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Sábado, 1 de noviembre de 2008

MUSICA › HORACIO SANGUINETTI LE PIDIó LA RENUNCIA AL DIRECTOR EJECUTIVO DEL COLóN

Boschet, una víctima del punk

El escándalo comenzó con el baterista de Ramones tocando en el CETC, para un show publicitario. La ganancia para el Colón fue de 120 joggings. Los directores dijeron no saber nada, pero sabían. Y uno de ellos ya debió irse para su casa.

 Por Diego Fischerman

“Un duelo entre cowboys”, fue el resumen de una fuente muy cercana a la mesa chica del macrismo. Horacio Sanguinetti, director general del Teatro Colón, y Martín Boschet, su ahora ex director ejecutivo, tenían las manos sobre las culatas de sus revólveres y se miraban esperando ser, cada uno de ellos, el primero en desenfundar. El que lo hiciera lograría, aunque fuera por un tiempo, limpiar su nombre dejando al otro como responsable único –tal cosa es imposible en una dirección compartida, donde hasta el desconocimiento implica una responsabilidad, y grave– de la crisis que tomó estado público a partir del canje de la sala del CETC por 120 joggings, para realizar un show publicitario de una empresa fabricante de zapatillas. Finalmente fue Sanguinetti el que tuvo los reflejos más rápidos y le pidió la renuncia a Boschet.

De los dos, el director supuestamente ejecutivo había sido el más cuestionado, en particular por su falta de antecedentes previos, por la abulia que transmitía y por un exorbitante salario que excedía a la vez los límites impuestos por la propia administración macrista y sus declaraciones juradas a la AFIP. Pero la dirección en su conjunto, en su tiempo de gestión, muestra marcas por lo menos preocupantes. Hasta ahora no acertó en absolutamente nada, limitándose a anunciar programaciones que luego se desestiman por imposibles y hasta por falta de previsión del lugar donde se irían a llevar a cabo, galas improvisadas nada menos que en el centenario de la sala, intercambios con teatros de San Nicolás o San Luis, promesas de presentaciones de grandes figuras a las que ni siquiera se les ha ofrecido un contrato y una fecha cierta de actuación y funciones escolares de ópera, acompañadas al piano y realizadas en las locaciones más inverosímiles. Mientras tanto, destruyó absolutamente todo lo que se había consolidado en gestiones anteriores y ya acarrea, en pocos meses, las renuncias de su primer director del Ballet Estable, de su director artístico en las sombras, Salvatore Caputo, y del de la Orquesta Estable, a la vez que la Filarmónica, bien conducida musicalmente por Arturo Diemecke pero sin rumbo en su programación, pierde público y perfil artístico.

Se dice que lo que inexplicablemente alargó las vidas de Sanguinetti y Boschet al frente del Colón es la sala cerrada y, por lo tanto, la falta de una confrontación real con los hechos. Pero en lo que no se repara es que la inacción actual derivará en un teatro sin una programación de importancia dentro de dos años, cuando según lo que se afirma estará abierto. 2010 es el año del Bicentenario para Argentina y para México. Este último país aún espera poder coproducir con el Colón, al igual que el Real de Madrid. Los talleres del Colón y su poderío como factoría de ópera, con costos menores que los de Europa e, incluso, de otros países latinoamericanos como Chile, Brasil y el mencionado México, no es un dato menor. Y la fecha redonda es una ocasión inmejorable para encargar obras nuevas y para que vea la luz el repertorio compuesto por los mexicanos Carlos Chávez o Julio Estrada (su ópera sobre el Pedro Páramo de Rulfo no desentonaría en el CETC), por el brasileño Heitor Villa-Lobos, por los argentinos Boero, Gaito o Ginastera o por el español Manuel de Falla, que murió en la Argentina componiendo La Atlántida, su versión mítica de la conquista de América.

Pero ni la Opera Nacional de México ni su Festival Cervantino, que no deja de manifestar su deseo de que Argentina sea el invitado de honor en ese año, ni el Real de Madrid ni el Liceu de Barcelona ni ningún teatro de ópera de América han tenido hasta ahora ningún contacto con el Colón. La programación presentada originalmente por Sanguinetti para los próximos años, ya descartada extraoficialmente por falta de sala en 2009 pero, tal como sucedió con la temporada de la Opera de Cámara, simplemente desaparecida en acción sin que mediara ninguna comunicación al respecto, implicaba la repetición de títulos y la acumulación de dos compuestos por Verdi y tres por Puccini en un año y tres de Verdi y dos de Puccini en el siguiente, sumada a la exhumación de títulos carentes de interés artístico como Izabeau de Mascagni. A esto se suma la promesa de una dudosa presencia de Plácido Domingo –como director y no como cantante– y la actuación del equipo completo de La Scala de Milán en la reinauguración del teatro.

Más allá del peso simbólico de que, después de casi tres años de parálisis, no sean los propios cuerpos estables del teatro los que reinauguren el Colón, lo que se sabe del futuro de la sala no hace otra cosa que confirmar la pobre impresión que impone su presente. La inacción e impericia de 2008 se traducirá en hechos en 2010 y el tiempo de pensar en el Bicentenario es lo poco que queda de este año ya casi perdido. Si las autoridades de la ciudad disculparon la vergüenza de lo que debió haber sido el festejo por el centenario de la sala, no deberían, en cambio, dejar pasar la posibilidad de utilizar el Bicentenario de la Revolución de Mayo para volver a colocar al Colón en un lugar de peso internacional, no sólo como consumidor de cultura sino, sobre todo, como productor.

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El Colón está cerrado, pero la temporada del Bicentenario depende de lo que se haga ahora.
 
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