Miércoles, 4 de julio de 2007 | Hoy
MUSICA › LOS 40 AÑOS DE VOX DEI
Willy Quiroga y Rubén Basoalto no extrañan a Soulé y celebran el aniversario tocando.
Por Cristian Vitale
Cuarenta años no parecen nada. Si es que existe una cara de rockero tipo, tomemos la de Rubén Basoalto. Cachete chupado, ojos de bribón, rasgos marcadísimos y nariz en punta, el legendario baterista podría ser tranquilamente el quinto stone. Así se lo ve desde que Vox Dei se sacó la primera foto, allá por 1967. Por actitud tenaz, Willy Quiroga es otro. Sombrero texano, bigote en punta, pelo atado y un feeling rocker “atemporal”, que difícilmente tengan más de cinco en Argentina. La imagen incluso se profundiza ahora que no está más la pata seria: Ricardo Soulé, el lúcido creador de buena parte de La Biblia, que entre sus idas y vueltas parece no querer regresar más al nombre que le dio un nombre. “Bueno, él siempre tuvo la parte espiritual y nosotros, la grotesca... la terrestre. Digamos que soy un pecador”, ironiza Willy, sobrevolando fino por la religiosidad –casi– obsesiva del guitarrista. El recambio, Carlos Gardelini, completa la postal. Pelilargo pertinaz, cuya única ambición es rascar fortísimo las cuerdas de la viola eléctrica. “Mi parte no está en salir en los medios, sino en tocar”, dice, escueto.
“El dato es que la gente ya no pide la presencia del Negro –el Negro es Soulé–. Por ahí, algún colgado de trasnoche, pero no pasa de ahí...”, interviene Basoalto. Con esta formación –dos históricos más un guitarrista “fan” que se acopló hace quince años– y un divorcio que parece irreparable, Vox Dei festejará sus 40 años de trayectoria casi ininterrumpida el sábado próximo en el Teatro Coliseo (M. T. de Alvear 1125). Es el único grupo de la camada original del rock argento que se mantuvo, excepto ciertos y puntuales parates, trabajando sin parar. A veces como cuarteto –con Juan Carlos Godoy en épocas de La Biblia, con el Pollo Raffo a fines de los ochenta–, casi siempre en formato de power trío. ¿Power?: “Sí. Carlos le da una energía al grupo que hace rato no tenía... digamos que retornamos al poder de los primeros discos, antes de entrar a otro terreno. Creo que junto a Divididos y La Renga somos el único power trío del rock argentino”, señala el bajista, sin que se le muevan las pestañas. Y transparenta, sin decirlo, los motivos del desencuentro usual con Soulé. Mientras Quiroga y Basoalto conservan la épica dura y refractaria de aquel maravilloso debut que fue Caliente (el de “Azúcar Amargo”, “Compulsión” y “Presente”), la vertiente Soulé tomó fuerza y se disparó desde el lirismo “celestial” y barroco de ciertos pasajes de La Biblia. Desde ahí, la antinomia rock potente versus violines angélicos parece insalvable. “La propuesta, hoy, es mantener el espíritu de los primeros tiempos”, reafirma Willy.
–¿De qué manera? La “cultura joven” ha cambiado vertiginosamente en los últimos años y urge contemplar el nuevo contexto, las demandas se parecen poco a las de los setenta...
Willy Quiroga: –Es cierto que nuestra estética fue variando por los cambios lógicos de los contextos que provoca un mundo cambiante, pero el espíritu es el mismo. Todo lo que emocionó en aquellos años sigue intacto, las canciones han permanecido en el tiempo. Lo anímico, lo sentimental prosigue igual, aunque con ciertas variantes. El mundo evolucionó y nosotros con él.
Carlos Gardelini: –Lo vigente de Vox Dei es que mantiene, dentro de un género, distintos matices... de un rock and roll a full a un buen arreglo de cuerdas y así. Eso da mucho aire.
Para explicar lo mismo, Basoalto opta por redescubrir una tensión que recala en viejos idearios. ¿Cuántas veces se oyó hablar del contraste hombre-máquina después de Tanguito y su muerte cerca de la Estación Caseros? “Mis nuevas canciones hablan de las contradicciones entre el hombre y la máquina. ‘Carrera loca’, marca toda esta locura infernal que tiene que ver con las computadoras y lo absorbente que significa para las personas y ‘Tito’, cuenta la historia de un turista espacial que puso 20 millones de dólares para hacerse un viajecito por el espacio. ¿Qué tal?”, se ríe el baterista, con una mueca mefistofélica inocultable. “Otras canciones como ‘No puedo dormir’ traen un nuevo lenguaje... una etapa que no tiene que ver con un reciclaje de lo viejo”, intercepta Quiroga. Son algunas de las que figuran en una improvisada lista pre concierto de ¡46 canciones! ¿Van a tirar la casa por la ventana? “Y... no es fácil cumplir 40 años y festejarlos en una noche –bromea Willy–; tenemos un montón de temas que no es fácil excluir de la lista. Por ahí, tocamos cuatro compases de cada tema, o un popurrí.”
–¿Cuáles son los “infaltables”?
W. Q.: –“Azúcar amargo”, “Génesis”, “Las guerras” o “Es una nube”, pero no piensen que estamos sacándoles lustre a los viejos laureles, eh.
–El último regreso de Soulé fue un touch and go. Un par de recitales, mucha repercusión mediática y listo. ¿La pasaron mal?
W. Q.: –El es muy inconstante. Viene, se queda un rato, se aleja y nos patea todo el tablero en la jugada 46 y con todas las piezas en el suelo. Siempre hay que empezar de cero.
–¿Nunca tuvieron la necesidad de cambiar de formato, de transformarse en cuarteto más duradero?
W. Q.: –No sé. A mí me gustaría tener un teclado, pero no todo el tiempo. Lo ideal, para tener un cuarteto, hubiera sido conseguir un multiinstrumentista. Alguien que pudiera tocar teclado, guitarra acústica, armónica y saxo... pero conseguir un músico así cuesta fortuna.
C. G.: –Además, nos sentimos cómodos, porque el grupo no nos lleva a la necesidad de poner alguien más. No notamos una carencia a ese nivel.
–Mil veces se habló de Cuero Caliente, La Biblia, Jeremías pies de plomo... discos que ubicaron en el umbral del rock argentino. Pero ¿qué discos posteriores significan un agujero negro en la historia del grupo?, ¿Estamos en la pecera tal vez?
Rubén Basoalto: –Ninguno. Estamos en la pecera tanto como Ciego de siglos se hicieron con la ilusión de llegar a la máxima cantidad de gente posible; el agujero negro estuvo en las compañías.
W. Q.: –Sí, jamás los difundieron, fue una pérdida de tiempo. Estamos en la pecera, que es un disco bastante raro, fue como una especie de ensayo para iniciar otros caminos.
–Tal vez afectó la época... 1976, ’77, aunque Gata de noche (1978) parece una excepción...
W. Q.: –Puede ser, pero porque tuvimos que matarnos en los escenarios para que trascendiera. Había que difundirlo boca a boca, porque ese tema lo escuché una sola vez en radio. Estábamos jugando a las cartas con unos amigos y, cuando lo oí, puse el grito en el cielo. Hoy nos pasa más o menos lo mismo, pero seguimos creyendo en lo genuino de nuestra música.
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