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Domingo, 29 de septiembre de 2013

MUSICA › IRON MAIDEN Y UN SHOW MEMORABLE ANTE 60 MIL PERSONAS EN EL ESTADIO DE RIVER PLATE

Dickinson, el hombre que lo puede todo

La noche pareció oscurecerse por la rotura de las vallas de seguridad, pero el cantante sacó a relucir sus dotes de showman para conducir a la multitud. En lo musical, la banda inglesa mostró todo aquello que la convirtió en un clásico del género duro.

 Por Gloria Guerrero

Para Iron Maiden es natural tocar en la Argentina y arrastrar a una multitud feliz.
Imagen: Jorge Larrosa.

El plan de la monada siempre es el de siempre: esperar a que arranque el año para celebrar, otra vez, una de las pocas verdaderas “misas” comunales de la Argentina; una misa enorme, a la que sólo los Redondos y su herencia son capaces de disputarle el podio: tantas son las anchuras de pechos enhiestos, tanta es la devoción y tan locos los pogos. Es la misa de la Dama de Fierro que se festeja entre enero y abril: Obras-Vélez-Vélez-Ferro-Vélez...

Esta vez fue distinto. Esta vez llegaron en primavera. Pero el plan de la monada siempre es el de siempre: insistir en que el público argentino es el único en el mundo capaz de corear espontáneamente las líneas de guitarra de “Fear of the Dark” (falso; ¡pero seguramente el resto del planeta lo aprendió gracias a nosotros!); silbatina agria y pro Malvinas cuando en “The Trooper” aparece Dickinson disfrazado de soldado antiguo y hace flamear la bandera inglesa (con los años quedó claro que la canción habla sobre la guerra de Crimea del siglo XIX, pero da igual); o debatir si (más bien, “asegurar que”) Smith y Murray son los verdaderos inventores de las armonías de guitarras metaleras en dupla, marca fundacional en la oreja del rock. En todo caso, con la incorporación de Janick Gers hace más de veinte años, seguramente Maiden resulta el único y verdadero creador de las armonías de guitarra “en triplete”. Seguro que es así. Es otra vez igual. Pero esta vez fue distinto.

Esta vez, por primera vez, Iron Maiden tocó en River. Y esta vez, por primera vez, algunos miles de las ¡60 mil personas! presentes en el estadio, apenas comenzado el show que atronaba con “Moonchild”, empujaron la valla de seguridad del frente y la rompieron en pedazos.

“Moonchild” es una de las grandes canciones del álbum Seventh Son of a Seventh Son (1988), el pilar de esta nueva gira que se llama Maiden England (juego elemental de palabras que se pronuncia como “Made in”/“Maiden”: “Hecho en Inglaterra”); Iron Maiden grabó la gira “Seventh Tour of a Seventh Tour” en 1988 en VHS, la corrigió durante veinte años y la terminó editando completa recién ahora, en marzo de 2013 digital. No es sólo eso: van a tocar “The Prisoner” por primera vez en la Argentina; y “Afraid to Shoot Strangers”; y “Séptimo hijo...”, también por primera vez. Va a ser, oiga: “¡Maiden Argentina!”.

Los chicos religiosos, los de la misa, destruyen la valla de seguridad del infierno que los separa del paraíso. “¡Dos pasos para atrás!”, grita Dickinson en inglés y deja de cantar, e interrumpe el show, pero la barrera de contención se rompe más. Dos pasos para atrás, pide, pero esos dos pasos, si los hubiere, habrían de chocar contra la otra barrera, la de atrás, que corta al medio las espaldas de la multitud. Nadie puede escapar, salvo corriendo hacia los costados. (Mañana se digerirán las quejas y demandas contra quienes permitieron que se armara una estructura a las apuradas, pocas horas después del partido River-Loja) Y el show no va a seguir así. “¡Cinco minutos!”, pide Dickinson y aboga por alguien que hable español. Hay 60 mil tipos abajo, sacados. Todo va a estallar en desgracia.

Pero no. Es aquello que sólo Iron Maiden puede conseguir, incluso en primavera. Durante aquella media hora en blanco y con una multitud tronando; con los obreros soldando una valla que el resto del estadio no podría siquiera imaginar (las proyecciones en las diminutas pantallas resultaron tan defectuosas, inadecuadas y feas como toda la producción local), Bruce Dickinson creció, a lo “Eddie”, veinte metros: contó chistes, tocó la batería, pidió, encaró, entretuvo, y hasta realizó un maravilloso número de percusión golpeando los dedos contra sus mejillas, con la canción del El llanero solitario. “¡Tengo 55 años! ¡Y yo les pido cinco minutos!”, dejó claro. Y ni por un minuto no le hicieron caso. Y hay que hacerle caso, durante media hora, siendo sesenta mil.

Y hasta casi dos minutos antes de la medianoche, el show, la misa de siempre, terminó siendo impecable. Está todo subido a la web, tan comprobable como increíble.

Eso sólo pasa cuando en escena hay un mago. Un mago con todos los dientes.

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