Miércoles, 4 de julio de 2007 | Hoy
ARTURO CARRERA Y ALFREDO PRIOR
El poeta y el pintor cuentan cómo crearon el libro Niños... que nacieron peinados.
Por Silvina Friera
Es cierto lo que observó Alejandra Pizarnik en 1972, dos noches antes de su muerte, cuando conoció la serie de retratos que pintó Alfredo Prior en Pringles. “Angustian estas caritas de tiza mojada.” Esas “figuritas” –realizadas con una técnica inventada por el pintor, la encaústica, una mezcla de cera, pasteles, plasticola y betún– aguijonean los ojos y entretejen una sutil conexión con ese lejano depósito de las emociones en fuga. En una de las paredes del living de la casa del poeta Arturo Carrera, una de esas caritas interpela a quienes la observan. Osvaldo Lamborghini, cuando miró por primera vez los niños pintados por Prior, exclamó: “A este pibe no le circula sangre por las venas, le circulan perdigones”.
El poeta y el pintor acaban de publicar Niños... que nacieron peinados (en la editorial Enargeis), primer emprendimiento de Estación Pringles, un “centro de utopías realizables de la pampa húmeda” y asociación sin fines de lucro presidida por el autor de La partera canta e integrada por Juan José Cambre y César Aira, entre otros (ver aparte). El libro reúne retratos de Prior y fragmentos de poemas de Carrera en una suerte de antología poético-pictórica que Daniel Link definió como “un tratado sobre lo viviente y sobre el arte, que hace de la infancia, la infancia como déjà fait, su piedra de toque y, al mismo tiempo, su punto de aniquilamiento”. Prior juega con un conejito blanco mientras posa con Carrera para las fotos. Ambos recuerdan cómo se conocieron en la década del ’60, discuten, no se ponen de acuerdo –una misma anécdota puede tener más de dos versiones– y se ríen.
Carrera: –Estábamos en la cátedra de literatura española, entonces en un momento nos surgió la duda de si se decía “florcilla” o “florecilla”...
Prior: –Pero florecilla es cosa de gallegos, ¡una gallegada total! (risas). Era “florcita” o “florecita”...
En Niños... que nacieron peinados el poeta escribe: “Un niño me sostiene, un niño es mi pensamiento, un niño es el desposeimiento puro de mi cuerpo de amor”. Carrera comenta que a fines de los ’60 comenzó a frecuentar a Prior. “Yo ya estaba empezando a pintar y los dos admirábamos a Frank Zappa. Fue en ese momento en que Alfredo empezó a trabajar con los cuadros de la serie. Esa especie de niños abstractos de Alfredo son los iconos meditativos del siglo XX”, plantea Carrera en la entrevista con Página/12. “La vida es una pintura... que debemos ejecutar de una vez y para siempre, sin vacilación, sin intelección...”, dijo Suzuki, y Carrera utilizó esta cita en el epígrafe que encabeza uno de sus libros de principio de los ’80, Arturo y yo. “Henri Michaux, en un poema sobre los ideogramas chinos, los llamó ‘niños que nacieron peinados’. Pienso en esta definición cuando veo los retratos de Prior. Tiene que ver con la letra, con la escritura y la pintura. La relación perfecta es el ideograma, por eso soy un gran admirador de los pintores, además mi mamá fue una pintora naïf. Toda mi vida me la he pasado mirando más la pintura que la escritura”, señala el poeta. Prior aclara: “Yo entiendo la pintura como una forma de escritura. Siempre fue muy directa esa relación entre literatura, pintura y música. Para mí no son universos separados, al punto de que por ahí me influye más un músico o un escritor que un pintor”.
Según Link, el libro de Prior-Carrera propone un dejarse llevar de un lado al otro. “Y es tan cautivante el ritmo de ese ritornello, de ese estribillo, de esa cancioncilla, que a los dos los transforma en todos y en ninguno. La pereza de nuestro tiempo querría que decidiéramos si los poemas de Arturo ilustran o explican los retratos de Alfredo, pero ese pasatiempo aburre al instante: entre los dos (y la clave de todo sería definir el alcance de ese entre) han definido un concepto que crece y se hace más denso a cada vuelta de la cancioncilla”, opina el escritor y crítico. “El arte, para Alfredo Prior y Arturo Carrera, es el rastro de una ausencia (lo infans como moriturum), que sin embargo nos manda. Uno no canta ni pinta ni traza ni llena las formas con sustancias. Sencillamente oye el ritmo, el ritornello, y baila la canción dichosa de lo previo.”
Carrera subraya que en su Historia del arte, Plinio el Viejo refiere que Pausias de Sición también era pintor de niños y también inventó como Prior una técnica para pintarlos. De ese relato el poeta recupera una figura que se atreve a llamar la “figurita de la emoción”. “Pausias fue amigo de Glícera, la primera muchacha que supo entretejer las guirnaldas –detalla Carrera–. El historiador y el poeta inventan una nueva conexión o sintaxis que teje y retiene, como Glícera misma, imágenes inolvidables y fuga de las sensaciones: ¿el arte no es tan sólo la entrega de esa figura huidiza de la sensación?” El poeta recuerda que (Giovanni) Pascoli escribió un libro, El mito, en el que sostiene que “leyendo a los griegos descubrió que ya estaba la idea de que llevamos dentro una especie de aluvión que sube y baja, que es el niño que no nos abandona hasta que morimos”. Para Prior, que el año pasado publicó su primer libro de relatos, Cómo resucitar a una liebre muerta (Mansalva), el contraste entre los poemas y los retratos es notable. “Los poemas de Arturo son una antología amplia de su obra; mis cuadros responden a un período más acotado, de tres años, más o menos. Hay una diseminación de la letra y de la imagen que contrasta con mis pinturas, que son más bien decimonónicas y que apuntan a distintos períodos de la historia del arte. Hay un contrapunto medio extraño, que no puedo todavía juzgar, aunque son obras que pinté hace mucho tiempo en Pringles. Pero ahí pasa algo raro.”
–¿Qué encuentra en esas obras o qué puede ver con la distancia?
Prior: –Lamentablemente, no progresé nada (risas). Lo digo absolutamente en serio, veo el fracaso que ha sido mi vida. Siempre estuve en el abismo: no puedo ser abstracto ni figurativo, ni nada...
Juntos escribieron El diario apócrifo de la pequeña Lulú, un texto que Prior define como “una combinación bizarra entre Burroughs y Góngora”, que prometen publicar pronto. ¿Qué influencias recíprocas reconocen el poeta y el pintor en sus obras? “Hay influencias en la manera que cada uno tiene de seguir en el camino –responde el poeta–, es como cuando dos amigos se separan y uno va al living y el otro al jardín. Alfredo es un estímulo muy grande. El me enseñó muchísimo; leíamos las revistas de la época, las comentábamos y sacábamos muchas conclusiones artísticas interesantes, y políticas también.” Prior dice que muchas veces siente que un verso le produce más imágenes que una imagen misma. “Hay frases que me iluminan imágenes”, añade. “A mí la pintura justamente me enseñó cierta inteligencia de las imágenes, a volver más inteligible lo que yo mismo escribía en relación con lo que podría llamarse la retórica de la fanopeia, que privilegia la fuerza de las imágenes. A veces, después de haber soñado, me despertaba y trataba de reproducir pictóricamente mi poema, trataba de escribir un poema que fuera pictórico”, admite Carrera.
–¿Se permitía más la especulación en los años ’70?
A. P.: –Nooo, para nada, todo lo contrario, no existía la especulación.
A. C.: –Pensábamos que el arte era un potlach, un regalo para humillar al enemigo (risas).
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