Miércoles, 23 de enero de 2008 | Hoy
ILIANA Y JUAN CARLOS CALABRO, EL PASADO Y EL PRESENTE DE LA OFERTA ARTISTICA EN MAR DEL PLATA
Por las noches le sacan el jugo a la temporada en “La Feliz” con su espectáculo Calabró + Calabró. The Family Show. Durante el día, el veterano comediante y su hija toman el balneario para un rito familiar que da pie para un análisis de la figura del otro, que incluye el elogio, pero también la visión crítica sobre sus rutinas.
Por Julian Gorodischer
desde Mar del Plata
Durante varias horas compartidas con Iliana y Juan Carlos Calabró en la carpa de Playa Grande, el tema será cómo “el personaje” compite con la vida; será una larga conversación sobre cómo la existencia real a veces puede verse amenazada por la voz aguda que Iliana planta cuando se vuelve “naïf, ingenua” –según define– y aparece lo que le gusta pensar como “una diva popular”, de cuerpo escultural y propensa al reparto de comida casera en la puerta del teatro en el que actúa (en la pieza Calabró + Calabró. The Family Show). En 2008 se le sumó una nueva tarea: la entrega a la multitud de fotos producidas con su firma ya autografiada, el antídoto que encontró para que no la desfigurasen sacándola “sin un ojo o sin una mano”, en esas tomas mal enfocadas que improvisaban sobre su persona desde el teléfono celular. El personaje que está delante de Iliana recrea varias manifestaciones del contraste: canta una oda a la ingenuidad del ama de casa, pero semidesnuda y acompañada del stripper Maxi (con el que se presentaba en Bailando por un sueño); está siempre inmersa en una pelea mediática con otras chicas o, en su momento, con Gerardo Sofovich, pero extraviando la mirada “como si aquí no hubiera pasado nada”. Hoy su preocupación casi excluyente (ya que no tiene muchas) es cómo se ve afectada la concurrencia a su sala, muy distinto a las tres funciones diarias que el año pasado decretaron el boom Iliana.
–Todo está alrededor de este regreso de mi papá –dice–. Cuando aparece Johnny Tolengo se ilumina en todo sentido; la platea estalla en un grito, en alegría desbordante. El me dice: “Yo la verdad es que ni escucho, hago lo mío”. Pero Mar del Plata cambió el clima; estás hasta las nueve de la noche en la playa, y para un espectáculo de corte familiar es difícil tener su segunda función a las doce de la noche. No estamos haciendo tres funciones como el año pasado; la boletería marca el ritmo. ¿Sabe por qué la gente no va en Punta al teatro? –suelta de pronto–. Porque el clima es bueno y se quedan haciendo el after beach. Nunca Mar del Plata era andar de noche con remera y caminando así como así. Son las tres de la mañana y la gente pasea por la costa. El cambio climático está jugando en contra del teatro, pero favorece a todos los balnearios y vendedores ambulantes.
A todos los presentes en esta playa los une una película sobre la piel que es sedosa en el caso de Iliana gracias a las continuas acciones de su asesor de imagen que seca, unta y empareja; oleosa en el caso de Juan Carlos (que no admite ayuda de ningún tipo al grito de “mi equipo soy yo mismo”) y de emergencia dermatológica en el caso del cronista y la fotógrafa. Los Calabró se instalan en su carpa de El Príncipe de Playa Grande desde la mañana; se han habituado al sol rajante, incendiario, con la entrega de cualquier vicioso (que no cuestiona el daño a la sustancia). Coca y Juan Carlos lucen inverosímilmente bronceados, al borde de una piel más que humana, por la oscuridad lograda mayor a la de cualquier mulato y por la resistencia que desafía los consejos para el verano o el marketing de la pantalla solar. Las horas pasan en una modorra que rescata los viejos dogmas de la vacación familiar, porque Juan Carlos impone al grupo una pura onda melanco que, sin embargo (y ahí está la riqueza), celebra la familia ensamblada, la unión no convencional y la pareja rehecha bajo la premisa de que “lo que importa es que los míos sean felices”, tomando del pasado sólo la añoranza de las salas llenas en los ’80 junto al Ruso y a Minguito, pero no la rigidez y los prejuicios sobre cómo hay que vivir. “Mami –salta Iliana–, ésa no es nuestra, es de la nuera de Nadi, no la podés usar. Chicas, déjenle a mi mamá la otra reposera. ¿En qué estaba?”
–Es como si el año pasado hubiera trabajado –interrumpe Juan Carlos, cada uno en un ritmo propio que no siempre cabalga junto al resto–. Es una temporada más, no te altera para nada la vida. Lo mejor de la rutina es que no tenés que esperar a que se hagan las dos de la mañana para ir a cenar con algún amigo. Nosotros no somos de acostarnos tarde, ¿qué haríamos hasta las dos?
Iliana Calabró: –Yo me quedo firmando en la puerta del teatro –como si lo desafiara.
Juan Carlos Calabró: –Yo me voy por atrás, a la cochera, y me voy con el auto. Más vale no estar. Si decís “después te firmo”, quedás mal con la gente. De esta forma no me ven, y descargo todo sobre ella.
I. C.: –Yo les digo: mi papá a esta hora está durmiendo.
Lo que más disfruta Calabró, el padre, es la rutina a telón cerrado de cara al público. Tiene a su cargo una serie de chistes hilvanados, que se guionó de acuerdo con una particular teoría meteorológica de la eficacia escénica. “Yo tengo un barómetro”, dice. “La paso muy bien porque voy probando cosas, y es un aplauso cerrado. Después me da rabia no hacerlo al otro día. Yo no hago chistes malos; cuando hacía El Contra sabía cuándo los tipos iban a aplaudir. Es un golpe, tum, paf... El otro día, en el escenario, estaba hablando con la piba y me dice: ‘¿Tenés algún plan?’. ‘Mejor que el de Chávez para rescatar a las rehenes’, le contesto. La primera vez no pasó nada, pero ayer saqué un aplauso. Es que la gente no estaba enterada el primer día. Siempre se enteran después...”
La reverencia que ella le dedica se corresponde con un leve escarnio que se hizo funcional a la entrañable relación. Comparten la carpa durante todo el día con nietos y amigos. Calabró es el fiscal constante de los errores de la piba, y ella lo va frenando con leves palmaditas que, lejos de aplacarlo, redoblan el tono crítico. “Iliana se prodiga demasiado –empieza el padre–; logró hacerme caso y sacar un monólogo que no la favorecía. ‘No te conviene’, le dije. Estás compitiendo con dos especialistas (el propio Calabró y otro actor de la compañía). La tercera se va a ver desdibujada. Estás cantando con Cortez y con Serrat. Tenés que tener mucha voz para competir. Vos tenés fuerza, tenés ganas...”
I. C.: –¿Y talento no tengo?
J. C. C.: –Son las ganas, la fuerza, lo otro viene acompañado...
I. C.: –Yo también le saqué un monólogo a él. El monólogo aplaca el clima vertiginoso. Viene el sketch, el recital, el mini-recital, y quedaba muy cansada cuando salía con el monólogo. Hablaba de actualidad y de las colegas. Era un diálogo desde el personaje.
Y aquí es cuando empieza el clímax de esta tarde compartida, el momento en que la mujer estudia su desdoblamiento, lo asume, lo combate, se encariña, vuelve a él... Para Calabró, el padre, ponerse la máscara es la forma de luchar contra la timidez. “Si la gente se queda con ganas –dice Iliana, que trata de empezar a dosificar, para que esa mezcla de presunta tarada que compone o de niña a los 40, con cierta deformación de la dicción que se adivina como una cruza de una tanada impregnada y una dificultad para modular bien–, tendrá más ganas de volver a encontrarse con el personaje. Si saturás, la gente se aburre y se cansa. Busco que encuentren a la Iliana del Bailando... Pero no todo el tiempo...
J. C. C.: –Todavía no la han descubierto –redobla Juan Carlos–; haría furor en un espectáculo para niños. Esa es la verdadera vocación que tiene, no el lugar al que se va a volcar su carrera. Ahí podés dialogar, hacer chistes, bailar, y no se te acaban nunca. Si te pasa lo de Carlitos Balá, y la pegás con los pibes, tenés trabajo hasta que te morís. En El Ratón Pérez, Iliana hacía su número con poca ropa y andaba bien.
I.C.: –No, era vestuario para chicos, no, no...
–¿Cómo fue avanzando el personaje?
I.C.: –El personaje venía dando vueltas mediáticamente, cuando me pedían una respuesta a una crítica de una colega o a una descalificación. Se hace fuerte cuando llega toda la discriminación, incluso por el problema de mi ojo (hasta que pude relajar la máscara mirando al horizonte). Pero el personaje se definió ante la crítica y la descalificación, para eludir una respuesta que desde Iliana no me hubiera favorecido.
J. C. C.: –Uno se ampara en el personaje. Mis sketches en la revista los hacía Rómulo, y era un refugio. Ocultás la vergüenza, cruzás las piernas. Yo escondía mi timidez.
–¿Hasta devorárselos?
J. C. C.: –Si no me devoró El Contra a través de 30 años de carrera, ninguno me devora...
I.C.: –A mí, este personaje me ha dado la consagración.
J. C. C.: –Ella tuvo un personaje genial, en Trucholandia, como esposa sumisa de un ñoqui municipal. Pero no tuvo suerte. Duró tres meses. Miguel del Sel era el marido de ella. Y el chiquito ése que estaba con Emilio Disi, ¿cómo se llama?
I. C.: –Nicolás Scarpino. Pero no tuvo suerte.
La mirada hacia atrás los confronta con el departamento de la mejor vista de Mar del Plata, en Playa Varese, que Juan Carlos vendió el año pasado, y “con las mejores temporadas junto a Bredeston o en la carpa con Gerardo”, sigue el padre. “Había menos espectáculos y la gente se repartía menos entre las salas. Ahora algunos se van a tener que ir en febrero. Se repiten, se repiten... Taxi, ¿cuántas veces se hizo? Lo que hay no trasciende. Yo empecé con Extraña pareja, y ahora vuelven a hacer Extraña pareja... Demasiada gente para un asado.” Si algo debiera quedar claro esta tarde es que con algunas cosas no se juega: no se toca a la familia, al amigo, al vecino de carpa en el balneario El Príncipe, pero sobre todas las cosas a los productores de las obras y programas que protagonizan Juan Carlos e Iliana.
I. C.: –Aquella era la Mar del Plata del esplendor. El hacía Minguito, el Contra y el Ruso del humor hacen abuso y como si fuera poco además está Pirucho. Era maravilloso...
J. C. C.: –Minguito era la figura, yo venía segundo, Gerardo tercero en esa época. Hoy vendría primero. Yo lo comprendo bien, sé hasta dónde uno puede llegar. El secreto es hacerte a la idea de que no te tenés que pelear con nadie.
I. C.: –Yo nunca me peleé con nadie. Nunca me peleé con nadie, al contrario. Me han agredido, y yo trato de evadir con el personaje buscando una salida ocurrente. Con Gerardo hice una humorada desde el personaje.
J. C. C.: –Aquel día lo agarró torcido, como a veces le pasa a un marido con la mujer. En otro momento se lo hubiese tomado en broma. Pero ahora está amiga. ¡Cuántas veces fuiste a cortar la manzana!
I. C.: –Gracias a Dios, ¡lo más bien!
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