Desde Ushuaia

Todo final es el comienzo de algo. Es casi un lugar común pero, en el caso del Festival Internacional de Ushuaia dedicado a la música clásica y cuya cuarta edición comenzó el pasado 5 de abril y se desarrollará hasta este domingo, está lejos de ser una metáfora. El fin del mundo declarado casi como argumento publicitario es, esta vez, el lugar de una fundación que, además, comienza a rendir frutos, mucho más allá del pasajero conjunto de conciertos que tiene lugar una vez al año. En esta edición, varios de los músicos que llegaron hasta aquí brindaron cursos, clases magistrales y conferencias. Y la ciudad de Ushuaia, con sus poco más de cincuenta mil habitantes, ya tiene casi una centena de estudiantes de violín.

El atractivo mayor, este año, fue la presentación de una nueva orquesta, la Filarmónica de la ciudad, que, en realidad, se forma ad hoc con la participación de músicos europeos y argentinos pero que, en la intención de su director, el argentino radicado en Salzburgo Jorge Uliarte, se convertirá en “una manera de llevar el nombre de esta ciudad al mundo”. La orquesta tocó casi todos los días desde que el festival comenzó e incluso lo hizo en un club de rugby y con entrada gratuita. Allí, concurrieron muchos que escuchaban música clásica –y una orquesta sinfónica en vivo– por primera vez. Y lo mismo sucedió en otro concierto gratis, brindado por el Quinteto Clásico Argentino en Tolhuin, la ciudad más pequeña de Tierra del Fuego, donde fueron poco menos que la totalidad de los habitantes quienes asistieron a escuchar música de Schubert, Mahler y Piazzolla.

El festival ha transformado, además, la vida de la ciudad. Hasta ahora, después de Semana Santa, Ushuaia entraba en una especie de receso que se interrumpía brevemente con la temporada de ski, entre julio y agosto, y donde nada sucedía hasta noviembre. Los quince días de música clásica, con algunas participaciones internacionales y presentaciones como la de la noche del miércoles, de la Opera de Cámara del Colón, funcionan como atracción no sólo para los ávidos habitantes de la zona, sino para turistas de diversas partes del mundo –México, Austria y Chile encabezan hasta ahora las estadísticas– que lo tienen en cuenta para fijar las fechas e itinerarios. La Opera de Cámara del Colón, con dirección musical de Andrea Mijailovsky, presentó en el auditorio del Hotel Las Hayas –donde se realizan los conciertos principales de cada día– una versión de concierto del Stabat Mater de Giovanni Battista Pergolesi. Esta bellísima obra basada en uno de los textos más dramáticos del ritual católico (“Estaba la madre doliente, junto a la cruz, lagrimeante”) fue cantada por la soprano Laura Rizzo y la mezzosoprano Florencia Machado.

Luego de un intervalo, el carácter del espectáculo dio un vuelco con la versión de La serva padrona, ópera fundante del género bu-ffo napolitano y buen reflejo del espíritu de época que hizo eclosión con la Revolución francesa. La historia de la joven sirvienta consentida por su patrón que no sólo le da órdenes sino que, mediante una farsa, lo lleva a reconocer su amor por ella y a tomarla por esposa, fue interpretada con gracia y buen fraseo por la soprano Daniela Tabernig –que acaba de ganar un concurso organizado por el gobierno de Grecia– y con oficio seguro por el barítono Enrique Gibert Mella. La puesta, de Raúl Marego, se deja llevar por el paso de comedia y apunta apenas alguno que otro gag que colabora con el tono general. Ayer a la noche actuó la Filarmónica de la ciudad, interpretando la Obertura de la ópera La flauta mágica de Mozart, la Sinfonía No. 9 de Schubert y, junto al pianista Alberto Portugheis, el Concierto No. 3 de Beethoven. Y hoy a la noche la soprano Andrea Maragno y el barítono Omar Carrión, acompañados al piano por Katja Borissova, brindarán un recital de arias de óperas y canciones de Verdi, Bizet, Mozart y Puccini, entre otros autores.