Miércoles, 23 de enero de 2008 | Hoy
Su condición de cabeza de compañía fue conseguida en base a extraños secretos para el éxito, que reformulan una tradición anterior: se hizo querible gracias a la voz intolerablemente desafinada que aplicó al tema “Libre”, de Nino Bravo, en Cantando por un sueño, y por el ojo estrábico que se le inclinaba hacia arriba y hacia la izquierda cada vez que forzaba la voz, y al tono entre extraviado y al límite de lo bizarro que aplicaba a sus diálogos o peleas mediáticas. La sobrevuela un aire extrañado, el que acompaña al personaje de tiempo permanente, ocupación full time, contestando como esa niña grande, entre extranjera y sordomuda, aun cuando la invitaban a un piso de chimentos, también en el móvil desde la costa, con antecedentes limitados como el de Paolo el Rockero y la Chona de Haydée Padilla, a quienes se les filtraba la caricatura en medio de una alocución como personas. Cuando se la ve en rol, surge la pregunta sobre la decisión de hacerlo, o sobre los alcances de la ficción cuando está desorbitada, fuera de control, como cada vez que ella empieza a deslizar la lengua sin abrir la boca para las vocales ni puntuar las consonantes cada vez, como si se le llenara el buche de saliva y quisiera disimularlo con una posición mandibular apretada y rapidez para comunicar lo que tiene para decir, que por lo general es siempre lo mismo: la exaltación de la familia primaria y la formada, y sus virtudes como madre y ama de casa.
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