Domingo, 29 de septiembre de 2013 | Hoy
TELEVISION › ADRIAN SUAR, LA FICCION Y LOS VAIVENES DE LA TV
El éxito de Solamente vos le permitió recuperar terreno después de un año de sinsabores. El suceso del programa con Natalia Oreiro es buena excusa para una entrevista que va mucho más allá.
Por Emanuel Respighi
“No le tengo miedo al ridículo.” Sin que sea necesaria la pregunta, con la naturalidad con la que suele abordar cualquier problemática, Adrián Suar lanza la frase como quien pide una gaseosa en un bar. Sin que se le caiga ningún anillo, el actor, productor y director artístico de El Trece demostró este año en Solamente vos (lunes a viernes a las 21.30) que a la hora de ponerse delante de cámaras es uno de los comediantes más populares del país. En su papel de Juan Costeau, el Chueco validó sus credenciales cinematográficas (Un novio para mi mujer, Dos más dos) encabezando la ficción televisiva más vista de la temporada 2013. “Soy un comediante que tengo mi estilo, mi manera. Solamente vos me permitió desarrollar un personaje que es muy afín a lo que me hace sentir cómodo. Y la gente se siente cómoda de verme en ese rol. Pero no me creo –ni creo que lo sea– el rey de la comedia”, aclara, en el diálogo con Página/12, el hombre que cada noche se ríe de sí mismo para hacer reír a millones.
Sin temor al que dirán ni subiéndose al caballo de la popularidad alcanzada en su triple rol en el universo televisivo y cinematográfico, Suar conoce perfectamente cuáles son sus virtudes y cuáles sus defectos. Tal vez sea ese conocimiento el que le dio la posibilidad de tomar riesgos sin dar pasos en falsos como actor. En un medio en el que el éxito eclipsa a cualquier ignoto y la mayoría quiere aparentar más de lo que es, Suar le puso el cuerpo a los más difíciles momentos de El Trece y de Pol-ka, asumiendo roles protagónicos más allá de sus responsabilidades. “Soy un comediante y siento orgullo de serlo. Aprendí mucho. Soy un estudioso de la comedia”, afirma en una charla que gira en torno del oficio/arte de hacer reír, pero en la que no le esquiva a ningún tema.
–¿A qué comediantes les presta especial atención?
–Hay muchos. Billy Crystal me divierte mucho, Bill Murray es otro de los buenos comediantes, Jack Lemmon, Mastroianni, Darín...
–¿Cree que comediante se nace o también se puede hacer?
–Se nace. Se puede hacer un buen comediante, pero no el brillante. El comediante brillante nace con un don y se perfecciona. Guillermo Francella, por ejemplo, es uno de esos casos.
–¿Usted se considera un “trabajador” de la comedia?
–Siempre fui un tipo que caía simpático. Tengo la pasta porque en la vida tengo humor. La vida es más fácil para el que tiene cierta gracia. Pero para la actuación es otra cosa. En los últimos diez años tuve que trabajar mucho para perfeccionarme. Hoy siento que la comedia romántica o dramática es la más afín a mi naturaleza. Siento que soy un pésimo actor de comedia desopilante o disparatada.
–¿Por qué?
–Me siento más fuerte como comediante de situaciones, entre la comedia romántica y la dramática. En el rango de Un novio para mi mujer, Dos más dos y Solamente vos voy sin drama, con seguridad. Después, hago agua. Pero soy de los que trabajan. A mí nada me sale de taquito.
–¿La sociedad argentina suele menospreciar al comediante? A Olmedo se lo reconoció masivamente después de muerto; a Francella recién cuando hizo papeles dramáticos.
–Hay cierto snobismo. Al que llora, al actor dramático, la sociedad le da un plus de valoración. Hay gente que cree que el que hace drama se juega la vida en cada escena. Y para mí es al revés. En este juego entre actor dramático y el comediante yo creo que hacer reír es mucho más difícil.
–¿Por qué?
–Hay grandes actores dramáticos, está claro. Es un juego. Lo aclaro para que nadie genere una disputa donde no la hay. Dentro del juego, hay una verdad: al actor dramático se lo puede maquillar, con un largo silencio, la puesta de cámara, la mirada, la iluminación, la música... El comediante, si no entra a tiempo, si no predispone a la risa, desde la platea uno lo siente... El comediante debe saber cuándo lanzar una miradita, cuándo rematar, en qué momento pisar al otro... Es como el músico: el que no tiene buen oído puede tocar, pero subraya alguna nota, entra a destiempo...
–Dentro de los estilos de comediantes, ¿dónde se ubica?
–No soy british ni tampoco italiano. Soy un actor que no le tiene miedo al ridículo. Y eso es fundamental para el comediante. Que no significa que payasee. El comediante necesita quitarse el miedo al ridículo para provocar la risa. Soy de los que creen que aún en las situaciones más dramáticas el humor siempre aparece. Soy cero prejuicioso con la comedia. En la muerte, en un cáncer o en el sida, puede aparecer el humor. En la vida pasa que en circunstancias dramáticas aparece el humor. Uno se lo puede reprimir, pero surge. A mí me gusta correr riesgo con la comedia.
–Es raro porque suele pasar que con los años y la trayectoria, en cualquier profesión, uno se vuelve más conservador.
–Ese no soy yo. En la comedia no soy conservador. En algunas cosas, sí. Por ejemplo, me mantengo en el terreno en el que mejor me conozco. Pero en la comedia no existe la palabra solemnidad ni lo políticamente correcto. Todo se puede. En Argentina somos muy calentones: nos reímos y aceptamos el humor negro de una serie producida en el exterior, como Los Simpson, pero fronteras adentro seguimos el lema de patria, tradición y familia. Nos importan mucho el qué dirá el otro o el Inadi. Para mí, en la comedia podés hablar de los negros, de los judíos, de los blancos, de los bolitas.
–¿Por qué cree que el público argentino es más “sensible”?
–Son épocas. Hay mucha ignorancia, y también somos más calentones. Nos gusta maquillarnos de (pone tono de voz refinado) “cómo vas a decir los bolitas”, “cómo vas a decir los judíos”. Y en la ficción hay que pemitirnos ciertas licencias y poder reírnos de todos. Siempre que no sea constante contra una minoría en particular, claro.
–Solamente vos incorporó un lenguaje más llano. Se suele decir “boludo” y otros modismos políticamente incorrectos.
–Sí, me llevaron puesto los chicos. No pude manejarlo. Yo tengo mis reparos con las malas palabras. Cuando roza lo chabacano no me gusta. Reconozco que los chicos hablan así en la calle. Creo que la TV debe tener un orden. Trato de que mis personajes no insulten, como una manera de equilibrar y ser la voz del adulto que está viendo el programa. Pero los chicos de 14 o 15 años tienen incorporado ese modismo.
–Solamente vos tiene algunos aspectos que la alejan de la tradición del género. Hay familias ensambladas, un abuelo abiertamente gay, se habló de la importancia de la protección sexual... Eso no hubiese sido posible de incorporar sin el cambio social que se produjo, ¿no?
–No hubiese sido posible. En los ’90 esta comedia hubiese sido más rara. En los noventa el éxito fue ¡Grande pa!... Solamente vos es la versión trash de ¡Grande pa! El vínculo que tengo con La Polaca, Natalia es una heroína que fue amante, Puig es un abuelo gay que no lo oculta... Me gustan que los personajes sean reconocibles. La Polaca es un arquetipo de mujer que trata de aferrarse al matrimonio, aun a costa de saberse no amada. Mucha gente se siente identificada con el personaje.
–¿Cree que es injusta la crítica a la liviandad de la comedia en TV?
–No, no sé si es injusto. La comedia central de la TV abierta es un poco frívola y más liviana. El tema que a mí me desvela es si está bien hecha o no. Y en este caso lo logramos, porque es una comedia que tiene mucha aceptación. En Farsantes traté de armar una dupla antagónica, con Julio Chávez y Benjamín Vicuña. Tiene una buena historia y un gran elenco. Y la verdad es que salió bárbara. Estoy muy feliz.
–Algo que no le había ocurrido el año pasado, dque fue un año malo para Pol-ka y El Trece en términos de ficciones...
–Lo que pasa es que el año pasado se me atacó de que había sido malo después de muchos años consecutivos donde me fue muy bien. Y eso que sé que el año pasado no me fue mal, me fue pésimo. Y me va a volver a ir pésimo. La tele es así. Hay que estar tranquilo.
–¿Pero no sufre cuando el público no acompaña?
–Sí, lo sufro. Pero trato de trabajar. Sé que es así. No me gusta fracasar; me angustia. ¿A quién le gusta fracasar? Así como me tomo con mucha seriedad el lugar y la responsabilidad que asumo. Un lugar que me lo tengo que ganar a diario. No es algo que sea... La tele es muy democrática: te quieren o no te quieren. No hay truco. En la ficción nunca tenés la vaca atada. Una noche fuiste a comer a Piégari creyendo que sos Gardel y a la mañana siguiente te levantás y estás en la lona. ¿Y a quién le echás la culpa? Lo que me pasó el año pasado... Pero el año pasado me equivoqué yo: los otros hicieron bien las cosas y yo las hice mal.
–¿Es difícil hacer convivir los gustos personales con la lógica del negocio propia de la TV comercial?
–Es difícil. Es placentero también pero muy difícil. Cada vez que pensás en una ficción tengo que pensar la historia, pero también la responsabilidad de los costos... Es complejo hacer convivir el gusto personal con el fin de captar la mayor cantidad de gente posible. Ahí empezás a negociar con vos mismo, en donde terminan cediendo ambas partes.
–En Argentina se suele decir que existen 40 millones de técnicos de fútbol. ¿También hay 40 millones de directores de programación?
–No sé si tanto. El fútbol es mucho más masivo y se habla con mayor liviandad porque todos en algún momento lo jugaron. Pero sí hay diez millones de gerentes de programación que piensan que harían mejor el trabajo.
–¿Y es así?
–Sí, pero a veces la mirada del afuera me da soluciones que desde adentro no las encontraba. Me ha pasado. Así como hay diez millones que hablan al pedo, hay algunos que dan en la tecla. Yo soy de escuchar mucho a la gente. Y no es una pose. He encontrado respuestas de la gente a interrogantes que no podía resolver. No me pasó una vez, sino más de diez.
–¿O sea que un programador o productor debe estar siempre receptivo a la mirada del público?
–En nuestra profesión, cuando no escuchás a la gente te morís. De verdad. Cuando te encapsulás y pensás que sos un rey y te creés que la tenés atada, fuiste. Yo lo aprendí de entrada porque soy de escuchar a la gente. No es que salgo a preguntarle: la gente habla sola, sabe y te pregunta. Me ha pasado en un taxi, con un amigo, con la tía de Fulano que me dice “qué elenco feo”... ¡Y tiene razón!
–¿Y qué cree que dice la gente cuando, al mirar las planillas de audiencia, la TV abierta evidencia una fuga masiva de televidentes?
–La gente no dice nada... hay que ver. Me llama la atención la baja de un año a otro. Es raro que haya tanta caída de rating de un año a otro. La audiencia de la TV abierta puede ir bajando porque el cable te va comiendo. Me pareció demasiado abrupto de un año para otro. No sé por qué.
–¿Puede haber un error metodológico?
–No dudo, pero puede haber. Y es normal. Puede pasar. A veces pasa. Otra cosa no puedo decir. Tengo un signo de pregunta. Me resulta rara la baja de un año para otro. La tendencia indica que puede bajar, pero a lo mejor te lleva seis años, o siete.
–¿No es una explicación que manifiesta cierta negación como programador a una tendencia inevitable?
–No, no. Es una pregunta. Y además es una percepción. Hay que hacer el ejercicio de salir a la calle y preguntarle a la gente qué mira. Mi propio método de la calle no coincide del todo con las cifras. Siento que Solamente vos y Farsantes son programas que están más arriba. Pero es una sensación de alguien que le pone el cuerpo.
–Lo que pasa es que tiene lógica que la TV pierda audiencia: la TV se la consume por otros soportes.
–Sí, sí. Eso ya es una realidad. Son dos cosas distintas. Me llama la atención la caída de seis puntos de audiencia en un año. Pero por otro lado es una realidad con la que tenemos que convivir y por la que tenemos que estar más creativos. Como programador sé que tengo que estar más atento. Porque además Argentina pelea de manera impresionante con el cable. Hacer 16 o 17 puntos con el cable en Argentina es una locura.
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