Domingo, 29 de septiembre de 2013 | Hoy
LITERATURA
“Quizá sueno muy desesperanzado porque no pude dormir bien anoche”, bromea el escritor colombiano, aunque el material de su novela Los Ejércitos, impactante retrato de la realidad de su país, tampoco deja mucho espacio a la esperanza.
Por Silvina Friera
La farándula literaria, verbigracia de una pesadilla. Aunque no está acostumbrado al bullicio de festivales y ferias de libros y rehúye de encuentros, presentaciones de libros, cócteles y otros pequeños infiernos, aunque no escribe textos para periódicos ni revistas, ni da clases en universidades o talleres de escritura, Evelio Rosero es uno de los escritores colombianos más prolíficos de su generación. Ha publicado novelas y cuentos juveniles, poesía, obras de teatro, novelas largas y cortas, muchos cuentos. A despecho de la crítica, el silencio y otros avatares, desde muy joven eligió vivir de la literatura; escribir todos los días sin pausas, más allá de las piedras en el camino, de los desengaños y calvarios que ha debido superar con prepotencia de trabajo y una convicción tan férrea que eclipsa cualquier nubarrón en el horizonte. Pone el cuerpo en sus libros, prefiere que sus páginas hablen por él. “¿No habrá ningún peligro en parodiar a un muerto?” Este epígrafe de Molière es la obertura de Los Ejércitos, novela en la que narra, desde la perspectiva de un profesor jubilado, el drama del conflicto armado en Colombia; y con la que obtuvo el Premio Tusquets en 2006 y el Foreign Fiction Prize en 2008. Por primera vez vino a la Argentina y se presentó en la quinta edición del Festival de Literatura en Buenos Aires (Filba), que termina hoy.
Aunque prefiera el anonimato, Rosero (Bogotá, 1958) no es un hombre chúcaro y parco. Habla con una calidez envolvente de esas novelas que surgen por necesidad, acaso por una rabia profunda que sólo puede decantar a través de la ficción. “El asombro de la cotidianidad colombiana, la violencia y los secuestros a los que estamos sometidos permanentemente, en alguna ocasión me remeció y escribí una novela un tanto surrealista sobre el tema del secuestro, que se llama En el lejero, y no quedé muy contento. Después abordé con otro punto de vista el mismo asunto. Hice un trabajo de investigación, entrevisté a los desplazados por la violencia y fue Los Ejércitos la que me pareció más cercana a lo que está ocurriendo en mi país”, cuenta el escritor a Página/12. “En las calles, en los semáforos, están las personas que vienen de sus aldeas, empujados por esa violencia que los obligan a irse de sus pueblos. Y no los vemos; ¡es como si fueran invisibles! Y esto me afecta como escritor. Nos acostumbramos al conteo de las muertes a diario en los noticieros, en la televisión, en la radio, en los diarios. Los desplazados se han vuelto invisibles. La mayoría se ha insensibilizado y piensa en sí mismo y en el ‘sálvese quien pueda’.”
Rosero advierte que la violencia tiene más de cincuenta años en Colombia. “Ahora el peor flagelo son los paramilitares con sus masacres y delitos de lesa humanidad. Lo que está ocurriendo en nuestro país ya no es un problema de los colombianos, y por eso me parece importante la participación de otros países”, plantea. “La guerrilla no representa al pueblo. Es otro grupo con intereses comerciales, que se asocia con el narcotráfico para comprar las armas. Ellos dicen que los delitos que se han cometido son crímenes de la guerra. Me parece una excusa injustificable, el colmo del cinismo. Son responsables y tienen que pagar por eso. El proceso de paz, el diálogo abierto, espero que garantice que haya un castigo, un enjuiciamiento. Pero no tengo mucho optimismo. El narcotráfico compra las armas, no-sotros ponemos los muertos y en Estados Unidos esnifan la cocaína. Sueno muy desesperanzado, creo que es porque no pude dormir bien anoche.”
–No es muy optimista en la ficción, en el comienzo de Los Ejércitos, cuando recuerda la frase de Molière, ¿no?
–Esa frase me pareció muy ajustada a lo que sucede en la novela, cuando el protagonista se finge muerto. Esta anécdota la recogí de alguien que daba testimonio sobre un ataque en su pueblo y se fingió muerto entre los cadáveres para que no lo mataran. Todo lo que escribí en esa novela tiene relación directa con la realidad, como el militar que llega a una plaza y empieza a disparar indiscriminadamente contra los civiles porque piensa que son todos guerrilleros. Nada es inventado. En otros países me dicen que creen que es ficción, imaginación pura. Fíjate cómo la realidad siempre se impone sobre lo que uno escribe como narrador. La realidad es mucho más cruda y fantasiosa que la ficción. Yo escribí esta novela por necesidad, impulsado por el dolor que siento como colombiano, incluso por la paranoia que me daba a veces salir de mi casa. Una vez escrita la novela superé esa paranoia y me siento mejor. Esa es mi responsabilidad como escritor, ¿cierto?
–¿Cree que su novela puede cambiar la realidad de los lectores colombianos?
–Creo que sí. Una obra literaria cambia al lector. Yo mismo he sido modificado por las obras que he leído. Cuando leí Cien años de soledad, conocí más Colombia y me reafirmó como colombiano en nuestra cultura, en nuestra idiosincrasia. La literatura es determinante, pero una novela es una novela. Yo puedo hablar de la violencia y hacer un ensayo. Pero si voy a escribir una novela, tengo que trabajar lo estético, las palabras, el sonido de las palabras. Esa es la diferencia. Y lo más difícil fue trasladar ese ambiente horrible de la guerra, el olor a pólvora y la sangre, a una historia narrada que trata literariamente un tema escabroso. Cuando de niño leí Robinson Crusoe, me puse a escribir una novela sobre un náufrago en una isla. A esa isla llevaba a una niña de la que estaba enamorado. La literatura es una rebelión; no fui solo a esa isla.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.