Sábado, 17 de noviembre de 2007 | Hoy
MUSICA › VERONICA CONDOMI HABLA DE SU NUEVO DISCO, “REMEDIO PAL ALMA”
La cantante mostrará hoy en el IFT las canciones de un disco que, además de graficar una síntesis de viajes musicales y personales por Latinoamérica, significó una experiencia inolvidable: “Durante la grabación, cada vez que terminaba una sesión me sentía totalmente eufórica: no podía dormir”.
Por Cristian Vitale
No pasan más de diez minutos, y el celular de Verónica Condomí parece un sonajero de tanto sonar. Un ring seco y cortito se entromete varias veces entre las palabras. Y distrae. Primero es su hermano Quique, después una amiga, después Emme, la hija que tuvo hace 24 años con Lito Vitale y así. Es inimaginable, pero la secuencia –que parecería una nimiedad– se vincula, sintácticamente, con el título de su flamante disco: Remedio pal alma. La clave está en el vocablo “pal”: no lleva apóstrofo y tampoco se reemplaza por el “para”, como exigiría la Real Academia Española. Ella lo explica fácil: “No lo pensé escrito, me sonó dicho. Creo que hoy todos tenemos una manera de comunicarnos sintética, que proviene de la mensajería del celular, y esto genera la posibilidad de inventar un nuevo idioma. A ver: yo no escribo estamos o estoy sino tamos o toy”. Es solo un detalle de forma, claro, que de ninguna manera destiñe lo que significa: el tercer disco solista de esta inspirada cantante argentina –que presentará hoy en el teatro IFT, Boulogne Sur Mer y Corrientes– suena como si le hubiese entregado su alma al almero para que éste lime sobre su punta más sensible. “Durante la grabación, cada vez que terminaba una sesión me sentía totalmente eufórica: no podía dormir. La sensación era ‘me saqué algo de encima’. Una noche de ésas tuve la respuesta: era un remedio pal alma... no sabía de qué, pero de algo me estaba curando.”
–¿De la angustia, tal vez?
–No.
Condomí –con un background que la pasea por MIA, MPA, La Manija y varios proyectos colectivos del ayer– participó de su catarsis a varios nombres con peso propio dentro de la música popular contemporánea: Luna Monti, Juan Quintero, Hugo Fattorusso, Raly Barrionuevo, Tavo Kupinsky de Los Piojos, Agustín Ronconi de Arbolito... “La magia del encuentro quedó plasmada en este disco”, dice, y describe algunas secuencias. Por ejemplo, el cruce con Kupinsky en “Tonada de luna llena”. “Con Tavo nos conocimos durante un ensamble de tambores que armó el Chango Farías Gómez en 1999. Nos hicimos muy amigos y en esas noches de reuniones, de viajes, de compartir la vida, cantábamos una versión a capella de la ‘Tonada’. Lo único que hice fue retomarla.” La tonada es, dentro de una paleta que contempla músicas de otros países de América, el color venezolano. El colombiano es “Berejú”, canción ataviada de un sonido afro y liberador. “La hizo alguien con sangre esclava pero corazón libre. De ahí la frase ‘no tengo plata en baúles ni tampoco sangre azul/ y por más que tú me adules, nunca tendrás la virtud que tiene mi makerule, makerule berejú’. Me encanta. Son canciones que digerí mucho antes de versionarlas”, sostiene.
–¿Existe algún rótulo que englobe este recorrido estético por Latinoamérica?
–“Raíces con fusión” podría ser uno. En verdad, siento que hay un enamoramiento interior no sólo de la música de mi tierra, sino de la gran América. Cuando me atrapa un sonido que me cuenta de la gente y de otros corazones, se me hace carne y lo quiero hacer propio. Las fronteras, para mí, dejaron de existir.
–¿Es algo que percibe desde la época de MIA?
–Sí, pero también de los viajes. Viajar me hizo amar otras personas, otras luchas, otros lugares que tomo como míos. “La puerta del sol”, por ejemplo, nació de un viaje revelador que hice al Machu Picchu: “Silencio de un pueblo ausente/ sagrado y frío dolor/ preguntas que hacen las piedras/ que nadie aún contestó”, dice y es algo muy fuerte, porque es un lugar donde está todo menos la gente. Viví una dicotomía belleza–ausencia que me provocó un dolor enorme. Me debía ese viaje, porque cuando fui al Cuzco con MPA, no pude subir al Machu Picchu... le había prometido a Emme, que tenía 4 años, que el Día de la Madre iba a estar con ella. Recuerdo que dije: “Bueno, el Machu Picchu me va a tener que esperar”.
–Y la esperó. ¿Qué rescata de la experiencia, más allá de lo que cuenta en la canción?
–Me pasaron cosas muy fuertes, concretas: estar en un lugar, recorrer una ciudad, hundirme en su belleza, darme cuenta de que esa gente vivía feliz y en armonía en un lugar privilegiado, tan cerca del sol. Que había logrado tener una conciencia social, donde todo estaba en función de la vida colectiva.
–¿Qué legado le dejó haber participado de aquella experiencia independiente y libertaria que implicó MIA?
–Haber hecho mucho cuando las posibilidades eran pocas. Yo me integré en 1977, poco después de la desaparición de mi padre (a Miguel Condomí lo fusilaron en octubre de 1976) y me salvó la vida. Me permitió la posibilidad de seguir creciendo, creando y creyendo a pesar del dolor.
–En el disco hay dos canciones de su padre, “Diles, río” y “Preguntá vos, chacarera”. ¿Se las dejó grabadas o escritas?
–Grabadas. Su único registro fue un simple con cuatro canciones, que mi familia conserva con mucho cariño. Estoy segura de que si él pudiera oír las versiones se pondría muy contento.
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