Sábado, 17 de mayo de 2014 | Hoy
CULTURA › JOSE PABLO FEINMANN, PERSONALIDAD DESTACADA DE LA CULTURA DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
Entre anécdotas y aplausos, el escritor y filósofo fue distinguido por la Legislatura, a instancias de Susana Rinaldi.
Por Facundo Gari
“¡Más respeto ahora, eh!”, reía ayer José Pablo Feinmann desde el púlpito de un colmado Salón Dorado de la Legislatura porteña, instantes después de que la diputada Susana Rinaldi le entregase el diploma que pondera al escritor y filósofo como Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. El padre Domingo Bresci, referente del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo; la escenógrafa y diseñadora María Julia Bertotto, pareja de Feinmann, y Hugo Soriani, por la dirección de Página/12, ya habían hablado al frente y ahora era el turno del homenajeado, que contrario a su –celebrable– costumbre eligió no explayarse demasiado. “La persona que más influyó en mi vida fue mi papá”, arrancó una anécdota. “Yo tenía 28 años, era vanidoso pero tenía sentido del humor, porque la autoironía salva. Mi padre me había tenido a los 50, una aventura en esa época, no como ahora, que tener un hijo a esa edad es común para demostrar que somos todavía bien machos. A mis 28, él tenía 78, y era una maravilla. Teníamos diferencias sobre una sociedad familiar. Discutíamos sobre eso a unos cuatro o cinco pasos. De pronto, él se acercó diciendo: ‘Podrás decir lo que quieras de tu padre, menos que no es honrado’. Y me abrazó llorando. Ese es mi legado, ser fiel a las esenciales elecciones que uno hace. Sigo siendo, como dice Domingo, un anticapitalista y antiimperialista.”
Con breves pero intensos interludios musicales del guitarrista Esteban Morgado y el dúo de la cantante Lidia Borda y el pianista Daniel Godfrid, la cita arrancó con la voz –sentida como la de la cantante que es– de Rinaldi, impulsora del nombramiento. “Hay momentos en los que uno siente que decir ‘gracias, Dios mío’ tiene sentido. Llegar hasta aquí con el corazón palpitando habiendo imaginado que sería difícil que esta Legislatura honrara a José Pablo Feinmann es uno de ellos”, subrayó. Luego hizo una comparación: pedirle a la cantante hablar del filósofo era como pedirle al filósofo que cantara, y antes de mandarse aclaró que lo haría sólo porque Feinmann tenía costumbre de cantar. “Sus clases magistrales son un placer que tenemos los ciudadanos”, sostuvo, apuntando con la mirada al “Feinmann bueno”, como ella misma lo llamó, también entre risas. Las risas estuvieron a la orden del día, es preciso decir para dejar de referirlo. El autor, cuya obra novelística acaba de ser reeditada por la editorial Planeta, metía bocados desde la primera fila para que incluso los expositores dieran paso a una sonrisa. “Cada uno de nosotros, quizás ignorantes de la filosofía, nos acercamos junto a él a ese conocimiento desde el mejor lugar, y nos quedamos prendados. A esto hay que agregarle su gran sentido del humor, que hace cálida la llegada de esos conceptos”, señaló Rinaldi. Además, se refirió a unos de sus capítulos favoritos de Filosofía política del poder mediático, último libro “de ensayos” de Feinmann, y celebró el carácter cortazariano de esa obra, pues “se puede leer de adelante para atrás y viceversa”. Antes del abrazo con José Pablo, modo en que cerraría cada una de las alocuciones, Rinaldi le dijo: “Sos personalidad ilustre no sólo de la ciudad sino de muchos lugares del mundo en donde te veneran”.
La movida había arrancado a las 18.30, con el Salón Dorado recibiendo a tres generaciones de admiradores: con canas, con entradas y con jopos. Estaban, entre académicos y pensadores, los legisladores Edgardo From y Gabriela Cerruti, la escritora y editora Paula Pérez Alonso y el actor y director Sergio Renán. También, por supuesto, sus hijas Verónica y Virginia Feinmann. Ya había pasado casi una hora cuando proyectaron una breve biografía, con algunas fotos antológicas como ésa en la que se lo ve de pequeño abrazando a su perro Bongo. El video refrescó en la concurrencia la versatilidad de acción del homenajeado: licenciado en Filosofía, redactor de la revista Envido, militante en los ’70, novelista de Ultimos días de la víctima, Ni el tiro del final y tantas otras, ensayista de El peronismo y la primacía de la política, Estudios sobre el peronismo y tantos otros (él discutiría la distinción entre novela y ensayo), conductor de ciclos televisivos y radiales, galardonado hasta con dos Martín Fierro. “Es conveniente no ser pensados por el sistema, no vivir en estado de interpretado, como hacen los taxistas que dicen las ideas de la radio que escuchan”, decía en un segmento del programa Filosofía aquí y ahora, emitido por el canal Encuentro.
Llegaban las adhesiones de Estela de Carlotto, la agrupación Recoleta K, la Asociación Argentina de Actores. Entonces subió Bresci, que se desmarcó del “padre” con que fue presentado: “¿Padre de quién? Más fácil, soy cura”. Hace 56 años que lo es. Y fue en los ’70 cuando conoció a Feinmann en la “aventura” (diez números en tres años) que fue la revista Envido, en la que el sacerdote tercermundista era parte del consejo editorial. “¿Qué hacía un cura en una revista de política y pensamiento? Existía en ese momento el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo y era un momento de confluencias. Estábamos preocupados por llevar adelante las luchas de liberación nacional”, sintetizó. Continuó: “Debatíamos sobre marxismo, al cual empecé a considerar de otra manera, y reflexionábamos sobre el peronismo, militábamos, marchábamos, nos comprometíamos. También me vinculé con sus afectos, su familia”. Relató cómo la dictadura cívico-militar los separó y que tampoco se vieron durante la “transición democrática”. El único diálogo entre Bresci y Feinmann en esos años fue “virtual”. “A través de tus libros y artículos en Página/12 –señaló el sacerdote–. Por eso sé que José Pablo siempre nos empujó a una sociedad justa e igualitaria”, aseguró. También recomendó la lectura del artículo titulado “Dios es ateo”, publicado en este diario, y caracterizó al filósofo como “un agnóstico que fue a misa dos veces en doce años”. “Seguro te vas al cielo”, chicaneó. Cerró pidiéndole continuidad en la tarea de “ayudarnos a pensar los grandes interrogantes de la existencia y sobre los hombres concretos del barro de la historia”.
Bertotto manifestó su emoción por el nombramiento (otorgado a partir de la ley 4749). “Estoy honrada de hablar de mi compañero de hace más de tres décadas”, dijo. Contó entonces que se conocieron el 8 de agosto de 1980, que muchas circunstancias complotaron para reunirlos, que Juan Sasturain suele recordarla a ella intuyendo meses después que sería el hombre de su vida. “Empezamos a tener coincidencias lindas, como el cine y la música, todo lo que puede suceder en las grandes amistades.” Agradeció a “José Pablo” la posibilidad de hacerla sentir que podía comprender a los grandes filósofos. De ahí que haya destacado no sólo su inteligencia y su humor, sino además su generosidad. Incluso se permitió ventilar una bebida secreta del autor de El Flaco. Diálogos irreverentes con Néstor Kirchner: una mezcla de juego de manzana, gaseosa cola y soda. Antes de la despedida de Feinmann, fue el turno de Soriani (ver aparte), que se agarró de esa dulzura para justificar, jocoso, su plan de “hablar mal”. “Por ejemplo, con vos no se pueden hacer planes”, primereó. “Cuando empezamos con los suplementos dominicales, el primero fue La filosofía y el barro de la historia: dijimos que serían 20, fueron 55. Luego, Peronismo: filosofía política de una persistencia argentina: dijimos 40, fueron 155”, y siguió tirando números (sorprendentes los de ventas de los libros de Feinmann editados por Página/12). También narró un episodio ocurrido en algún programa de Alejandro Fantino, que presentó La sombra de Heidegger como “A la sombra de Heidegger”, y el autor le salió al cruce: “¿Qué te creés, pibe, que es un árbol Heidegger?” Hablaría del “exilio interno” que Feinmann narra en La crítica de las armas y de un mail vindicatorio de la lucha democrática que le mandó cuando murió el “hijo de puta” de Rafael Videla, pero pronto volverían las risas. Cosas que pasan con los tipos que piensan el pueblo desde su picardía.
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