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Martes, 10 de febrero de 2009

LA ACTUALIDAD POLíTICA Y ECONóMICA TOMó POR ASALTO EL FESTIVAL

El desfile de los monstruos

The Shock Doctrine, dirigida por Michael Winterbottom y basada en el best-seller de Naomi Klein, funciona a modo de manual sobre los responsables de la crisis global. The Messenger acompaña en clave ficcional el regreso sin gloria de un soldado estadounidense herido en Irak.

 Por Luciano Monteagudo

Desde Berlín

La actualidad política internacional tomó por asalto la Berlinale, que ayer puso en el centro de su agenda dos películas –un documental y una ficción– que tratan esos temas que no dejan de asomar en los titulares de los medios de todos los días: la crisis económica mundial y las consecuencias de la guerra en Irak.

Todo lo que usted quería saber sobre el origen de la crisis y no se atrevía a preguntar parece la ambiciosa propuesta de The Shock Doctrine, versión actualizada (y abreviada) del best-seller de la periodista canadiense Naomi Klein, a cargo del realizador británico Michael Winterbottom. Con la lengua afuera, habiendo trabajado –según propia confesión– hasta la noche anterior, Winterbottom (Oso de Oro de la Berlinale 2002 con In This World) llegó a presentar una versión aún no definitiva, un work in progress sobre la tesis de Klein, que encuentra el comienzo de todos los males que vive hoy la economía mundial en las teorías ultraliberales de Milton Friedman y sus Chicago Boys, aplicadas en la mayoría de los casos bajo la fuerza del garrote y cuya experiencia piloto fueron los golpes militares en Chile y Argentina.

Está claro que nadie que vaya a ver el documental va a estar en desacuerdo sobre quiénes son los villanos de la película, empezando por el propio Friedman y siguiendo por una larga lista de monstruos que van desde Augusto Pinochet hasta George W. Bush, pasando por Nixon, Reagan, Videla, Thatcher y Dick Cheney. Pero la necesidad de sintetizar casi medio siglo de una materia tan compleja como la política económica mundial en poco más de una hora y media lleva a una simplificación más que extrema, casi escolar, donde situaciones tan diferentes como el golpe militar contra Salvador Allende o la caída del Muro de Berlín parecen responder sólo a esa “ruptura del relato de la Historia” con que Klein explica la doctrina de shock que Estados Unidos ha venido aplicando sistemáticamente para multiplicar su poder económico y su industria militar.

Casi la totalidad de la película está compuesta por material de archivo –una suerte de shock doctrine de imágenes–, extractos de conferencias de la propia Klein (incluso una de comienzos de este mismo año) y una voz en off que va narrando el tour alrededor del globo, que llega hasta ayer nomás, con la asunción de Barack Obama. De las imágenes que Winterbottom filmó hace unos pocos meses en Argentina apenas si quedaron un par de tomas del frente de la Escuela de Mecánica de la Armada y el fugaz testimonio de Elisa Tokar, sobreviviente de la ESMA, que explica cómo los goles del Mundial ahogaban los gritos de los torturados. Se diría que el único auténtico hallazgo de archivo es el registro de la pomposa ceremonia de entrega del Premio Nobel de Economía a Friedman en 1976 (la misma época en que Suecia daba asilo político a chilenos y argentinos), cuando un activista que había logrado ingresar a la sala lo tilda, a los gritos, de asesino. “Podría haber sido peor”, se ríe nervioso el homenajeado, después de que la seguridad se ocupa de reducir al sedicioso.

Mientras el pequeño Klein ilustrado ocupaba –fuera de concurso– la histórica sala International, en Berlín Este (donde supuestamente los espectadores siguen siendo más politizados), en el Berlinale Palast, ubicado en pleno centro de la nueva Potsdamer Platz, la competencia oficial propuso ayer The Messenger, ópera prima de Oren Moverman, sobre el regreso sin gloria de un soldado estadounidense que vuelve herido del frente en Irak. Por su acción heroica en combate (o más bien por sus pecados, como decía el capitán Willard en Apocalypse Now), el alto mando le asigna en casa una nueva misión: ser el mensajero de la muerte, ocuparse de anunciarles a los familiares directos de las víctimas que ese hijo o ese esposo ya no volverá o volverá en una caja de madera envuelta en barras y estrellas.

La película de Moverman (que fue guionista de Todd Haynes en I’m Not There) promete al comienzo no sólo una mirada crítica, sino también un tono grave, una suerte de réquiem, un poco en la línea del que trazó Francis Coppola en Jardines de piedra. Pero a medida que avanza, el film se va ablandando, pierde la distancia con su tema y sus personajes, se hace cómplice no sólo de su protagonista, sino también de su compañero de tareas, un oficial veterano (interpretado con su habitual presencia por Woody Harrelson) con el cual establece una relación de buddy movie. En una película que se pretende cuestionadora, hay finalmente una visión tibia, laxa, condescendiente. Allí donde debería haber rabia, sólo hay complacencia.

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En The Shock Doctrine queda bien claro quiénes son los villanos.
 
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