Viernes, 12 de mayo de 2006 | Hoy
ENTREVISTA CON EL ESCRITOR ISRAELI DAVID GROSSMAN
El autor del recordado El viento amarillo, que predijo la Intifada palestina, estuvo en el Colegio Nacional de Buenos Aires para presentar su último trabajo, Presencias ausentes.
Por Silvina Friera
El escritor israelí David Grossman predijo el levantamiento popular palestino cuando publicó El viento amarillo, una serie de reportajes sobre los territorios ocupados de Cisjordania. El primer ministro de entonces, Yitzhak Shamir, dijo que todo era pura ficción y que los palestinos jamás se levantarían contra los israelíes porque estaban bien económicamente. En 1987, cinco meses después de la aparición del libro, comenzaba la primera Intifada. “Siempre que escribo trato de comprender al otro desde su interior”, explica Grossman. “Especialmente en una situación de guerra o de amenaza, cuando cada una de las partes borra las cualidades humanas del otro, la función de la literatura es volver a recordar cuán humano es el otro.” En Presencias ausentes (Tusquets) apeló al testimonio de los palestinos que viven en Israel para explorar el deseo lógico y la necesidad histórica de compartir un territorio común, hasta ahora desgarrado por luchas fratricidas. “Soy una persona de diálogo en mi vida y en mi literatura porque no las puedo pensar por separado”, admite el autor.
Grossman, que nació en Jerusalén en 1954, es considerado uno de los escritores israelíes más universales de su generación. La semana pasada se presentó en el auditorio del Colegio Nacional de Buenos Aires y habló de sus libros y de su escritura, que apunta a comprobar cómo hace el individuo para preservar su identidad en medio de las situaciones más crueles y tormentosas. El autor de La sonrisa del cordero, El libro de la gramática interna y Chico zigzag (todos publicados por Tusquets), entre otros, dice en la entrevista con Página/12 que, aunque no puede sustraerse de la realidad que lo rodea, la imaginación ocupa un espacio muy importante. “Soy como un iceberg: sólo una décima parte está sobre la superficie del agua y la restante debajo. Pero no soy frío”, bromea el escritor.
–¿Cómo sigue la cuestión entre israelíes y palestinos ahora que el premier Olmert planea dividir Jerusalén?
–Trato de ser realista. Hay tantos parecidos en el carácter de ambos pueblos: somos ambiciosos, sensibles y con mentalidad de minorías que tienen que demostrarse a sí mismos. Aun el sentido del humor entre israelíes y palestinos es muy parecido. El interrogante es si vamos a poder concretar estas similitudes. En este momento es muy difícil saber qué es lo que sucederá en los próximos meses. La opinión pública en Israel cambió después de la retirada de Gaza y comprendió que la conquista se debe acabar y que tiene que haber un Estado Palestino al lado del Estado de Israel. El sector palestino que decididamente no entiende a la opinión pública israelí eligió un gobierno fundamentalista y extremista, lo que dificulta mucho incluso el comienzo de cualquier negociación, porque Hamas no reconoce la existencia del Estado de Israel. Puede ser que Hamas llegue a un acuerdo de cese de fuego con Israel por cinco o diez años. Por supuesto que el cese de fuego es preferible a la violencia, pero no es la paz por la que estamos luchando hace años.
–¿Qué opina de la violencia a la que recurre el Estado de Israel cuando arrasa contra poblaciones civiles palestinas?
–Mi reacción es la misma tanto cuando los palestinos se comportan violentamente como cuando lo hacen los israelíes. No me gustan los asesinos, cualquiera que sea la víctima. La violencia nos mata desde hace 100 años y no nos conduce a ningún lado; simplemente crea más y más violencia. Y yo y todos aquellos que comparten mis ideas queremos llegar a un camino en el cual no se responda en forma automática con más violencia.
–¿Cómo interpretó las declaraciones que hizo Saramago, cuando comparó la ocupación israelí en Cisjordania con el genocidio nazi contra los judíos?
–Fui el único escritor israelí que se encontró con Saramago luego de esas declaraciones, y tuvimos una difícil discusión de casi tres horas en Jerusalén. Traté de explicarle que Israel conquistó los territorios, no desde una ideología nazi con la que trataba de destruir al pueblo palestino, sino porque en 1967 varios estados árabes le declararon la guerra a Israel. Y esta conquista fue la consecuencia de que los estados árabes perdieron esa guerra. Aún hoy, después de 40 años de violencia, los israelíes no quieren de ninguna manera destruir al pueblo palestino, como los alemanes trataron de matar a todos los judíos. Por lo tanto, esta comparación es una combinación de ignorancia y de maldad. Una declaración de ese tipo cierra toda posibilidad de diálogo, y es una gran pena porque Saramago fue muy popular como escritor en Israel.
–Quizá Saramago haya intentado asociar de un modo errático al Estado de Israel con la figura tan polémica de Sharon, cuestionado por violaciones a los derechos humanos.
–Es muy fácil lanzar eslóganes acerca del nazismo, sobre quién es o no nazi. Si nosotros usamos de una manera tan inflacionaria la palabra nazi, en realidad lo que hacemos es neutralizar el significado del verdadero nazismo. Y un escritor deber ser exacto y responsable en el uso de las palabras. Por supuesto que hay que criticar la política de Israel cuando no es correcta o no está bien. Pero esa comparación, en realidad, arruina la crítica.
–Barenboim con su música, usted con su literatura, la cultura en general, parecen estar un paso más adelante en la búsqueda del diálogo y de la paz que la política.
–Me gustaría pensar así, pero vivo en una realidad tan atípica que se necesita que la cultura y la política funcionen a la par. Hay épocas en que la literatura puede crear piedad respecto del otro y hay momentos en que sólo la política es la que puede materializar y hacer madurar eso que los escritores imaginamos. Ya que nombró a Barenboim, hace un año exactamente él y yo hicimos un llamado tanto a los palestinos como a los israelíes para que reconozcan el grado de sufrimiento que se causaron los unos a los otros, y que asuman esa responsabilidad. Publicamos una solicitada en inglés, hebreo y árabe, pero debo admitir que tuvo muy poca repercusión.
–Si bien hay un anhelo de paz, ¿cómo explicaría el hecho de que vivimos en un mundo cada vez más violento?
–En la naturaleza primigenia del hombre hay una tendencia hacia la guerra. Una guerra no se empieza, se continúa, y ese es el problema. Y justamente para hacer la paz hay que sobreponerse a tantos miedos y a tantos impulsos e instintos, que a veces para poder hacerlo hay que ser una suerte de superhombre.
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