Sábado, 6 de octubre de 2007 | Hoy
MUSICA › SUSANA BACA PRESENTA SU DISCO “TRAVESIAS”
La cantante peruana se presenta esta noche en el Teatro IFT, con lo que define como “uno de mis trabajos más íntimos”.
Por Cristian Vitale
Tres personajes signan a fuego la vida de Susana Baca: David Byrne, Chabuca Granda y Ricardo Pereira, sociólogo y marido. Al ex Talking Heads le debe haber penetrado en el planeta con su música, a través del sello Luaka Bop, que editó cinco de sus nueve discos, incluido el reciente Travesías. A Chabuca, haberse nutrido de sus libros y discos. De su cotidianidad: ambas vivieron juntas en Lima. Y a su marido, un compañerismo de piel y miel que excede largamente la lógica conyugal. “Es mucho más que un marido, es un compañero de ruta. Con él rescatamos del olvido armonías y ritmos de la música afroperuana”, resume. Limeña, nacida el 24 de mayo de 1944 en Chorrillos, esta negra de voz ardiente actuará en Buenos Aires por tercera vez –hoy en el Teatro IFT– y el fin, básicamente, es presentar el refinado Travesías. “Es uno de mis trabajos más íntimos –define–. Es un viaje hacia otras orillas para encontrar el trabajo de otros músicos. Travesías es parte de ese camino que hago caminando por el mundo y encontrando músicos, compositores que también están como yo.”
La apelación a la trashumancia no exagera. Desde que, interesada por las raíces musicales afroperuanas, se abrió al mundo, Baca ensaya dos tipos: exógena y endógena. Una la acredita como figura saliente de la “World music” tras haber recorrido casi todo el globo con su música (ya van veinte giras internacionales por más de veinte países), y otra la lleva a las entrañas del Perú. Con su marido boliviano, recorrieron 600 kilómetros por la costa, recopilando testimonios y documentos de los pueblos negros, que confluyeron en el libro Del fuego y del agua. Sigue ella: “También fundamos Negro Continuo, un centro experimental para el desarrollo de la música y la danza, con el que intentamos descentralizar la cultura. Construimos un centro cultural en Santa Bárbara, un pueblo que está a 150 kilómetros de Lima, donde se vive de la explotación de azúcar y algodón, y ahora seguimos hacia el sur. La idea es insertarnos en la comunidad, participar de su vida”. El registro emocional es similar al que le brota cuando evoca su primer encuentro con Byrne. “Vino a cenar a mi casa y le hice un pastel de choclo. Era un joven guapo con los pelos largos, ojos muy curiosos y se hizo amigo de mi perro Bembon. David es un ser sencillo, me ayudó a llevar los platos como cualquier persona. En la conversación salió que habíamos estado en los mismos lugares en épocas diferentes: el pelourinho en Bahía, Uzbekistán, Tashken...”
–¿Cómo se conocieron?
–El tomaba clases de español, eran unas clases poco ortodoxas con un argentino llamado Bernardo Palombo. Bernardo vino al Perú, me filmó en un festival internacional y después de cantar encontré a David en las escaleras. El me pidió una entrevista, fue a mi casa y me grabó. Escuchó mi música y le gustó, porque aprecia la combinación que hago de la poesía con la música popular. Verdaderamente me abrió muchas puertas.
–¿La admiración es mutua?
–Sí. Ahora mismo estoy disfrutando mucho de su disco Grown backwards. El siempre va por un camino insospechado. Adoro su versión de “Au fond du Temple Saint”, porque llega hasta el canto lírico.
–Muchos la marcan como la heredera de Chabuca Granda. ¿Es una exageración?
–Chabuca es más bien mi madre musical. Viví en su casa, compartí muchas cosas con ella y fue un ser muy generoso: me abrió su biblioteca y su discoteca, que era amplísima.
–¿Está conforme con el rótulo de “World music” que le asignó la prensa internacional, o su obra lo excede?
–Música del mundo... yo creo que este nombre nos lo pusieron a todos aquellos que hacemos una música conectada a una etnia, o a una raíz. Pero en ese mismo baúl podemos encontrar un grupo de músicos de Irán como uno del altiplano boliviano. Yo creo que puedo aceptar ese rótulo si se trata de que mi música viene de una etnia y se transforma en actual. Además, hay algo cultural: cuando viví en New Orleans, me llamó la atención observar lo parecida que era la vida allí a la que tuve yo cuando era niña. La familia afroamericana se reunía en un parque, preparaba barbacoa y luego empezaban a tocar las bandas que ensayaban para el Mardi Gras.
–En este péndulo entre el adentro y el afuera, muchas veces ocurren tiranteces. ¿Siente que la reciben igual en Europa que en Perú?
–En Europa, a la gente le encanta lo que hacemos en la escena, se emociona, se conmueve, aunque no entiendan español. Disfruta de la alegría que transmitimos. En Perú, en cambio, me han ido respetando y queriendo poco a poco. Ahorita me abrazan por las calles, me saludan... me siento muy querida.
–Otro rasgo de su arte es que habitualmente toma poemas de Pablo Neruda o César Vallejo y los musicaliza. ¿Cuál es la razón?
–Yo creo en la fuerza de las palabras, para dejar algo en el alma de la gente que me escucha, por eso me valgo de las palabras de los poetas y los canto. No sólo Neruda y Vallejo, también poetas españoles y poetas populares que ni siquiera firman sus poemas, que a veces son analfabetos y cuya obra se transmite oralmente. Pero Neruda y Vallejo, es cierto, son los más grandes para mí, aunque con grandes diferencias entre ellos. Recuerdo a nuestro ilustre Mario Benedetti... él decía que mientras a Neruda le brota la palabra como un manantial, a Vallejo le cuesta cada palabra, pero las que le salen traen mucha intensidad.
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