MUSICA › ALEJANDRO BALBIS PRESENTARá EL GRAN PEZ, EL SáBADO, EN LA TRASTIENDA
El uruguayo fue cantor y director de murgas, pero hace quince años se radicó en Buenos Aires y, a instancias de sus amigos músicos, finalmente grabó algunas de las noventa canciones que tenía escritas. Las de su primer CD y otras inéditas formarán parte del show.
› Por Cristian Vitale
Hombre de murga, Alejandro Balbis. Difícil detectar alguna, o contemporánea, o rutilante, o de las dos, en la que no haya estado. A Contrafarsa y Falta y Resto incluso las dirigió, luego de haber ascendido escalón por escalón. Murga por murga: La Justa, Firulete, Asaltantes con Patente, Don Timoteo, Saltimbanquis o La Nueva Milonga, entre ellas. Hombre de murga, Balbis, a quien un día sus amigos le imploraron “Loco, tenés que hacer un disco, con todo ese material que tenés por ahí”. Y dio el vuelco. “Me agarraron Gustavo Cordera, el Seba Teysera (La Vela Puerca) y Manu Quieto (Mancha de Rolando), y me apuraron”, se ríe, recordando el año bisagra: 2007. Hasta entonces, el cantautor uruguayo radicado hace década y media en Buenos Aires llevaba un largo periplo como hacedor de canciones (LVP), arreglador (Bersuit, desde Hijos del culo para acá) o colaborador (Jaime Roos y Jorge Drexler, entre más). Llevaba las inferiores hechas en el tablado más un plus de magia que eyectaba de su guitarra, de sus historias personales, urbanas, y faltaba lo que no faltó más: un disco. Lo llamó El gran pez en homenaje a la película de Tim Burton, lo pobló de catorce piezas dispersas entre murgas, candombes, baladas y rocanroles, y lo echó a rodar con resultado feliz: aquel hombre de murga abría la cancha y se transformaba en una referencia inevitable entre los cruzados del Río de la Plata. “Empecé a desacumular canciones, a darles un cauce”, señala.
–¿Cuántas tenía?
–Uhhh, yo qué sé, como noventa.
De tal cifra hay que devengar, entonces, las que tocará el sábado 30 de marzo a las 21 en La Trastienda (Balcarce 460). Todas las de El gran pez –gran disco– más una cantidad similar de inéditas, que formarán parte del próximo trabajo, en proceso de preproducción y con aire para mediados del año que corre. “Hay una continuidad con el primer disco: lo ecléctico. O sea, murga, rock, milonga, pop, balada, candombe. No será un disco de un estilo, sino una variedad de sonidos y ritmos. Eso se va a mantener. Las diferencias irán por el lado de la producción”, aproxima sobre la criatura por venir, la segunda en más de treinta años de música. “Sí, ya sé, ¿por qué tardé tanto en grabar, ¿no?”, se ríe.
–Exacto, ¿por qué?
–Es que todo lo alocado y lanzado que soy en lo aparente, desaparece a la hora de laburar, y hasta que la cosa no está como yo quiero, no sale.
–Un perfeccionista.
–Total. Llega un momento que tengo que pedir que me echen del estudio y que no me dejen entrar más porque los vuelvo locos a todos. No sé, capaz que viene de las épocas en que laburé con Jaime, él es muy así. Incluso más obsesivo. Cuento una: la primera vez que me senté a trabajar con él, afiné la guitarra y dejé el afinador en la mesa. ¡Para qué! Roos no tardó dos segundos en clavarme la mirada. Me miró mal, hasta que dijo: “Apagá ese afinador, por favor”. Al tipo le molestaba que mi grabador quedara prendido y desperdiciase pilas... Tiene una obsesión con el trabajo y para mí siempre fue un referente absoluto como músico, hacedor y artista. Aunque llega un momento en que su forma de ser se te torna insoportable, esa obsesión le ha resultado muy bien para su producto. Y somos muchos los que tomamos de su metodología.
–¿De él y de cuántos más?
–En mi caso, de varios y por diversos motivos: Jorge Lazaroff, Eduardo Mateo, Fernando Cabrera... Por favor, lo que es Cabrera... un grosso.
–¿Cómo hizo usted para dar el vuelco en esa dirección? ¿Cómo pasó de lo explícito de la murga y el carnaval a la intimidad de las canciones?
–Fue una transición que duró años y en eso también se refleja por qué demoré tanto: me tomo mucho tiempo para las cosas... Ojo, también influyó que estaba cómodo en el lugar en el que estaba: era murguista, laburaba con grupos de primer nivel y me pagaban recontra bien, no es que me vine acá porque me iba mal en Uruguay, nada que ver. Fue un vuelco intenso, sí: salir de cantar de la cuerda de segundo a ser frontman de una banda me llevó veinte años.
–Son dinámicas contrastantes, claro...
–Sí: el primer paso fue dirigir murgas. Porque cuando larga la canción con la banda yo me desentiendo, no estoy pendiente de lo que tocan el guitarrista o el baterista, no estoy a cargo de eso que sucede; no es como dirigir una murga, donde estás adelante, expresás, quedás expuesto, la gente mira tu cara y vos la tenés que adecuar... Es algo muy actoral. Igual, dirigir murga fue como el preámbulo de lo que empezó a surgir después. Fue un proceso lento y largo del cual no me di cuenta. Fue más rápido que yo mismo, fue darme cuenta de que hacer canciones es laburar para ellas y no que ellas laburen para vos.
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