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Viernes, 3 de julio de 2009

SEBASTIAN MONK Y SU DISCO “PARA GRANDES” PRUEBA Y ERROR

“La canción se defiende sola”

El pianista-cronista no dedicó esta vez su obra a los chicos. Pero el humor prevalece, no obstante, en los diez cuentos –muchos de ellos desopilantes– encerrados dentro de melodías genéricamente variadas, con invitados como Guillermo Vadalá y Leo Maslíah, entre otros.

 Por Cristian Vitale

Las historias de Sebastián Monk suelen ser disparatadas, pero no un disparate. No es lo mismo. El pianista-cronista no las saca de una abstracción mental, sino de sucesos de la vida cotidiana, sólo que las redimensiona: el baterista que ya no come ni se baña y enferma a todo el barrio; la alumna que se acuesta con el profesor de piano ¡y encima le paga la clase!; una novia con tonada de Austria y Juncal –pero de Llavallol– que lo único que le deja al novio abandonado es un Grandes Exitos de Arjona; o una familia que cree resolver sus problemas de identidad –“No sabía si recibirse, ponerse tetas o comprarse un gato”– con las pastillas destructoras de un psiquiatra trucho: el Doctor Isquierdo. “No las saco de la tele porque no tengo tele, sino de mitologías familiares –arranca él–. No sé... tuvimos un primo que no sabía si ser astronauta o policía y eso es algo muy rico. La cosa ocurrente o disparatada siempre fue digna de mención en mi casa.” “El baterista”, “Su mejor alumna”, “De cada amor que tuve” y “Doctor Isquierdo” –los ejemplos– son cuatro de los diez cuentos metidos dentro de canciones que integran Prueba y Error, noveno disco en la pendular carrera de este “pianista del humor”, cuyo inicio data de 1999. “Me gusta esto de planificar... de ponerme la meta de sacar un disco por año. ¿Cuál es?”, desafía.

–¿Y si no sale?

–Lo dijo Paul Auster, “no hay realidad más importante que la ficción que estás escribiendo”. Si estoy un mes para ver cómo hago para arrimar mesa con milanesa, lo estoy... no me importa si pago o no las cuentas.

Monk, cuya discografía se divide en música para chicos y música para grandes, presentará su disco –claramente posicionado en la segunda línea– el próximo miércoles en la Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131) sin saber aún cómo resolverá la cuestión de la formación. Más que en una banda estable, Prueba y Error está sustentado en figuras que Monk citó al estudio pensando en cada género: para el candombe que abre el disco (“Abran cancha”) el elegido fue Alejandro Balbis –¿quién si no?–; para “El baterista”, Oscar Giunta y Guillermo Vadalá, o para el de-sopilante “Su mejor alumna”, a Leo Maslíah. “El disco no tiene esa cosa de rockero, de autoabastecerse onda ‘con la banda hacemos todo’... espero que no tenga la frivolidad de un disco de sesionistas, ¿no? Pasó que al momento de escribir los textos, éstos pedían una ambientación sonora determinada y me gustó que fuera variado porque, si bien los discos de unidad son buenos, intuí que lo mío iba más por lo ecléctico: como ese cassette que grababas cuando eras chico en lo de tus amigos y tenías un tema de Emerson, Lake & Palmer y después uno de, qué sé yo, Baglietto. Mi disco es un poco de eso.”

–Eso más unas letras larguísimas, casi como cuentos cortos con una excusa musical. ¿Por qué tanta carga en los textos?

–Porque mi premisa es que no tenga que explicar de qué se trata cada tema. Absolutamente todo lo que quiero poner está metido en la letra... es más, cuando tocamos en vivo, si digo algo antes del tema es precisamente lo contrario, algo que no aporta nada sobre lo que es la canción en sí. Para mí, la canción tiene que defenderse por sí sola. Me ha pasado de escuchar gente que presenta una historia buenísima y después, cuando la canta, dice “mi amor, me dejaste”. ¿Por qué no pone la historia en la letra? Además, siempre me gustaron las canciones largas, frondosas: desde el Romance del Conde Olinos hasta “Pedro Navaja” o “El loco de la calesita”. Me gusta eso de sacar la canción de la balada. Lo de cantautor es como un puñal, es algo a lo que muchos le rajamos.

–Ya están los que están, ¿no?

–Y, ¿viste?, cómo hacés para componer “Por quién merece amor” de Silvio, “Sinceramente tuyo” o cualquier tema de amor de Fito Páez o de Spinetta. No se puede competir con Dios. Sobre el amor han escrito los grandes y de manera inmejorable.

–Usted le busca otra vuelta, entonces. “Su mejor alumna”, el romance entre el profesor de piano y la alumna, es un ejemplo más “pragmático”.

–Y creo que ahí la pegué con situarla en un profe de órgano de barrio... un personaje que merece una mención, ¿no? Nadie cuenta que sus primeras clases fueron con un profe de órgano y no de piano (risas).

–Arquetipos del que figura menos. En “Abran cancha” aparece la voz de Gillespi rescatando a los Robin, los Coquitos, las Mendietas, los Sancho Panza o los Nito Mestre. ¿Es autorreferencial?

–Me gusta la derrota como hecho estético. No sé: muchas historias nacen de ver esos pibes que se frustran en las Olimpíadas por una pavada, loco, por ver quién tira un palo más lejos que el otro. Me parece que el deporte no evalúa el trayecto sino el logro, y el trayecto está buenísimo. Además, yo tengo 40 y, a esta edad, el perdedor tiene algo que seduce, porque el ganador tiene poco para contar. A mí me gusta el otro... el que cuenta que un día entró a un baño en París y meó con Picasso, o el que vio a Fito. Para mí esos número uno se pierden lo que es vivirlos a ellos.

–¿Cuando concibe canciones para niños se predispone igual?

–Por tratamiento sí. Si tengo que hacer un tema sobre el Día de la Bandera no hablo de Belgrano, sino de algún segundón que andaba por ahí. Incluso, creo que este disco tiene mucho de infantil por sus historias concretas y a los pibes sabés que tenés que irles con una historia “de una”, con una descripción más que con metáforas. Hay un común denominador que aprendí de María Elena Walsh, que para mí es la más grande de todos los géneros, que es lo concreto en la composición. Lo que aprendí de hacer música para chicos es que de cualquier cosa se puede hacer una canción.

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“Lo que aprendí de hacer música para chicos es que de cualquier cosa se puede hacer una canción”, dice Monk.
Imagen: Pablo Piovano
 
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