuando empezamos a pensar esta obra, tenía muchas imágenes de sus trabajos dando vueltas. Una era La chica del bosque. León me mostró un trabajo hecho en 3D a partir de esa obra y me pareció que tenía mucho que ver con la temática del espacio, de la casa, de la intimidad, de los lugares transitados. Así fue como terminamos haciendo el video, que mezcla una maqueta en 3D y danza. Mi personaje bailando, que se oculta y se muestra a la cámara.
–¿Con qué criterio deciden usar animación y proyectar imágenes en movimiento?
G. L.: –No nos interesa el medio tecnológico en sí mismo, sino usarlo para recrear ciertas luces que nos gustaban mucho. Cuando veníamos a ensayar durante el día, había unas filtraciones de sol y unas sombras tremendas. La idea fue aproximarnos a eso.
G. P.: –La preocupación siempre fue que el recurso técnico no se antepusiera a la obra. Los juegos visuales responden más a la necesidad de determinado tipo de iluminación y de movimiento que a la interacción con la tecnología.
La dupla recorrió un largo camino. Bailaron en importantes compañías locales, estrenaron sus propias obras (muchas veces fuera del país) y se perfeccionaron en el exterior. Para este proyecto, Prado obtuvo la beca Guggenheim a la creación artística y subsidios de Prodanza, del Fondo Metropolitano de las Artes y las Ciencias y del Instituto Nacional del Teatro. El proceso creativo fue largo: ensayos diarios durante un año, que derivaron en “una biografía del movimiento”. “Nos propusimos trabajar con todos los movimientos que hay dentro de un cuerpo. Rescatar aquellos por los que pasó Gabriela, los que quedaron en su cuerpo y contar esa biografía desde un lenguaje abstracto”, asegura el director. ¿Temor a restringirse a un público especializado? En absoluto. “Cuando hay algo que realmente vibra en una obra es para todos. Cualquiera puede gozarla. Y apuesto a que aun siendo abstracta, puede llegar al espectador. Reconozco que es un desafío difícil; en principio para mí, que bailo sola durante casi cincuenta minutos”, asegura esta sorprendente bailarina de jovencísimos 39 años. Litvak, de 43, recuerda el desconcierto antes del estreno del trabajo anterior, Un monstruo y la chúcara, junto a Pablo Rotemberg (otro bailarín descomunal) en el Alvear. “Pánico, directamente. Por función siempre había uno o dos que se levantaban y se iban. Pero la respuesta fue buenísima. La obra gustó, aplaudían mucho por más que para algunos resultara raro o lejano. Yo mismo, cuando fui a ver una instalación por primera vez, no entendí nada.”
Casa (urgencia de la intimidad de los espacios). Viernes y sábados a las 23, en El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960, entrada $20).
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