Miércoles, 30 de junio de 2010 | Hoy
TEATRO › CREO EN ELVIS, UNA COMEDIA TEATRAL QUE VA MáS ALLá DE LO BIZARRO
El director Luciano Cáceres y el actor Daniel Campomenosi destacan que el espectáculo apunta al fenómeno Presley en sus más variadas aristas. Creo en Elvis invita a reflexionar sobre conceptos como “verdad” y “mentira” y da cuenta de la automatización de la sociedad.
Por Facundo Gari
Creer es subyugarse a la potencia, doblegarse a los sentimientos para poblar la ausencia aun a pesar de lo que la ciencia demuestre, pues en cierta forma hasta el más acabado empirismo es un acto de fe. Dicen que el dictador romano Julio César alguna vez dijo que “los hombres creen gustosamente aquello que se acomoda a sus deseos”, y aún se puede escuchar en la canción “Yo creo” cómo Elvis Presley le da, de alguna manera, la razón: “Creo que alguien en el inmenso ‘algún lugar’ escucha cada palabra”. Luego de su muerte, el 16 de agosto de 1977, fueron miles de millones los que lo creyeron, pero en vez de ese “alguien” ubicaron al propio rey y, por encontrarlo somewhere de este mundo, se debatieron incontables teorías: que fue enterrado al lado de su padre y de su abuela y no junto a la tumba de su madre, como había solicitado; que su nombre está mal escrito en la lápida; que el ataúd pesaba menos que el cantante de Mississippi; que algunos certificados fueron desaparecidos y que nadie cobró su seguro de vida. Tras ellas, la horda de inquisidores fue a cruzárselo, a veces en simultáneo y durante los casi 33 años desde su última aparición pública, en variados y distantes paisajes del globo. Todavía hay fanáticos argentinos que aseguran que está asentado en Buenos Aires. Y si Daniel Campomenosi saliera con el jopo alto y el traje azul hasta el kiosco antes del inicio de Creo en Elvis, que se presenta los domingos a las 20 en El Grito (Costa Rica 5459), y se encontrara con alguna nena del Sandro foráneo (¿?), indudablemente la mujer caería a besarle los zapatos de gamuza.
Lo que la comedia teatral escrita por Mariano Rochman y dirigida por Luciano Cáceres nuclea es inabarcable, tanto como cualquier texto, en su acepción semiótica: el fenómeno Elvis y sus variadas aristas, más una serie de instancias reflexivas, que apartan por un rato lo bizarro de la puesta en pos de una profundidad acaso metafísica (¿Verdad o mentira? ¿Casualidad o destino? ¿Quietud o movimiento?). Ello a partir de la angustiosa experiencia de cuatro clones del icono de la música popular norteamericana (los restantes, interpretados por Hernán “Curly” Jiménez, Horacio Nin Uría y Joaquín Berthold) bajo las órdenes de sus custodios (Ideth Enright y Martín Kohan, que hace su debut actoral), todos de la Elvis Group Corporation, cuya presunta misión es encontrar al verdadero rey. “Lo que hace Mariano es no profundizar en los temas ‘filosóficos’, sino sólo plantearlos, y eso moviliza a provocar un cambio”, explica Rochman. “Y lo loco es que lo hace de una forma tan ‘irreal’ como es la clonación. La teatralidad no está puesta en hacer chistes, sino que salen de una situación irrisoria”, amplía Campomenosi en la entrevista con Página/12.
–Cáceres, ¿por qué se interesó en este texto?
Luciano Cáceres: –Mariano es un amigo que empezó a escribir y a dirigir en Madrid. Allí tiene una sala y una escuela de teatro que se llama La Usina, y se mandó con dos obras. Una la dirige él (Agujeros negros, que se estrenará en septiembre en el teatro madrileño Lagrada) y la otra me la dio para que la leyera. Justo antes de ese viaje mío a España, con Daniel, Joaquín y Jiménez habíamos hecho la película Lucky Luck (James Huth) en Francia.
Daniel Campomenosi: –Es un film que no se estrenó en Argentina, sólo en Europa, el año pasado.
L. C.: –Ellos tenían la intención de trabajar conmigo. Y cuando leí Creo en Elvis, me llamó mucho la atención. Me pasan muchas obras para que dirija y siempre estoy en la búsqueda. Pero si Mariano no me pasaba ésta, no la hubiera encontrado. Al no haber tantas publicaciones de teatro, si el autor no la trae, a veces no se puede acceder. Además, hacía más de un año que no estrenaba y he llegado a tener cinco o seis proyectos por año. Hice mucho cine, tele, armé una familia, pero tenía ganas de volver al teatro.
–¿Los atrapó, además, por consonancia con sus gustos musicales?
L. C.: –No tanto. De hecho, empecé a escucharlo más por esto. Pero me parecía loquísimo haber visto tantas películas en las que aparece un Elvis. Ves una película china y te aparece uno chino. Es un icono alrededor del mundo. El tipo murió hace treinta y pico de años y aún tiene un mundillo y curiosidades alrededor.
D. C.: –Hace poco, salió que fue una constipación la que lo mató.
L. C.: –A Mariano le gustan mucho las obras de Javier Daulte y de Rafael Spregelburd, y seguramente Creo en Elvis tiene una influencia por ese juego de ciencia, matemática y delirio.
D. C.: –Cuando leí la obra, me llevó a Criminal, de Daulte.
–¿Por qué piensan que el ser humano necesita creer en alguien o algo?
L. C.: –Lamentablemente, la fe está muy relacionada con cómo se vende. Por ejemplo, el libro El secreto, que te vende esto y lo otro. La Iglesia Católica tiene la estampita.
D. C.: –Pero la necesidad ancestral del hombre es siempre creer en algo. Y en esto de los mitos, Elvis fue un fenómeno mundial increíble. Acá también pasó con Gilda y Rodrigo, y tal vez suceda con Sandro, aunque es muy reciente como para saberlo.
L. C.: –Hay cosas que uno no puede demostrar y que considera verdades, y momentos en la vida que hacen dudar, que desestabilizan todo. La persona muy creyente, en los momentos límites de la vida, dice: “Dios, ¿por qué no me das una mano en ésta?”. Tenemos la necesidad de creer y amar a alguien que no va a pedir nada a cambio. Eso pasa con los clubes de fans. La chica que no sale de su casa, que vive en Valentín Alsina, por ahí no tiene para el bondi y ama profundamente a Luis Miguel. Sabe que nunca lo va a cruzar, pero está esperando la oportunidad de que eso ocurra porque es el amor de su vida. Y de repente su ídolo se muere... En el momento existe la duda, porque nunca existió para tocarlo. Porque sigue teniendo la misma comunicación con su después de muerto: lo sigue escuchando y puede seguir habiendo noticias sobre él. Yo soy esa chica de Valentín Alsina.
–¿Qué otros temas profundos aborda la obra?
L. C.: –Habla de la suerte, de las coincidencias, del ser...
D. C.: –Y Mariano plantea todo esto de una forma “irreal” con la clonación. La teatralidad no está puesta en hacer un chiste, pero vemos que el público se ríe...
L. C.: –Incluso, les hice hacer un drama. “Son cuatro tipos que la están pasando muy mal”, les dije, aunque finalmente cause gracia. Mariano los describe de manera muy general: el depresivo, el tonto, el cascarrabias y el enojón. No había pautas físicas, ése fue un laburo con las vestuaristas (Sofía Di Nunzio y Emilia Tambutti). Por los costos, no podíamos hacer cuatro trajes iguales. Hicimos la obra de manera independiente, con un apoyo mínimo de Proteatro. Lo más divertido era que no fueran tipos parecidos a Elvis. Entonces, se me ocurrió que cada uno fuera una época determinada, de uno de sus films característicos.
D. C.: –Les prometieron una carta de libertad cuando encontrasen a Elvis, por eso viven buscándolo.
–Esa escenografía mezcla de oficina y laboratorio, que se trate de personajes numerados y la clonación en sí dan la idea de una automatización de la sociedad. ¿Hacen esa lectura?
L. C.: –Es inevitable.
D. C.: –El espacio marca la opresión con la que ellos viven. Los contiene, pero para nosotros es dificultoso estar ahí adentro, siempre haciendo lo mismo.
–¿Recibieron opiniones de fans de Elvis que hayan visto la obra?
D. C.: –Les encanta. Nos dicen: “¡Juntaron todo!”.
L. C.: –Es loquísimo porque uno dice: “Es de Estados Unidos”, y acá hay un club de adoradores que tiene 700 socios. Todos los agostos se juntan y hacen shows. Y propusimos que el que venga disfrazado de Elvis entre gratis.
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