Sábado, 1 de noviembre de 2008 | Hoy
MUSICA › OMAR MOLLO, UN CANTANTE ENTRE BUENOS AIRES Y AMSTERDAM
El cantante reparte su tiempo entre sus presentaciones junto al Cuarteto Catenacho y la actividad europea junto al sexteto del bandoneonista Carel Kraayenhof. Esta noche presentará su flamante disco Y que siga... en La Trastienda.
Por Cristian Vitale
Omar, el mayor de los Mollo, acaba de bajarse del 166. Camina, entre anónimo y llamativo, desde la esquina de Juan B. Justo y San Martín hasta la sala de ensayo, dos o tres cuadras apenas, para encontrarse con la gente del Cuarteto Catenacho. Es hora del ensayo previo a la presentación, en Buenos Aires, de Y que siga..., su nuevo disco, el cuarto desde que hace cinco años irrumpió con el revelador Omar Mollo Tango. Rebosa de energía. Al lado, Graciela, su mujer, cierra detalles para el convite de hoy en La Trastienda) ceba mate y trae una enorme fuente con galletitas de todos los colores. Es de tarde. “¿Sabés qué? –arranca él, junto al primer cigarrillo–. Yo a los 30 años estaba muerto en vida, y ahora es al revés. Si el quiosco arranca armadito desde el hogar, todo va mejor. Con Graciela estamos codo a codo en la vida y en el trabajo hace nueve años. Me levanto, pregunto: ‘¿Qué hago hoy?’. Y ella tiene la posta: ‘Tocás acá y después allá’. Soy feliz.” Se nota. Omar no nació tocado por la miel mágica del éxito. Batalló durante años al frente de Mente Alma Materia (MAM), buen grupo de rock pesuti que, en sus comienzos –antes de Sumo– tenía a su hermano Ricardo y a Diego Arnedo entre sus filas, pero sólo pudo registrar dos discos: Opción y Lo ves. Dos discos, cierta malaria, puertas cerradas y muchas interrupciones. “Desde que empecé a cantar tango soy Gardel, loco”, se ríe.
La ecuación cambió cuando, tentado por sus amigos de Los Piojos, registró una imponente versión de “Yira Yira” y no pocos le insistieron: “Vos tenés que grabar un disco de tango. Tu voz da”. “Pero yo tenía un miedo terrible”, admite. “Es que en esto, si no te aceptan los tangueros, no entrás. Hubo muchos que cometieron el error de meterse en el palo y les cerraron las puertas. No es fácil, pero la buena historia la pegué cuando los que saben me dijeron: ‘Podés’. Y bueh... me largué.” A Mollo Tango le siguió Gola y, antes del flamante Y que siga..., un mojón que engalana la discografía: Tango Héroes, junto al Sexteto Canyengue de Carel Kraayenhof. El notable bandoneonista holandés, que acompañó a Osvaldo Pugliese en Amsterdam y fue elogiado por el mismísimo Astor Piazzolla, lo escuchó cantar y le ofreció participar de algunos conciertos. “Me dijo que venía siguiendo mi carrera por Internet, y que le interesaba que cante con ellos. Primero fueron dos shows, después un contrato, dos, tres y... nada, quedé como cantante. Soy el que pone la cara, el que maneja el barco”, se ríe.
Entonces, Mollo –con 58 años– encontró el rumbo. Vive seis meses en Ramos Mejía y seis en Amsterdam, frente a Sarphati Park. “El Zarpaty, ja ja. Abro la ventana del departamento y veo todo eso. Porque, ¿vio?, allá el consumo es libre, y están todos zarpados. Son tan libres, que si pisás el palito podés pasar para el otro lado: a las diez de la mañana están todos con sus copitas de vino... arrancan temprano con una conducta impresionante. Nadie se pelea y cada quien goza de lo suyo”, describe. Cuando no está de gira, en los momentos de ocio, Mollo va al supermercado y la gente lo identifica enseguida. “Todavía no puedo creer lo que pasó conmigo en Holanda: desde que salí en TV me para todo el mundo. Además, bueno, esta carita no pasa desapercibida... allá son todos rubiecitos, lindos. La prensa me identifica como el Ozzy Osbourne argentino que canta tangos”.
–Desafío doble. ¿Cómo fue adaptarse a la ciudad y al Sexteto? ¿Costó?
–Con el Cuarteto fue tremendo, porque ellos tuvieron que adaptarse a mí. No lo puedo creer. Cada vez que voy, tengo más responsabilidad porque me dicen: “Vos venís del lugar del tango”. Es como un yanqui que va a tocar rock a Japón. En los primeros shows tocaban muy bien, pero estaban duros. Los fui ablandando y ahora están más sueltos. Para ellos, que encima hablan español, yo soy el tipo que se encarga de llevar el tango por el mundo. Y en lo personal fui con una condición: que me dejen ser el mismo. Graciela hace las relaciones públicas y me contacta con el resto. Además, el tipo –Kraayenhof– no me dijo “cortate el pelo o ponete un traje”. El toma mate todo el tiempo y quiere que lo haga yo, por la espumita y la escupida.
Del interior de la sala provienen los sonidos venales de Catenacho, otro mundo. La guitarra de “Dipi” Kvitko, el bandoneón del Chino Molina, el guitarrón de Felipe Traine y el contrabajo de Adrián De Felippo se entrecruzan aceitando el plafón para el cantante. Ensayan algunas piezas del disco a mostrar: “Como dos extraños”, de Laurenz y Contursi; “Tinta roja”, de Piana y Castillo; “Mi vieja viola”, de Humberto Correa... “Los pibes del cuarteto me dijeron: ‘Ya hiciste mucho con orquesta, ¿por qué no hacemos algo más mugriento?’. Por eso el repertorio: ‘Barrio pobre’, ‘Tinta roja’, ‘Vieja viola’, un tema que hago con mucho sentimiento, porque tuve una época re colgado en la que largué todo, hasta la guitarra, y ese tema te hace acordar que la fama es puro cuento... Me acuerdo que cuando la volví a agarrar, volví a enamorarme de ella. ‘Si los años de la vida me componen / y la suerte me rempuja a encarrilar / yo te juro que te cambio los bordones / me rechiflo del escabio y te vuelvo a hacer sonar’”, entona, con una impronta Goyeneche.
–¿El Polaco sigue siendo su mayor referente?
–Es el número uno. Tuve la mala leche de no haberlo conocido, pero está él y después... todos los demás.
Ocho y media de la noche, con las primeras luces del crepúsculo, el hombre nacido en los pagos de Atahualpa Yupanqui –Pergamino– emprende la retirada hacia el Oeste. 166, Ramos Mejía. “¿Dónde quiere que vaya? ¿A un country?”, bromea. “Ni ahí, che. Yo ando por la calle. Me tomo el bondi o el tren y los monos me gritan: ‘Aguante Mollo, seguís siendo el mismo’. Y me tomo un vino con los cartoneros. Es jodido no poder ser vos; además, si me convidan algo en la calle, yo lo agarro, ¿por qué no? La gente de la calle es así... te quiere o no te quiere. Y a mí me pasa lo primero.”
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