Mié 27.03.2013
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SEBASTIáN WAINRAICH, LA RADIO, EL TEATRO Y LA TELEVISIóN

“La comedia parte del drama: siempre alguien la pasa mal”

“Pensar la vida desde el humor es una manera de vivir”, explica el actor y conductor, que no puede evitar que ese humor se filtre en todo. Y a la vez expresa su extrañeza por los que en la calle le piden que recomiende a un terapeuta de la calaña del Dr. Fishman.

› Por Emanuel Respighi

Hay personas a las que les cuesta hablar en serio. Sebastián Wainraich parece ser uno de esos casos. No porque no pueda hacerlo, ni entienda que hay cuestiones en las que no encajan las bromas o las salidas ocurrentes. Nada de eso. Pero el conductor, actor y, sobre todo, comediante, es rehén de la pulsión de pensar en clave humorística cualquier situación de la vida cotidiana de la que sea protagonista o simple testigo. Defecto profesional, mecanismo de defensa o simple “falla” mental, lo cierto es que Wainraich mira al mundo con los particulares ojos de comediante. “Pensar la vida desde el humor es una manera de vivir”, explica el pelado. “No se trató de un proceso consciente. No fue que dije: ‘Como tal cosa me molesta, lo voy a transformar en humor y listo’. Vivo así. Me es natural. Cada cosa que me pasa la pienso para ver si la transformo en un guión o si la comentaré en la radio”, reconoce sin ponerse colorado. “Todavía de esta entrevista no me surgió nada, pero algo se va a disparar, inevitablemente”, aclara, no sin un dejo de culpa en ese mecanismo mental que está siempre activado.

El resultado de esa manera de andar por la vida se puede verificar en los proyectos que actualmente Wainraich encara. Por un lado, se mantiene firme en la co-conducción de Metro y medio, el ciclo de humor que encabeza hace más de seis temporadas junto a Julieta Pink en Metro (de lunes a viernes, a las 18), con la compañía de Martín Reich, Peto Menahem y Pablo Fábregas (“gente poco normal”, según sus palabras). A su vez, desde el pasado fin de semana repuso en el Teatro Maipo Wainraich y los frustrados (viernes y sábados a las 22), un unipersonal en el que aborda el tema de la felicidad desde la óptica de tres personajes disímiles (ver aparte). Y, por último, a Wainraich se lo puede ver cada tanto en la pantalla chica interpretando a Leopoldo Fishman, el particular y desquiciado terapeuta de Juan Cousteau (Adrián Suar) en Solamente vos, la tira de Pol-ka que encabeza el rating de 2013. Tres proyectos distintos, tres ámbitos diferentes, el mismo humor.

“El humor es una suerte de cable a tierra; el método que más utilizo para comunicarme”, explica el ex productor y guionista de Fernando Peña. “Con los años aprendí que hay temas en los que no se puede ni se debe hacer chistes. Aunque en una discusión con mi mujer tal vez me surge de la situación un chiste o algo gracioso, pero en todo caso no lo exteriorizo, lo reprimo. Naturalmente trato de evitar la solemnidad. Pero también intento no molestar al otro con un chiste, si sé que una ocurrencia puede llegar a hacerle daño a alguien. Eso en la faceta cotidiana. A nivel laburo, me gusta cuando el humor incomoda un poco a los poderosos. Aunque no me gusta la provocación al pedo.

–¿Qué sería...?

–Cuando Gustavo Sala hizo la tira en el suple NO sobre David Guetta, el nazismo y el jabón, me pareció que era una provocación, que no era gracioso. Lo hablé con él, incluso. No había problema que joda con Hitler, pero sentí que no había humor y que se terminaba cargando al débil, a las víctimas del nazismo. Es como hacer un chiste sobre los desaparecidos y no con Videla. Para mí se puede joder con todo, pero siempre tomando posición. Todo chiste basado en la realidad molesta a alguien. En el anterior espectáculo de Wainraich y los frustrados, por ejemplo, hacía un chiste sobre el viaje en tren. Tras el accidente de Once me di cuenta de que ya no lo puedo hacer, que me molesta hacerlo y que no causa gracia.

–¿O sea que, para usted, el humor tiene un límite y un sentido político?

–Sí, pero ni siquiera es un límite moral. Es el límite de preguntarme para qué hago el chiste y a quién puedo llegar a molestar. Para mí la prioridad es hacer reír. Después, si dice algo más, si incomoda, si hace pensar, está buenísimo. Lo que no me gusta es provocar. Cualquiera puede provocar diciendo cualquier barbaridad. Provocar es lo más fácil del mundo. Hacer reír requiere de aptitudes naturales y mucho sentido común.

De Peña a Fishman, con escalas

La “escuela profesional” de Wainraich fue tan intensa como rica: durante años fue el guionista del enorme y problemático Fernando Peña (con las responsabilidades “extra” que todo eso acarreaba). Tras varios años en el detrás de escena, el pelado fue ganando espacios en la radio (en la extinta X4 de Mario Pergolini) y en la televisión, donde comenzó su carrera en cámara como notero en el fugaz ardetroya, para luego hacer lo mismo y protagonizar Kitsch, en el viejo Indomables. Luego vendría la conducción de Metro y medio en radio y las de TVR y La Biblia y el calefón, con una pequeña participación actoral en Ciega a citas y Los únicos. Sin embargo, fue recién este año con la interpretación del desquiciado terapeuta del personaje de Suar en Solamente vos donde el comediante alcanzó una repercusión televisiva masiva, propia de la penetración de la tira diaria de El Trece. Allí, Wainraich interpreta a un terapeuta cruel y brutal, que pone en práctica métodos tan extraños y violentos como el bate de béisbol (“un objeto transferencial de descarga”) que le ofrece a su paciente para que elimine sus tensiones. “No me acuerdo si me llamó al celu o me lo comentó en su casa un finde, porque somos muy compinches, pero fue Magnetto (Héctor, CEO del Grupo Clarín) quien me propuso estar en la ficción”, dispara, en broma, ante la pregunta sobre la génesis de su Fishman.

“Me llamó Suar un día a mi celular, me dijo que iba a hacer una tira y si quería hacer de su psicólogo”, cuenta el actor. “Le respondí que sí. Así, sin más: sin arreglar días, ni horarios ni guita... Sólo me contó que el personaje iba a tener continuidad, pero no diariamente. Me gustó más aún, porque no sé si al personaje le daba para estar todos los días, porque yo no tengo experiencia en grabación diaria y porque no sabía si me daban los tiempos con la radio, la familia y mi vagancia. Después nos juntamos para definir perfiles de personajes, relación entre ellos, donde mientras charlábamos íbamos improvisando escenas, y así fue saliendo”, cuenta.

–En esas primeras charlas, ¿ya habían definido la línea psicológica del personaje o la fueron encontrando en la grabación?

–Las dos cosas. Creo que en TV las composiciones de personajes y de relaciones entre sí se terminan de definir en la misma escena, al momento de grabar. Al principio había un perfil y luego fueron surgiendo cosas en la interacción con Suar, que es un tipo que se presta al juego. Se sabía que era un psicólogo, de apariencia tranquila, que de repente se saca y se pone a gritar. También estaba la idea del bate, como un catalizador de energía. El perfil era de un “profesional” que siempre mira para adelante y que no tiene pruritos en maltratar al paciente.

–El personaje de Fishman, además, parece caricaturizar los peores aspectos de los terapeutas, como su supuesta inclinación a “sacarles” plata a los pacientes.

–Es el anti-terapeuta. Es un terapeuta muy interesado en la plata, que no oculta su interés. Pero creo que Fishman, en realidad, no es un chanta consciente. Para él la vida es así. Y la psicología también. Es capaz de decirle a Juan que debe leer su libro, le alcanza uno de la biblioteca, se lo impone, y después le dice que son “80 pesos”. Mientras que a la ex de Juan, cuando fue a la terapia, no se lo cobra. El argumento del terapeuta es que a Juan le tienen que costar las cosas. Uno nunca termina por saber cuánto hay de comerciante y cuánto de método. Es un psicólogo que, además, pone en práctica métodos pedorros. Es un terapeuta que pregunta mucho de todo y nada, pero que nunca le dice nada a Juan.

–¿Hay mucha improvisación en esas escenas de terapia junto a Suar?

–Hay un guión, porque aunque no parezca siempre hay que contar algo que le sucede al personaje de Suar, que tiene un hilo narrativo. Pero en el medio nos permitimos improvisar cualquier cosa. Por lo general, siempre surgen cosas nuevas en el ensayo previo al de la grabación. De hecho, casi siempre tenemos que rehacer la escena, no porque nos olvidemos el texto o haya habido algún problema de cámaras, sino porque nos tentamos de risa. Yo me tiento mucho. Ya de por sí, además, mis facciones tienden a la risa.

–Desde la visión del televidente, la escena de la terapia parecería ser un momento lúdico, tanto a nivel actoral como narrativo.

–Es un recreo. A mí me gusta mucho hacerlo. Creo que la terapia es un recreo en la vida de todos; es el lugar en el que el mundo para. Uno vive acelerado todo el tiempo y cuando te metés en terapia es uno de los pocos momentos –si no el único– en que la vida se detiene y uno puede analizar las cosas, tomar cierta distancia. En tono de comedia y ficción, la terapia de Solamente vos traspasa la pantalla para imprimir un sentido social. Juan va a terapia con todos los quilombos a cuestas, sus cinco hijos, su ex, Aurora... La clave aquí es que hacemos que la terapia sea un espacio opuesto al que el protagonista busca: lo cago a bofetazos, injustamente en la mayoría de las veces... De igual manera, la terapia es un recreo en la continuidad narrativa de la tira.

–¿El sketch hace una crítica subliminal al mundo de la terapia?

–Es una parodia de la psicología. El terapeuta le habla todo el día de guita, es muy comerciante; lo maltrata hasta más no poder; toma partido por el resto de las personas; se agarra de cualquier pregunta para hacer como si lo estuviese analizando pero, en realidad, no lo conduce a ningún lado... La oposición a lo real es un recurso humorístico muy eficaz. Incluso, entre los métodos poco ortodoxos, está que permite que a terapia vengan los familiares de Juan, algo que no está bien. Juan ya llevó a un hijo, a su ex mujer, a su hermana, a la novia de su mejor amigo... Hay tantos buenos actores que facilitan la tarea.

–La ficción, por lo general, logra que en la calle los televidentes no vean a los actores o actrices sino a los mismos personajes televisivos. ¿Cómo es la reacción con Fishman?

–Sí, pasa algo raro. En la calle me paran y me dicen que necesitan una terapia con un profesional como el que interpreto en la tira... ¡cuando el tipo es un hijo de puta! Me parece que esa actitud es la legitimación que da la tele. A nadie le gusta ir a un lugar donde lo maltratan. Mucho menos si en ese lugar va en busca de ayuda. Pero la tele genera esos fenómenos inexplicables. Tal vez sea por el bate, y la gente necesite descargar muchas tensiones. La Argentina en general y Buenos Aires en particular son lugares muy psicoanalizados. Si no fuiste a terapia, al menos se tienen amigos que van o fueron. Eso genera una inmediata identificación. Es una situación un poco ridícula psicoanalizarse...

–¿Por qué lo dice?

–Yo me psicoanalizo hace años y me hizo muy bien. Pero no deja de ser un lugar al que uno va y le cuenta a un extraño un montón de cosas que le complican la vida y que son muy íntimas, muy secretas, muy guardadas. Tan profundas que muchas veces ni siquiera las saben tus amigos, familiares o parejas... Y uno pone su vida en manos de un tipo que uno no conoce. Una locura, muy extraño.

–Tan extraño como que la gente en la calle lo pare para decirle que le gustaría psicoanalizarse con un profesional como Fishman...

–Calculo que es por la tele. El sketch despierta risa, pero en realidad es un drama. La comedia, siempre, parte desde el drama. Por lo general, un personaje siempre la pasa mal. Uno se ríe de la desgracia del otro. Y como el espectador disfruta de ese momento se confunde y piensa que estaría buenísimo tener un terapeuta así. Pero, se sabe, la tele siempre engaña.

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