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Sábado, 15 de septiembre de 2007

LITERATURA › ENTREVISTA A DANIEL SAMPER PIZANO, BIOGRAFO Y AMIGO

“Yo hubiera pagado por ser el biógrafo de Les Luthiers”

“Ellos hacen un gran equipo, son una suma de talento y rigor”, dice el escritor y periodista bogotano, quien también habla de su amigo Roberto Fontanarrosa y de la mediación de Chávez ante la guerrilla colombiana.

 Por Angel Berlanga

En persona, mientras camina desde el departamento que le prestaron en Palermo hasta el bar donde transcurrirá la entrevista, o al posar algo menos cuidadosamente que Julio Iglesias para las fotos, Daniel Samper Pizano destila cada tanto los toques de humor que pueblan más de cuarenta años de periodismo escrito y más de treinta libros. “Fui a San Antonio de Areco, a conocer la estancia de Güiraldes, porque me gusta mucho Don Segundo Sombra”, cuenta. “Quería ver un ombú, así que le pedí a la guía que me mostrara alguno. ‘¿Qué ven ahí?’, nos preguntó en un momento. ‘Un árbol enorme’, respondimos. ‘No, es un arbusto. El ombú es un arbusto.’ ¡Otra muestra de la megalomanía de los argentinos!”

Este bogotano radicado en Madrid desde 1986 vino a Buenos Aires para –entre otras cosas– presentar Les Luthiers de la L a la S, un libro que reformula la primera edición, de 1991, y acompaña hasta estos días la historia del grupo, que acaba de cumplir 40 años y festeja hasta mañana con una serie de charlas, actuaciones, entrevistas y proyecciones que comenzaron a desarrollarse el 16 de agosto en el Centro Cultural Recoleta (la muestra permanecerá abierta hasta fin de mes). “Me parece que una de las cosas más interesantes que han salido de este jubileo lutheriano es el análisis de cómo han hecho humor político”, dice Samper Pizano. “Esa especie de cuestionamiento, y el de por qué no hay mujeres en el grupo, son dos lugares comunes que aparecen siempre. No caen en cierto tipo de panfleto –muy fácil de hacer y poco relevante–, pero a través de la burla a todo tipo de dictadores y sátrapas, militares o no, constantemente reafirman derechos y libertades, algo que América latina siempre necesita. Y se burlan también de las hinchazones de patriotismo.”

Samper Pizano dice que admira a Marcos Mundstock, Carlos Núñez Cortés, Daniel Rabinovich, Jorge Maronna y Carlos López Puccio por ser tan buenos humoristas y músicos, pero también por haberse mantenido unidos tanto tiempo. “Y no porque no hayan tenido discusiones”, explica. “López Puccio dice que lograron que las peleas pasaran de intolerables a soportables. Lo importante es que hayan logrado sortear los problemas, más allá de que persistan las discrepancias: el funcionamiento de ese microcosmos podría trasladarse como ejemplo a organismos más grandes. Incluso, si se quiere, a una sociedad.”

–¿Y por qué cree que se han mantenido juntos?

–Creo que el secreto está en tener reglas de juego claras y observarlas. Y ellos hicieron eso, las respetaron en la medida en que funcionaban, pero también pudieron modificarlas cuando fue necesario. En otra época había derecho a veto: si a uno no le gustaba una canción, esa canción moría. Luego acordaron un cambio y empezaron a decidir por mayoría. Más democrático; puede pensarse que menos riguroso, que podían estar sacrificando un poquito de calidad, pero tampoco garantizaba eso la opinión de uno solo entre todos. He pasado mucho tiempo con ellos, compartiendo almuerzos, comidas, mujeres, y son muy respetuosos. Son amplios en lo grupal y también en lo individual y esto les ha permitido manejar la cuestión. Y además son muy sinceros, algo peligroso en países latinos, porque no se estila. Entonces no hay problema en que uno diga “mira, me parece muy malo esto que has planteado”. Y no pasa nada, se lo bancan bien. Hay que decir que buena parte del espíritu de estas reglas se las deben al doctor Ulloa, el psicólogo que los acompañó durante años.

–¿Cómo se acercó al grupo?

–Empecé como admirador. Alguien llevó a Colombia, en 1975, un casete y me dijo “te va a encantar”. Como no tenía idea de quiénes eran empecé a averiguar. Luego, cuando vine a Buenos Aires, los vi por primera vez en el escenario: y sí, me encantaron. Yo ya era amigo del Negro Fontanarrosa, así que le dije: “Contame algo de estos tipos”. “Soy asesor creativo de ellos”, me respondió; yo no lo sabía. Unos años después me invitaron a la primera función que dieron en Colombia, porque alguien les pasó un texto que yo había escrito sobre ellos. Desde entonces somos amigos. Y creo que por muchas razones: somos de la misma edad, tenemos una procedencia cultural similar, digamos que relativamente educados, que hemos ido a la universidad, que nos gustan la música y la literatura. Incluso a dos de ellos les gusta el fútbol: los otros son descerebrados. Tenemos, además, una cercanía en cuanto a sensibilidad política.

–¿Y cómo surgió la idea del libro en 1991?

–Fui escogido democráticamente a dedo por ellos, algo honroso. Tal vez escogieron a un colombiano para no herir a tantos excelentes periodistas que hay en la Argentina: si elegían a uno, los otros podrían incomodarse. También pudo haber sido porque somos buenos amigos y saben cómo escribo yo, que en mi poliédrica personalidad hago por igual denuncias de corrupción y notas de humor. “Les agradezco mucho, pero la parte económica va a ser muy complicada”, les dije cuando me lo ofrecieron. “¿Por qué?” “Porque no tengo tanto dinero como para pagar por este trabajo.” Hubiera pagado por ser su biógrafo, pero resulta que además de todo me correspondía buena parte de los derechos del libro. Habrán pensado que mi estilo podía acercarse a lo que ellos querían para una biografía; seguramente no querrían algo solemne ni laudatorio, sino un tipo que les pudiera tomar un poco el pelo: digo cosas pesadísimas sobre ellos y no pasa nada. Está escrita con las herramientas del periodista y tiene el espíritu entre crítico y divertido de Les Luthiers.

–Esa amistad y cercanía habrán derivado en dejar fuera cosas que prefirió no contar.

–Por supuesto. Por mi oficio me he podido hacer muy amigo de personas que admiro, de Serrat, Sabina, Ana Belén; me han abierto las puertas de su casa y sus confidencias, pero creo tener claridad acerca de qué cosas sé como periodista y qué como amigo. Obviamente, sé de todas las perversiones horribles que Les Luthiers esconden en la alcoba, de los vicios incalificables que los aquejan, pero eso no era parte de la biografía. Me horrorizaría poner algo de sus vidas privadas. Hubo temas que pude investigar y al final decidí poner muy poco: sus enfermedades, por ejemplo. Cada uno me abrió su corazoncito, y aunque podría haber escrito un libro de medicina, resolví no hacer nada extenso.

–Le habría cambiado el tono.

–Se quebrantaría el espíritu festivo. Primero que todo fui periodista: investigué, hablé con mucha gente, hice entrevistas, busqué libros. Pero el estilo es otra cosa. Mal podría yo emular o rivalizar con ellos en materia de humor, pero sí procuro entrar en su juego.

–¿Qué cambió en el grupo en los últimos años, entre encarar el trabajo en aquel momento y en éste?

–Han adquirido el sentido de la contingencia. En fin, son personas que rondan los 60 años, la mayoría ha pasado esa edad, y saben que, si se viera como un partido de fútbol, están entrando en la segunda parte del segundo tiempo. Eso, de alguna manera, se refleja. Y más cuando hablan de si se retiran o no, del futuro: lo hacen más naturalmente.

–Le preguntaba, más bien, por lo artístico.

–En cuanto a lo creativo siguen manteniéndose en sus parámetros tradicionales. Innovaron en el formato con la incorporación de un hilo conductor que va articulando los demás números. Antes eran una serie de obras sueltas y ahora hay un mayor criterio de totalidad: eso se ve perfecto en Los premios Mastropiero. Y mantienen esa serie de niveles de humor, como siempre.

–¿Cómo explicaría esto de los niveles de humor?

–En sus espectáculos suele haber niños, que captan cosas muy graciosas que para un adulto ya dejaron de serlo, o ni siquiera capta: yo he castigado a mis hijos llevándolos a ver a Les Luthiers. Los movimientos les atraen mucho, las cosas chaplinescas que hace Carlitos, por ejemplo. La parodia ya exige conocer el modelo y su desvirtuación; pero ese nivel es más retributivo, porque parte del éxito del grupo tiene que ver con hacerte cómplice y con que te sientas halagado con eso. Los juegos de palabras también exigen un socio, y ese socio es el espectador, que se festeja a sí mismo el haber entendido. Hay muy poca traducción de palabras; en la Cantata del Adelantado don Rodrigo Díaz de Carreras los indios, en un momento, dicen “¡Minga, minga!”. En otros países eso quiere decir algo feo o nada. En la versión para Colombia, que traduje, decían “¡Pistola, pistola!”, un modo vulgar de decir “no lo hago”. En Venezuela decían “¡Mongo, mongo!”. Pero es extraordinario lo poco que se modifica el material de lenguaje en distintos países y cómo sigue siendo el mismo espectáculo en Medellín, Lugo o Buenos Aires.

“Tienen un rigor extraordinario”, dice Samper Pizano sobre el final. “Todos tocan instrumentos y son capaces de hacer textos, canciones; algunos tienen más habilidades en un rubro específico, como Daniel en el escenario, en lo actoral. Además han desarrollado como personajes: Carlitos es muy alocado, Maronna está siempre medio dormido, Puccio es un tipo medio surrealista que a veces aterriza. Hacen un gran equipo. Y cuando tú sumas talento más rigor, tienes un producto como el de Les Luthiers.”

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“A través de la burla a todo tipo de dictadores y sátrapas, Les Luthiers reafirman derechos y libertades.”
 
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