MARISA SILVA SCHULTZE, HENRY TRUJILLO Y HUGO BUREL, ESCRITORES
“Buenos Aires y Montevideo han sido lugares de escape recíproco”
El trío vino a participar de “Puente literario: Territorios para descubrir y leer”, un encuentro que busca diluir toda frontera y que analizó a fondo las letras del Río de la Plata.
Por Silvina Friera
Marisa Silva Schultze, Henry Trujillo y Hugo Burel son tres buenos vecinos uruguayos, muy buenos escritores y mejores aún a la hora de hacerse amigos de los argentinos. Pasaron por Buenos Aires para participar de “Puente literario: Territorios para descubrir y leer”, una experiencia que la editorial Alfaguara realizará en todo el mundo de habla hispana para difundir autores que, más que traspasar las fronteras territoriales, quizá terminen confirmando la arbitrariedad de las divisiones en la patria grande de los libros. “Como somos un país muy pequeño, nosotros mismos nos vemos como muy homogéneos, pero tenemos muchas mitades, muchos fragmentos. Históricamente hemos estado divididos en dos, con una capital y 18 departamentos, que son el interior. Con decir que tenemos 19 patentes de automóvil distintas y las multas no se cobran en un solo país... ¡y somos 3 millones de habitantes! Creo que somos más heterogéneos de lo que nosotros mismos creemos”, confiesa Silva Schultze, autora de La limpieza es una mentira provisoria. Así, como la protagonista de su novela, que mira el agua “buscando respuestas en el fondo de algo”, la escritora uruguaya le pasa el plumero a la mentira provisoria de la homogeneidad del otro lado del Río de la Plata.
Hugo Burel, autor de El corredor nocturno, inquietante y perturbadora novela que muestra las grietas y las paradojas de un mundo empresarial en donde las reglas de juego se tornan inciertas, opina que en Uruguay hay tantos modelos y posibilidades literarias como autores. “Cada uno desde su peculiaridad y desde su manera de ver la realidad construye relatos que de alguna manera nos representan a todos. Desde la diversidad somos capaces de representar a la totalidad”, explica Burel en la entrevista con Página/12. “Uno escribe lo que puede, no lo que quiere”, chancea Henry Trujillo, autor de Ojos de caballo, novela ambientada en el pueblo de Mercedes, donde nació el escritor, en la que refleja las peripecias vitales de un puñado de seres humillados y ofendidos por el infierno de la pobreza.
–Lo cotidiano, a pesar de estar enfocado desde distintas perspectivas, tiene un hilo conductor en las tres novelas: una gran insatisfacción con el mundo en el que transcurren las historias, ya sea la “cocina”, “el pueblo” o la “ciudad-empresa”. ¿A qué atribuyen esta insatisfacción?
Hugo Burel: –Es producto de una cierta sensibilidad para reflejar esa frustración en ámbitos tan diferentes, pero que están traduciendo no nuestra propia insatisfacción, sino una determinada circunstancia espiritual de la civilización, que ha cumplido un recorrido. El proyecto de la modernidad se agotó y dio paso a la posmodernidad, que fue una repetición de la modernidad en otra clave o con otra impronta, pero sin vanguardias. La posmodernidad es una especie de gesto moribundo de la modernidad.
Marisa Silva Schultze: –El arte es un vehículo para la expresión de las insatisfacciones, no porque los seres humanos no tengamos satisfacciones, sino porque cuando estamos muy satisfechos no sé si creamos arte. Ese denominador común entre las tres novelas puede ser universalizable a cualquier fenómeno artístico.
Henry Trujillo: –En mi caso, prevalece la idea de encierro, esa frustración no es sólo la de vivir en un pueblo chico sino que estaba en mi intención de que tuviera algo que ver con una idea de la existencia. Hay una incapacidad de ver dónde está mal, y entonces hay una vuelta al mundo de lo cercano, de lo inmediato.
H. B.: –En la novela de Henry, salvando las distancias, sucede algo similar a lo que en algún momento presentó Faulkner con sus relatos del sur profundo, esos encierros, esos personajes torturados, esas situacionessin salida. No importa que sea Mercedes, no importa cuál sea la cocina en donde transcurre la novela de Marisa, sino qué pasa en esa cocina, que puede estar en Montevideo o en cualquier lugar. Si ese tema que presentás se universaliza y es reconocible en otros ámbitos, contiene el germen existencial del hombre. Ahí está el gran desafío de la literatura, y la narrativa de ficción puede acometer esos desafíos que no pasan por el dato preciso del hecho, el color local o la situación histórica; es el drama del hombre, la mujer, o el ser humano que está encerrado o frustrado.
H. T.: –Uruguay tiene ciertas características de sociedad opresiva y ser diferente cuesta mucho. Los diferentes son muy castigados y eso se siente como una falta de libertad, que no necesariamente es política, sino que es algo que está al nivel de la cultura y de la vida cotidiana.
“Ser parecidos en lo esencial y diferentes en lo particular.” Burel acuña esta frase con la que intenta sintetizar lo que los une y los separa. “Yo escribo sobre la crisis del 2000 e instalo en la novela un gerente de una compañía de seguros, y por lo menos estoy haciendo algo no habitual dentro de las letras uruguayas, hasta donde yo sé. Ese tipo humano no estaba muy retratado literariamente. Pero no hay un proyecto, no estoy pensando en los efectos que tendrá este personaje sobre determinada realidad.” Silva Schultze dice que escribió su primer poema a los 7 años. “No puedo saber por qué empecé a escribir poesía sin parar hasta los 30 años, pero siempre hubo una necesidad, casi diría una desesperación de vinculación con los otros. Hubo un momento clave que fue cuando pasé de la poesía a la novela, que tuvo que ver con la necesidad de construir un mundo. Y tal vez también tengo la necesidad de vivir en ese mundo en paralelo, porque cuando uno está escribiendo vive como en dos mundos, y esa sensación de estar escribiendo y viviendo lo que uno escribe es fascinante.” El referente clave de Silva Schultze fue, es y seguirá siendo Felisberto Hernández. “No somos huérfanos, siempre tenemos padres literarios que nos guían, nos apoyan y nos conducen”, añade Burel, que admite que dos de sus padres fundamentales fueron Borges y Onetti.
“En mi caso directamente robo”, dispara Trujillo, ladrón de guante fino de sus maestros. “Empecé a escribir imitando, lo hice explícitamente como ejercicio. Cuando era chico, allá en Mercedes, mi mamá me llevaba todos los domingos a la casa de mi abuela, donde se reunía toda la familia. Las mujeres se quedaban hablando y haciendo comentarios penetrantes respecto de los vecinos. Y yo me acuerdo de que me encantaba. Y como no tengo doce viejas que se sienten a tomar mate y a hablar mal de la gente, entonces escribo”. Recién cuando Trujillo llegó a Montevideo tomó contacto con la literatura latinoamericana. “Uno de los tipos que traté de imitar, por suerte inútilmente, fue Cortázar”, confiesa. “Digo inútilmente porque a raíz de que no me salió, surgió un cuento que no está demasiado mal, que se llama El hormiguero, pero que nadie se va a dar cuenta de que quiso ser una imitación de Cortázar. Pero a raíz de esos fracasos terminé generando un estilo, muy aséptico, despojado, entre otras cosas porque no me sale escribir de otra forma.”
–En dos de las novelas aparece Buenos Aires, por la crisis de 2001 y como una posibilidad de refugio. ¿Qué representa Buenos Aires para ustedes? ¿Hay una zona que se puede llamar literariamente rioplatense?
H. B.: –Tengo una experiencia muy fuerte con esta ciudad porque la primera vez que salí de Uruguay fue para conocer Buenos Aires, y cumplí acá mis 18 años, en marzo de 1969. Además, fue mi primer viaje solo. Me encontré con una ciudad deslumbrante y eso inevitablemente apareció en mi narrativa en dos novelas: Crónica del gato que huye, que se desarrolla en un pueblito al sur de la provincia de Buenos Aires. Es la experiencia de un uruguayo sin empleo, que está viviendo en Buenos Aires, y contesta un aviso para trabajar en una fábrica. En Los dados de Dios hay una historia entre una mujer argentina, que se va al Uruguay cuando asume el primer peronismo, y un pintor uruguayo. He desarrollado toda mi literatura en tres lugares: Montevideo, Mar Azul, que es un balneario inventado en el cual se desarrollan cuatro cuentos míos, y Buenos Aires. La visión que tengo de esta geografía es sin duda rioplatense.
H. T.: –Desde Mercedes, las opciones que tenías eran Montevideo y Buenos Aires, que está más cerca. El litoral uruguayo está más influido por lo que es Argentina, y siempre el horizonte era Buenos Aires. Pero para muchos montevideanos el horizonte también puede ser Brasil. Buenos Aires es como Uruguay, pero más grande. En cambio Brasil es lo contrario, es el país del hedonismo, de la libertad. La historia del Uruguay siempre ha estado entre dos gigantes y optamos por uno u otro.
H. B.: –A mí me tira mucho más Buenos Aires y Argentina, yo con Brasil tengo una distancia sideral, no sé por qué.
M. S. S.: –La primera vez que vine a Buenos Aires tendría 10 años, y no me interesaba en lo más mínimo. A mí lo que me maravillaba era poder viajar en avión porque quería ser aviadora (risas). Tanto Buenos Aires, para nosotros, como para ustedes Montevideo, ha sido un lugar de escape recíproco. Buenos Aires es siempre el espacio de paseo, el lugar para venir a ver las cosas en grande. Es como una suma: es el lugar del escape y del disfrute con alguien que es muy parecido a nosotros. Creo que hay algo rioplatense, pero no me animaría a decir que abarca a toda la Argentina y al Uruguay, sólo se da entre Buenos Aires y Montevideo, como un juego de espejos, de rivalidades, de admiraciones y de envidias.