Sábado, 20 de agosto de 2011 | Hoy
CULTURA › FORO INTERNACIONAL POR EL FOMENTO DEL LIBRO Y LA LECTURA
El escritor y periodista Hernán Brienza visitó la escuela nocturna Fray Mamerto Esquiú, de Resistencia. El autor de Valientes les habló de periodismo y medios a chicas y chicos que pelean por no quedarse afuera del sistema educativo.
Por Silvina Friera
Desde Resistencia
La noche se pone de pie cuando la luna asoma por el cielo de Resistencia. En la puerta de la escuela nocturna Fray Mamerto Esquiú los pibes esperan a Hernán Brienza. Son chicas y chicos que pelean por no quedarse con la ñata contra el vidrio del sistema educativo. Unos cuantos han peregrinado por distintos colegios, fueron expulsados o se quedaron libres. El flaquito de jean y buzo blanco que está apoyado sobre una moto sonríe cuando saluda. La cara se le parte al medio, pero en la mirada persiste el resabio de un viejo dolor: el de haber sido arrancado de cuajo de las aulas. La vicedirectora Miriam Rodríguez de Köhli repite una y otra vez, con su tonada correntina pausada y una voz acolchonada, que es un espacio sencillo. Pero apenas se traspasa el umbral, los murales con lapachos, algarrobos, azahares, margaritas, rosas, diamelas y damas de noche, entre otros árboles y flores, pintados por artistas plásticos del Chaco, son como arcoiris que relampaguean: verde, amarillo, naranja, rosa. Todo en esta ciudad, copada por los escritores que participan en el 16º Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura, invita a abrir bien grandes los ojos.
Aunque se haga el duro y el chistoso, al escritor y periodista le impacta la recepción. “Bienvenido Hernán Brienza. Gracias por visitar nuestra escuela” es lo primero que se lee al entrar en la sala de informática. “Me da gusto venir acá, porque cuando era pibe hice unos meses de nocturna y sé lo que significa”, cuenta Brienza. El flaquito de jean y buzo blanco, sentado ahora en la primera fila, estira y cruza las piernas. “Escribir un libro es un trabajo que lleva muchos meses y no hay nada mejor que compartirlo con aquellos que te leen. Si no te encontrás cara a cara con tus lectores, escribir un libro no tiene sentido.” Valientes, el libro que fue donado a la biblioteca de la escuela por la Fundación Mempo Giardinelli, cuenta actos de coraje de hombres y de mujeres “que son como nosotros, que nacieron del pueblo y que se volvieron después de un tiempo héroes”, resume el autor. “Este libro es casi una forma de faltarles el respeto a aquellos que durante muchos años nos dominaron. Siempre nos quisieron convencer de que no podía haber héroes entre nosotros. Detrás de este libro hay una intención política. No es solamente un libro de cuentos y aventuras, aunque lo es. Me gusta ser sincero y decir desde dónde está escrito para que podamos charlar y discutir. Los héroes no están en las estatuas; cualquier de nosotros puede ser un héroe, solamente hace falta algo: tener la voluntad de ser mejores.”
El flaquito de buzo blanco se sale de la vaina por preguntar. Sabe de qué cuadro es hincha el escritor. “Les pido que me falten el respeto, que rompamos el hielo lo antes posible”, insiste el escritor. Uno de los alumnos le comentó a la vicedirectora que Brienza es de River. “Les aviso una sola cosa: River es por lo único que nos podemos llegar a agarrar a las trompadas; por todo lo demás, no”, advierte en medio de las risas y los murmullos de los pibes. En la sala de informática están también varios docentes de la escuela. Una profesora quiere saber si como periodista está limitado o siente que hay censura. “Nunca podés escribir lo que querés. Ningún periodista dice todo lo que puede decir, pero no por culpa del periodista, sino por culpa de los medios en los cuales trabaja –plantea Brienza–. Imagínense que compran una revista y uno de sus redactores quiere escribir que Chaco es una porquería. ¿Ustedes lo dejarían que en su revista escriba que Chaco es una porquería?” Los chicos, por unanimidad, sentencian que no. “Lo mismo pasa con los empresarios periodísticos. Lo que importa no es tanto la libertad de prensa que tengamos cada uno, lo que sí funciona es la libertad de empresa. Un empresario tiene derecho a comprar un medio y decir lo que quiera decir. Eso a mí no me gusta, pero no puedo dejar de decirlo, porque es lo que ocurre en periodismo. No se puede ser neutral ni independiente; no hay posibilidad de ser objetivo. Ninguno de nosotros puede ser objetivo porque vemos la vida de una manera diferente.” Las cabezas de varias chicas asienten. La de los docentes, también. “Hay un poder social de la prensa de decirles a los demás qué es lo que hay que pensar. Cuando te obligan a pensar de determinada manera, ya no sos libre: sos esclavo del que pensó antes que vos. La única posibilidad que tenemos de ser libres es pensándonos en libertad y logrando que nadie nos imponga la verdad, los sentimientos y la estética de los otros.”
–¿Alguno quiere ser periodista? –les pregunta Brienza.
–No –contestan varios.
–Hacen bien (risas).
La sintonía se afina. Una chica quiere saber cuándo comenzó a escribir. “En mi adolescencia empecé con cartas y poemas de amor a las mujeres que me gustaban; a partir de ahí me di cuenta de que había un placer en la escritura y que a veces me gustaba escribir más que las pibas mismas –cuenta, medio en broma, medio en serio–. A mí siempre me gustó leer, en mi casa se leía mucho, porque mi viejo además creía que la lectura te hacía mejor persona, que te permitía saber cosas que iban a impedir que otros te dominaran. Mi viejo siempre me decía que podían hacer con vos lo que quisieran, pero que no podían sacarte nunca lo que pensaras. Y que la mejor forma de pensar era leyendo, porque te enseñaba a pensar diferente. Esa lógica de creer que podían maltratarte, pero jamás iban a poder que cuando cerraras los ojos fueras libre de pensar lo que quisieras, me abrió la cabeza. La experiencia de tener un libro, de tener tiempo para leer, me parece una aventura difícil de superar.”
Una profesora le pregunta si cree que la juventud lee poco. “Hay un pensamiento que no me gusta: nosotros éramos mejores y los pibes que vienen ahora son todos unos tarados”, responde Brienza. “Ese pensamiento demuestra que me estoy quedando viejo, que ya no entiendo lo que les está pasando a los pibes. El que entra a Internet y googlea Juan Domingo Perón o José de San Martín y tiene la libertad de leer un texto de Leopoldo Lugones, tiene muchísima más libertad de la que tenían mis padres, que solamente podían leer un libro en quince días. Esa información los hace mucho más independientes y al mismo tiempo esclavos, porque la comunicación en Internet también tiene una forma de esclavizar. Pero te da autonomía respecto de quién es el emisor. Google o Wikipedia te dan una información básica que después tenés que corroborarla. Si te interesa mucho, podés ir a un libro, a una película.” Apabulla el autor de El loco Dorrego a los chicos, en el mejor de los sentidos. Interpreta lo que esos chicos y chicas no se animan a decir en voz alta. “El pibe que no lee tiene todo el derecho de pedir tiempo, permiso y preguntar por qué tiene que leer. Puede entrar a Internet, salir por un libro, entrar por una película, mirar un rato el caño de Tinelli y volver a un libro. No hay que ser prejuicioso.” Un docente de literatura de la escuela quiere saber qué opina el escritor sobre el hecho de que se trabajen los mensajes de texto en la escuela. “El lunfardo fue durante mucho tiempo prohibido, estaba mal visto, soslayado. Hubo un gobierno militar que prohibió los tangos en lunfardo porque decía que eran inmorales. Con los mensajes de texto pasa algo parecido; hoy son una aberración idiomática, no respetan la redacción, el estilo, pero tienen una lógica de la practicidad que hay que rescatar –pondera Brienza–. El problema es que se termine pensando con la lógica del mensaje de texto, que el pensamiento de uno se empobrezca tanto que sólo puedas pensar sin vocales. Si permitís abrir la cabeza para jugar con mensajes de texto y al mismo tiempo escribir un soneto, algo que podemos hacer todos, me parece que ahí ganás. La palabra del mañana es la articulación; hay que articular todo conocimiento. Si el pueblo habla o escribe de determinada manera, hay que pensar esa estructura y asimilarla, porque después de todo el pueblo es soberano y la lengua evoluciona.”
Ni los docentes ni los chicos lo quieren dejar ir a Brienza. No hay apuro ni urgencias; firma el único ejemplar de Valientes que tiene la escuela y promete acercarles uno de El loco Dorrego. Se pone de pie y empieza a caminar. “Para mí vale más sentarme en el último banco y ganarme la confianza de ustedes”, subraya. “Lo más hermoso es cuando podés inventar nuevas palabras, cosa que generalmente hacen los poetas. El que crea una palabra, el que crea un mundo, es como un pequeño Dios que va creando cosas.”
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