Viernes, 18 de abril de 2008 | Hoy
LITERATURA › UN HOMENAJE A CESAR VALLEJO A 70 AÑOS DE SU MUERTE
Buenos Aires se sumó, con una conferencia en la Biblioteca Nacional a cargo de Susana Cella, Horacio Salas, José Zapata y Martha Goldín, a la ola global de tributos al autor de Trilce, uno de los padres de la poesía latinoamericana.
Por Silvina Friera
Nadie pudo domesticar al poeta peruano que revolucionó las letras hispanoamericanas. Ese hombre de cara mestiza, frente amplia y una melancolía que condensaba la resaca de todo lo sufrido, murió hace 70 años, en París, un Viernes Santo lluvioso, como lo había “anticipado” en Piedra negra sobre piedra blanca. Aunque curiosamente a César Vallejo “le pegaban, todos, sin que él les haga nada; le daban duro con un palo y duro también con una soga”, ahora el mundo globalizado se rinde ante los golpes magníficos de sus versos en Praga, Montevideo, Madrid y Lima, por mencionar algunas de las ciudades donde se recordó al autor de Trilce. Su influencia, imposible de apresar en pocas líneas, abrazó al sudafricano J. M. Coetzee, a Juan Gelman y a cantautores como Silvio Rodríguez o Joaquín Sabina. Buenos Aires se sumó a esta ola vallejiana con el homenaje que organizó la Embajada del Perú en la Biblioteca Nacional, coordinado por la escritora Martha Goldín, del que participaron Susana Cella, Horacio Salas y el escritor peruano José Zapata.
Cella reveló que Trilce, publicado en 1922, fue definido como un “libro incomprensible y estrambótico” por Luis Alberto Sánchez. La escritora y crítica citó un fragmento de un texto que escribió Vallejo, después de haber publicado ese poemario. “El libro ha nacido en el mayor vacío. Soy responsable de él. Asumo toda la responsabilidad de su estética. Hoy, y más que nunca quizá, siento gravitar en mí una hasta ahora desconocida obligación sacratísima, de hombre y de artista: ¡la de ser libre! Si no he de ser hoy libre, no lo seré jamás.” Cella señaló que Vallejo le dio la espalda a una supuesta belle époque para disponerse a una especie de “toma de conciencia política”, a través de sus viajes a Rusia. “Aun cuando su postura ideológica se va definiendo a favor del marxismo, los artículos de Vallejo no dejan de exponer las contradicciones inherentes no sólo a lo que concierne a cuestiones políticas, sino también a las que se observan entre el arte y la sociedad”, aseguró.
Rusia 1931, producto de los tres viajes que hizo el poeta entre 1928 y 1931 a la Unión Soviética, fue el primer libro de informes sobre la URSS que se publicó en España. “Vallejo elige situarse como un testigo a fin de dar cuenta de los cambios producidos a más de una década de la Revolución Rusa”, explicó Cella. “Sostenía que pese a la anarquía intelectual y el caos ideológico, con tradición de incoherencia de aptitudes, hay una orgánica y subterránea unidad vital.”
Zapata comentó que, aunque nunca regresó a Perú, lo hizo imaginariamente con su obra de dimensión universal. “Envuelto en una especie de atmósfera nietzscheana, dominado por fuerzas inconscientes que operan clandestinamente en aquello que podemos denominar ‘eterno retorno de lo mismo’, Vallejo ya venía haciendo las maletas simbólica y anímicamente desde Los heraldos negros, cuando aludía a esos golpes de la vida que quizá fueran los de una sociedad peruana que desmerece aquello que nos podría hacer libres y sucumbe ante la impronta de lo ajeno, que nos sojuzga y nos aleja de lo auténtico.” “La modernidad fallida peruana apenas existía con un cuarto de la población afincada en las ciudades”, repasó el escritor.
Ante tanto homenaje, no estuvo mal que Zapata evocara las primeras reacciones que generó el poeta en su país. “Vallejo era ignorado por el Perú oficial y por la prensa y crítica literaria de entonces; lo ningunearon con Los heraldos negros y lo trataron muy mal después de Trilce. El ambiente literario limeño lo criticó duramente o fue indiferente, a la vez que se proclamaba en Lima a José Santos Chocano como ‘el poeta de América’ en las narices de un Vallejo olvidado y silenciado. Trilce fue el pasaporte emocional para su partida a París”, resumió.
Salas dijo que, por algunos lustros, la lectura del poeta peruano en la Argentina fue nula o imperceptible. Desde la publicación póstuma de Cantos humanos y España, aparta de mí este cáliz, Vallejo se convirtió en un escritor de culto para ciertos sectores antifascistas de la cultura argentina, hasta que su nombre comenzó a difundirse, ya sin distinción de ideologías, como santo y seña poético, a partir de la aparición, en 1949, de su obra completa publicada por Losada. “Será con la generación del sesenta, no sólo en la Argentina, sino en toda Latinoamérica, que la sombra de Vallejo impregnará buena parte de los intentos poéticos realizados en esta parte del mundo”, planteó. Salas agregó que los poetas de la generación del sesenta “sentían como propios los dolores de Vallejo, y, a veces de manera exagerada, buscaban no sólo en su propia interioridad la posibilidad de reflejar tensiones, desgarraduras y dolores humanos, sino que pretendían retratar lo ajeno, lo anónimo, el drama de las frustraciones y la marginación de los otros”.
A la hora de establecer filiaciones, Salas afirmó que el coloquialismo “es heredero directo de Vallejo”. Respecto de la importancia de Los heraldos negros señaló que el poeta peruano recurrió a la utilización de versos que evocaban una charla o confidencia. “El lenguaje coloquial le permite insertar la nota localista que descoloca el nivel de la frase, expresiones relegadas a locuciones del habla cotidiana, impropia de lo que por esos días se consideraba la poesía”, advirtió. Otra peculiaridad en los poetas argentinos de los sesenta, que mencionó Salas, fue la reiterada utilización del diminutivo, como lo hacía Vallejo, “que con el paso del tiempo Juan Gelman ha transformado en característica de su estilo”. El poeta y ex director de la Biblioteca subrayó que a partir de la lectura de Trilce “la poesía argentina se dio permiso de inventar palabras nuevas, fabricar neologismos, multiplicar los derivados, quebrar la lógica del encadenamiento verbal, tajear la sintaxis y hasta escribir con las faltas de ortografía que Vallejo supuso necesarias para intentar traducir el nivel de lengua de algún personaje”. Salas confesó que su deslumbramiento por Vallejo le permitió sumergirse en la literatura peruana y descubrir a Carlos Germán Belli, Julio Ramón Ribeyro, Antonio Cisneros y Julio Ortega, entre otros. “Los versos de Vallejo todavía nos duelen, pero nos estimulan, nos justifican como seres humanos. Esta es la función última y primordial de la poesía por la que algunos, de puro tercos, aún creemos que vale la pena seguir escribiendo”, concluyó el poeta.
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