Martes, 30 de enero de 2007 | Hoy
MUSICA › “ARGENTINA QUIERE CANTAR”, EN LA ULTIMA LUNA COSCOINA
Mercedes Sosa, León Gieco y Víctor Heredia reeditaron el espectáculo que quedó trunco hace cuatro años. Fue la noche más concurrida del festival. Antes se lució el Dúo Salteño y hubo un notable homenaje a Yupanqui.
Por K. M.
Desde Cosquín
Si la programación de estas nueve lunas de Cosquín mostró una calidad despareja, la de la noche de cierre resultó brillante: frente a una plaza repleta, Mercedes Sosa, León Gieco y Víctor Heredia, juntos reeditando su espectáculo Argentina quiere cantar, transformaron a la Próspero Molina y a las calles circundantes en una fiesta que excede al folklore. Antes, el homenaje a Yupanqui que propusieron Jairo, Juan Falú y el bailarín Juan Saavedra mostró contundencia y calidad, con once mil personas en silencio escuchando a Jairo cantar a capella, sin micrófono, la zamba “La pobrecita”. El comienzo, con el Dúo Salteño, también fue una apuesta a la calidad. La última noche del festival mostró finalmente la escena que los organizadores extrañaban de años anteriores: las entradas agotadas ya en la tarde. Algo que no se consiguió el sábado pasado, con una programación floja. Queda claro que, más allá de quiénes sean los taquilleros del folklore del momento, las plazas se llenan cuando tienen algo para dar a escuchar.
El regreso del trío más representativo de la música popular argentina actual comenzó con una versión de “Yo vengo a ofrecer mi corazón” compartida por Mercedes, Gieco y Heredia. Sentada en el medio, con sus colegas y amigos parados a sus costados, la figura de Mercedes mostraba algo de lo que representa hoy: la de una madre que da y pide protección con sus canciones. Su versión de la “Zamba para no morir”, de Hamlet Lima Quintana, fue un hermoso homenaje a Tamara Castro, fallecida trágicamente el año pasado. Junto al acordeonista brasileño Luiz Carlos Borges puso su voz a un tema de profunda belleza, con un lugar ganado en el cancionero, “Oración del remanso”, de Jorge Fandermole. Siguió mecida por el río con “El cosechero”, de Ramón Ayala, y luego invitó a su sobrino Coqui Sosa para compartir “Donde termina el asfalto”, de Pablo Dumit. En su segmento solista también hubo lugar para un tema que su voz ayudó a transformar en una suerte de himno actual, la “Chacarera del olvidao”, de Duende Garnica. La siguió Víctor Heredia con un repertorio que incluyó sus temas “Marcas”, “Ojos de cielo” y “Mara”, agradeciendo el lugar del cantante popular: “Gracias por darme la oportunidad de decir desde este lugar lo que para mí es la verdad, una verdad que nos costó el exilio y la muerte en aquellos años oscuros”, recordó. Luego llegó León Gieco para compartir un homenaje a Atahualpa Yupanqui, con dos letras del poeta que ambos musicalizaron. Con Gieco como solista, la noche se alzó más rockera con temas como “Bandidos rurales” y el homenaje a Pocho Lepratti “El ángel de la bicicleta”, que ya había traído a este escenario Teresa Parodi. La fiesta terminó con versiones compartidas por Sosa, Gieco y Heredia de “Himno de mi corazón” y “Sólo le pido a Dios”. “Buenos días, Cosquín”, se despidió Mercedes, sobre las cuatro de la mañana. Afuera de la plaza, las calles estaban transformadas: muchos se habían instalado alrededor de la Próspero Molina, siguiendo el concierto parados, desde mesas de bares o desde los cordones de las veredas, aplaudiendo y siguiendo con palmas como si estuvieran adentro, sólo llevados por la potencia de la música que se reveló esta noche.
La última luna había arrancado con el Dúo Salteño, con sus arriesgados contrapuntos vocales y las armonías que llevan el sello del Cuchi Leguizamón, en grandes temas que no envejecen como “La pomeña”, “Zamba soltera”, “Doña Ubenza”, “Zamba de Juan Riera” y “Si llega a ser tucumana”, dedicada a Mercedes Sosa. Después, Jairo y Juan Falú recrearon su homenaje a Atahualpa Yupanqui, junto al bailarín Juan Saavedra. La voz del mismo Yupanqui y la danza, más los primeros versos de “Luna tucumana”, sirvieron de introducción para “Caminito del indio”. Luego, el sutil ida y vuelta de improvisación guitarrística de Juan Falú, la voz poderosa de Jairo, y los pasos que dibujaron Juan Saavedra y sus bailarines mostraron un espectáculo redondo y poderoso. Las once mil personas que llenaron la plaza la última noche agradecieron con silencios, aplausos y pañuelos en alto.
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