Viernes, 5 de noviembre de 2010 | Hoy
MUSICA › BUNBURY EN EL GRAN REX
Por Luis Paz
Hay pocos sitios donde la estética rock, las palabras pop, el acting de un clown, un striptease y la música para arrumacos pueden convivir. El primer grupo de lugares es fácil de adivinar: albergues transitorios, hoteles ruteros, cabarets y whiskerías rurales. Pero Buenos Aires tiene, por un período de tres días que culmina hoy, otro espacio para la mezcla: los shows que Enrique Bunbury dio el martes y ayer, y repetirá esta noche en el Gran Rex. Recitales en los que, además de las canciones, los límites entre uno y otro tipo de entretenimiento también se desvanecen o cruzan.
El español, otrora líder de Héroes del Silencio, regresó a esta capital para presentar su último disco, Las consecuencias, un álbum que registra por un lado la aceptación de su llegada a una adultez avanzada y, por el otro, algunas de sus canciones más despojadas, directas y emocionales. Justamente con ese ejercicio presente comenzó su recital, de casi dos horas y ante un Gran Rex colmado: “Las consecuencias”, “Frente a frente”, “Ella me dijo que no” y “Los habitantes”, todas de ese CD y en continuado.
Bunbury tiene un charme extraño, dramático, para lo que acostumbra la tradición que viene a representar (la del cantautor de rock ubicado bajo un halo pop por la fuerza de los años), pero es un tipo de carisma que, igualmente, resulta efectivo en su público. Y, en definitiva, también hay que ver que él es dueño y señor de sus canciones y versos, más o menos inspirados, pero por lo común críticos de las tonterías en las relaciones, y además un performer dramático capaz de embeber con maniobras de brujo.
Por eso (y por autor) hay que escindirlo de la banda que acompaña ahora sus actos solistas: un grupo desparejo, con un guitarrista astuto y un buen tecladista, desnivelados por otra mitad más conflictuada. El lunes, el baterista llegó mal a los cierres de tres canciones seguidas, el bajista se pasó tanto tiempo tocando tónicas como arqueando las cejas a quien mirase (como diciendo “y bueno, tíos, no me dejan tocar más que esto”) y el otro guitarrista fue insoportable: usó no más de diez u once variaciones de acordes pero, eso sí, ocho o nueve guitarras y unas veinte impostaciones “rockeras”, más deudoras de la película Spinal Tap que de El Rock en sí. Desde ya, la mayoría de estas cosas no le importa al público en general, que salpicó devoción en puntos como “Enganchado a ti”, “El extranjero”, “El rescate”, “Lady Blue” y “Apuesta por el rock and roll”. El primero de sus tres conciertos ocurrió entre ese fango, del que él extrajo flores con drama y canciones decentes. Ojalá que para esta noche el resto del grupo se ponga a la altura.
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