Viernes, 12 de mayo de 2006 | Hoy
VIDEO › “LA TORMENTA DE HIELO”
En 1997, el taiwanés retrató una moral en fuga, con un elenco que hoy sorprende.
Por Horacio Bernades
La prueba más evidente del tiempo que pasó desde que The Ice Storm se filmó está en el elenco. Sobre todo en los chicos del elenco. Ese Tobey Maguire de 16 años, ¿sospecharía acaso que llegaría a ser algún día el mismísimo Hombre Araña cuando le pidieron que filmara varias escenas en las que lee Los cuatro fantásticos, ese otro célebre cómic de Stan Lee? ¿Puede adivinarse en el chico de pelo largo y caído hacia los costados al mismo Elijah Wood que terminaría protagonizando El señor de los anillos? El pibe pecoso que hace aquí de su hermano, ¿no se parece todavía demasiado al pequeño Tate de Mentes que brillan? Christina Ricci, ¿no está bastante más gordita que ahora? Y sobre todo, ¿es posible que esa chica de secundario sea la misma Katie Holmes que acaba de darle una hija (y su placenta) a Tom Cruise, y que aquí tiene el primer papel de su vida, antes incluso que Dawson Creek?
Toda clase de juegos temporales pueden hacerse al ver The Ice Storm, que en 1997 filmó, en Estados Unidos y con elenco enteramente anglohablante, el taiwanés Ang Lee, unos años antes de consagrarse para siempre con El tigre y el dragón. Y, se diría, siglos antes de ganar el Oscar al Mejor Director por Secreto en la montaña. Jamás estrenada en la Argentina, casi diez años hubo que esperar para conocer The Ice Storm, que el sello Gativideo acaba de editar en DVD, con el título literal de La tormenta de hielo. Si a alguien la película le parece vieja no es porque el tiempo le haya pasado por encima, sino en tal caso por la confusión que puede promover el hecho de que la ficción transcurra en 1973. En la tele, Richard Nixon intenta tapar todavía el affaire Watergate. Frank Zappa y Elton John suenan nuevitos en la bandeja giradiscos, mientras los jóvenes hablan todavía de revolución y, durante la cena, los papis discuten cierta película llamada Garganta profunda.
Basada en una novela de Rick Moody y con guión de James Schamus –eterno brazo derecho de Ang Lee–, el elenco adulto de La tormenta de hielo no es menos famoso que el elenco junior. Kevin Kline es Ben Hood, papá de Paul (Tobey Maguire) y Wendy (Christina Ricci) y marido de Elena (Joan Allen, que en Nixon venía de hacer de la esposa de ese mismo señor que acá miente por TV). Ben tiene por amante a su vecina y amiga Janey Carver (Sigourney Weaver, incluso antes de resucitar como Ripley en Alien: Resurrection). Las familias disfuncionales recién empezaban a adueñarse del cine estadounidense, pero el hecho es que Ben no sabe cómo hablar de sexo con su hijo Paul y reprende airadamente a la muy activa Wendy, al encontrarla debajo de Mickey Carver (Elijah Wood). Que es, a la sazón, hijo de su amante Janey. Que a su vez se irá con un jovencito de una festichola. Fiestita en la que la despechada Elena Hood deja solo al traidor de su marido y se queda a pasar la noche con el esposo de Janey...
Sí, hay un gran desorden sexual y también una gigantesca hipocresía moral en esta América del Este, en momentos en que muchos sueños caen (incluido el de la revolución sexual) y las instituciones tradicionales tiemblan. Ya se trate de la familia nuclear o de la mismísima cabeza de la Nación. Siempre un muy cuidadoso adaptador, James Schamus sabe mantener la modulación de la novela original, que va pasando, casi sin que uno lo advierta, de ser una suerte de vodevil de Connecticut a una devastadora radiografía del fin de una época, una sociedad, una moral que ha dejado de funcionar. Si los personajes, los temas y hasta el tono pueden hacer pensar en una Belleza americana avant la lettre, convendría observar hasta qué punto rehúsa Ang Lee la burla fácil, la trampa del cinismo, para establecer, con respecto al mundo que retrata, la misma clase de empatía crítica que sabe tender a los aristócratas ingleses de Sensatez y sentimientos, a los guerreros en retirada de El tigre y el dragón o a los cowboys indecisos de Secreto en la montaña.
Esa delicada, perlada oscilación permite que un personaje como Ben Hood resulte a la vez simpático y liberal (el hecho de que lo encarne Kevin Kline ayuda enormemente, claro), hipócrita y de doble moral y, finalmente, patético y digno de piedad. Ese delicadísimo, infrecuente balance entre proximidad y distancia, entre comprensión y mirada crítica, es sin ir más lejos lo que llevó a que tantos interpretaran erróneamente como falta de atrevimiento lo que en Secreto en la montaña consiste simplemente en poner a los personajes en contexto. Seguir el hilo de sus deseos e inconsecuencias, sin pretender convertirlos en modelos, voceros o acusados.
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