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Viernes, 3 de abril de 2009

ENTREVISTA A CHARO BOGARIN, DE TONOLEC

El orgullo de ser originaria

La cantante comparte con Diego Pérez un dúo notable, que fusiona música electrónica con sonidos ancestrales de la selva chaqueña. Esta noche presentan en el Teatro IFT su nuevo CD, Plegaria del árbol negro, con mayoría de temas cantados en lengua qom.

Hay algo en la piel de Charo Bogarín que le da un aura qom. Un tono. Un color. O la blandura de esa voz llena de matices. “Abordamos la música toba desde el orgullo de ser originarios”, dice ella, pacífica. Y suele caer igual de parada en el medio del monte chaqueño que en esta sofisticada confitería de Almagro –Las Violetas–, donde un cortado de los chicos puede costar medio sueldo. En ambos lugares se mueve como pez en el agua. Paréntesis: Bogarín es la cantante de Tonolec, dúo que conforma junto a Diego Pérez –experto en bases, sequencers y pistas–, cuya esencia radica, precisamente, en fusionar música electrónica con sonidos ancestrales de la selva chaqueña. Están juntos desde el 2002. Editaron el disco debut, homónimo, en el 2005, que incorporaba una hermosa versión de “Antiguo dueño de las flechas” y un antiguo canto toba que los ancestros habían legado oralmente al presente: “Noyetapec”. Ahora, luego de haber acrecentado y desarrollado esa interacción, salió el segundo disco: Plegaria del árbol negro. Lo presentan hoy en el Teatro IFT (Boulogne Sur Mer 548).

Sigue el paréntesis: igual que el Tonolec (cuya traducción al castellano es Caburé), la plegaria del árbol negro debe su explicación a una leyenda. Si aquél era un ave del monte que tenía la cualidad de atraer a sus presas a través de un canto hipnótico, éste alude a un árbol negro (Nawe’ ‘epaq) que emergía de una laguna poblada de bestias peligrosas. Charo la cuenta en tiempo presente: “En sueños, los chamanes son guiados por sus espíritus auxiliares hasta el árbol para aumentar su poder..., ellos deberán trepar hasta la punta del árbol y realizar cantos o plegarias enseñadas por los espíritus. Cada nivel sorteado tiene un animal o ser guardián que lo representa y el chamán absorberá el poder de ellos a medida que logre continuar su ascenso”. La moraleja, más allá de lo puntual del relato, es que mitos y leyendas tobas le dan al dúo un plafón sólido para disparar su música, sin necesidad de cruzar fronteras. Sigue Charo: “Para qué recurrir a otras mitologías que te enseñan en la escuela, como la griega o la romana, si aquí las tenemos cerca... y son igual de maravillosas. Tan profundas como aquéllas”.

Plegaria del árbol negro tiene doce temas y, a diferencia del disco debut, la mayoría están cantados en lengua qom. Porta, además, un plus en la composición. Cuando en Tonolec Charo y Diego tradujeron cantos ancestrales de la comunidad para retransmitir “al mundo huinca”, aquí fueron ellos los encargados de componer sus propias canciones para retransmitirlas en el idioma qom: “Noxoshiguem” (Nacimiento), “Ishiyipiolec” (Bestiario), “Taguiñe lashe” (Mujer del Este) o “So Caayolec” (Mi caballito) son algunas de ellas. “La idea fue profundizar el camino que iniciamos en el primer disco... digo, éste es un disco mucho más paisajístico, en el sentido de arrojar nuestra propia voz al bagaje de encantos que tiene esa cultura. Además, pusimos el acento en los niños: hay muchos cantos infantiles y voces de niños tobas”, cuenta Charo. En rigor, la idea se engendró en ellos a partir de una actuación en Resistencia para conmemorar el 52º aniversario de la masacre de Napalpí. “Nos pareció tan interesante que los reunimos a todos en una ronda, pusimos un micrófono en el medio y cantaron. Nos dedicamos un día entero a enseñarles las letras y cómo cantarlas, y salió bien. Además, les sirvió para consolidar el coro... quedaron muy entusiasmados.”

–¿Cómo hacen para mantener la interacción con la comunidad toba en el tiempo? Se intuye que la distancia y las limitaciones obvias de ellos para tasladarse atentan contra una relación más aceitada...

–En parte sí, pero nosotros vamos constantemente a tocar al Chaco, incluso al interior de la provincia. Y entonces compartimos escenario con Chela Alapi –el coro toba con el que grabaron el primer disco–, y establecemos una comunicación directa con ellos. El año pasado falleció Rosalía, una de las voces del coro, y sus siete hijos quedaron a cargo de la abuela Zunilda –autora de “La canción de cuna”, caballito de batalla del disco debut–, entonces nos encargamos de colectar zapatitos y ropa para los chicos y se los mandamos. En ningún momento nos pidieron dinero. Todo esto se conjuga con la identificación que existe en términos culturales. Nos interesa que en los cantos, rituales, las rondas de danza y el canto el valor sagrado continúa presente. Hay un vínculo con la naturaleza. Nosotros nos sentimos atraídos por esa energía, por esa forma de trabajo. Es un pueblo castigado, que aprendió a cuidarse, te sacan tu energía de una manera asombrosa.

Cierra el paréntesis: Charo es una fina mujer color dulce de leche. Y su historia da su presente. Es tataranieta del cacique guaraní Guayraré. Nació en Formosa, luego –a causa de la desaparición de su padre, congresal peronista, en 1976– se mudó a Resistencia, y más tarde a Buenos Aires. Es maestra y periodista. Bailarina, actriz en ciernes (fue convocada para actuar en Paco, el nuevo proyecto de Diego Rafecas) y cantante. Es inquieta y llanamente expresiva. Es, por voz pero también por sangre, un nexo natural entre culturas. Es, en esencia, figura significativa de un movimiento estético que se acrecienta: el folklore de raíz visto por los jóvenes de hoy. “Está bueno que estén surgiendo bandas que, desde sus propias miradas, estén vivificando la importancia de nuestra cultura originaria”, cierra, sumergida en el contexto.

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Charo es tataranieta del cacique guaraní Guayraré e hija de padre desaparecido.
Imagen: Pablo Piovano
 
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