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Miércoles, 30 de junio de 2010

ENTREVISTA A FRANCISCO LOMBARDI, EL CINEASTA PERUANO MáS INTERNACIONAL

“Mi cinefilia está intacta”

El director de Pantaleón y las visitadoras y La ciudad y los perros fue homenajeado con una breve retrospectiva en el Festival de Cine Iberoamericano de Ceará. Y le dijo a Página/12 que ver películas no lo anula, sino que lo enriquece.

 Por Oscar Ranzani

Desde Fortaleza

El cineasta peruano que más ha trascendido fronteras afuera de su país es Francisco Lombardi. Desde que comenzó a dirigir, en 1977, no ha parado de filmar películas, muchas de las cuales tienen un marcado tono social. La bisagra en su carrera fue La ciudad y los perros (1985), basada en la novela homónima de Mario Vargas Llosa, y que se sitúa en una escuela militar, donde un cadete es abusado por sus compañeros y muere. El film que marca las condiciones terribles de disciplina y orden militar fue uno de los cuatro que se vieron en el Festival de Cine Iberoamericano de Ceará, ya que Lombardi fue homenajeado con una pequeña retrospectiva. Otro de los largometrajes imprescindibles en la obra de Lombardi que se proyectaron en el Cine San Luis de Fortaleza fue La boca del lobo (1988), ficción que refleja la lucha del ejército peruano contra Sendero Luminoso. La retrospectiva se completó con Caídos del cielo (1990), en la que a través de la narración de tres historias paralelas, Lombardi reflexiona sobre tres generaciones en la década del ’80, sin prescindir del humor pero tampoco de la tragedia social; y otra adaptación de Vargas Llosa: Pantaleón y las visitadoras (1999), que cuenta la historia del capitán Pantaleón Pantoja, enviado por los altos mandos a una misión que consiste en organizar un servicio ambulante de prostitutas para la zona de frontera en la selva amazónica, con el objetivo de tranquilizar a la tropa.

En 1968, Lombardi viajó a la Argentina para estudiar en la Escuela de Cine de Santa Fe, fundada por el gran Fernando Birri, hasta que fue intervenida por la dictadura militar. Entonces, el cineasta peruano regresó a Lima para culminar sus estudios de dirección cinematográfica. “Tengo recuerdos un poco lejanos pero la estadía en esa escuela fue muy importante en mis comienzos, porque salí de Perú con tan solo 17 años, así que no solamente tuve que aprender cine sino a desenvolverme por las mías en el mundo –cuenta Lombardi en diálogo con Página/12–. Fue algo muy importante. Luego fue como entrar en un universo distinto, porque iba con la ilusión de hacer cine de ficción y, de repente, me encontré con una escuela de cine documental. Pero fue muy enriquecedor porque gran parte de lo que terminé haciendo después, que fue un cine más ligado a lo social, tuvo la influencia de la escuela”, reconoce.

–¿Usted adhería en aquella época al pensamiento que entendía al cine como instrumento para la transformación social y política?

–No, en esa época estaba más cercano a todo lo que fue la relectura que se hizo del cine a través de Cahiers du Cinéma. O sea que era mucho más cercano a la crítica de cine que a la realización, porque trabajaba en una revista de cine. Y siempre me había interesado que el cine tuviera un vínculo con la realidad. Los años ’70 fueron la época del cine más militante que sí buscaba transformar la realidad, y yo nunca estuve en esa posición radical. Para mí, el cine fue siempre un espacio de creación artística por encima de todo. Pero sí me parecía muy valorable el hecho de que las películas tuvieran una ligazón con la realidad y que transmitieran un determinado universo propio, que trataran de descifrar lo que era la identidad de ese pueblo multicultural y complicado que es Perú.

–Usted ha realizado numerosas adaptaciones de novelas, no sólo de Vargas Llosa, sino también de Jaime Bayly y Alberto Fuguet. ¿Es una marca en su estilo la adaptación de novelas al lenguaje cinematográfico?

–Espero que no. Si bien es cierto que hay algunas películas adaptadas de la literatura que me gustan, las que más aprecio de mi filmografía son las que tienen guiones originales, como La boca del lobo o Caídos del cielo. O Bajo la piel, que es tal vez la película que más me gusta. El tema es que con la literatura pasan dos cosas: por un lado, es mucho más fácil conseguir un productor si tienes una novela conocida. Algunas de las películas adaptadas las hice porque un productor me ha ofrecido tal libro. Entonces, la literatura termina siendo como un elemento que te da un plus para poder llegar a la financiación. Por otro lado, cuando es un proyecto tuyo, es mucho más fácil convencer a un productor de que lea una novela a que lea un guión. El guión está escrito para ser leído por un experto, un cineasta, para imaginar un poco cómo va a ser eso. Pero está lleno de notas, cosas técnicas. En cambio, la novela está escrita para ser leída por cualquiera. Entonces, para los productores en general, una novela es mucho más accesible. Con esto quiero decir que muchas películas que han sido adaptadas de la literatura han sido en buena medida porque era más fácil conseguir financiación. Aun así pienso que adaptar novelas siempre te permite una multitud de acercamientos. Puedes acercarte a una novela para tomar un personaje que te gusta, como fue un poco mi caso en Tinta roja. Lo que le da valor o no al acercamiento es que tengas un punto de vista.

–Usted también fue crítico de cine. ¿Cómo convivieron en la misma persona profesiones tan diferentes y que tienen sus conflictos?

–No escribo críticas de cine desde hace mucho tiempo, así que ese conflicto ya no existe. Pero lo que sí me ha quedado de mi época de crítico es que veo películas todos los días. Ya no voy al cine porque lamentablemente la cartelera está copada por el cine de Hollywood. Pero con la facilidad que hay ahora con los DVD, tengo la posibilidad de ver películas recientes. Y entonces ese gusto por ver películas por suerte se ha mantenido. Trato de ir a festivales. Voy al Bafici, a Toronto, y veo cuatro o cinco películas por día. Mi espíritu cinéfilo se mantiene todavía intacto. Y eso es interesante porque el hecho de ver mucho cine no me anula sino que me enriquece.

–En los últimos años, algunos jóvenes cineastas peruanos han llamado la atención con sus películas en el ámbito internacional. ¿Cree que hay un movimiento de renovación impulsado por ellos?

–Más que de renovación, diría que hay un movimiento. Porque, en realidad, el cine peruano prácticamente no existía: se hacía una que otra película, eventualmente. En determinado momento, tuve la suerte de contar con una coproducción española, entonces pude seguir una carrera. Pero no se puede hablar de un movimiento de cine peruano anterior. Lo que sí hay en este momento es una camada muy interesante de directores jóvenes que ha surgido a partir de la Ley de Cine de Perú, que es pequeña pero que, por lo menos, está funcionando en pequeña escala. Esa ley ha terminado siendo un trampolín para un grupo de jóvenes nuevos. Anualmente en Perú se están dando entre cinco y seis premios de ayuda a las películas. Y de esas cinco o seis películas que se producen al año, el nivel promedio es extraordinario, porque al menos cuatro van a festivales importantes, ganan premios y tienen reconocimiento. Más de la mitad de la producción es de alta calidad.

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En 1968, Lombardi estudió en la Escuela de Cine de Santa Fe.
 
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