Jueves, 20 de noviembre de 2008 | Hoy
LITERATURA › ENTREVISTA A LA ESCRITORA ESTADOUNIDENSE NICOLE KRAUSS
Su segunda novela la confirma como una de las plumas a seguir en la nueva narrativa estadounidense. Aquí habla de La historia del amor, por qué cambió la poesía por la prosa, sus autores preferidos (y poco traducidos) y, claro, Barack Obama.
Por Silvina Friera
Ahora que pisó en Buenos Aires, lugar tan asociado con su imaginario literario, Nicole Krauss, devota lectora de Borges desde los 19 años, dice que “el caos parece un ingrediente que mantiene a la ciudad unida”. Habla en un tono apenas audible, casi susurrando. La escritora norteamericana, que con su segunda novela La historia del amor (Salamandra) –elogiada por el Premio Nobel de Literatura J. M. Coetzee y traducida a más de veinte idiomas– se convirtió en una revelación para el público y la crítica, acaricia su panza y cuenta que está embarazada de siete meses. Amablemente tímida, procura no hacerse notar y no acepta que le saquen fotos. Confiesa que prefiere no saber el sexo de su segundo hijo. Y admite, como pidiendo disculpas por lo que va a decir, que la Buenos Aires “real” puede resultar decepcionante. “Inevitablemente hay un grado de desilusión cuando la realidad reemplaza a la imaginación. Pero por otro lado, también sé que habrá nuevas sorpresas”, señala Krauss en la entrevista con PáginaI12. Aunque comenzó a escribir poesía “buscando darle sentido a un mundo que no lo tiene”, pronto se rindió ante la evidencia de que su destino era la prosa. En ese camino se fue desplazando a ciegas, dejándose llevar por pequeños descubrimientos a medida que avanzaba, hasta que publicó su primera novela, Man walks into the room (2002), una historia de ecos kafkianos sobre un hombre que pierde la memoria después de una operación quirúrgica, aún no traducida al español.
A menudo Leo Gursky, el cerrajero polaco jubilado en Nueva York, uno de los personajes de La historia del amor, se pregunta quién será la última persona que lo vea con vida. “Lo único que quiero es no morirme un día en que nadie me haya visto”, subraya este viejo polaco sobreviviente del Holocausto. En el ocaso de su vida, vuelve a escribir para recuperar emociones enterradas, “el sonido de la niñez, jadeos y trotes de zapatos en la tierra dura”. En un subyugante efecto de muñeca rusa, de libro dentro de un libro, la novela entrecruza la historia de Leo con la de Alma Singer, una excéntrica adolescente que, a ocho años de la muerte de su padre, se empeña en encontrarle un nuevo marido a su madre. Mientras tanto, su madre traduce al inglés una misteriosa novela, La historia del amor, de un escritor desconocido, Zvi Litvinoff, que en 1941 huyó de Polonia a Chile; novela que fue comprada por el padre de Alma en una librería de Buenos Aires.
Krauss, que se presentó en el Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires (Filba), empezó a escribir en la adolescencia. “Me preguntaba, como supongo que todos se preguntan en ese momento tan conflictivo de la vida, cómo podía expresarme, quién era yo realmente. Y encontré que en la escritura podía inventar quién era. Escribir es mi forma de comunicación desde muy temprano, aunque a aquellos a quienes pensaba que les estaba escribiendo, nunca leyeron lo que yo escribía. La escritura pasó a ser una forma natural de expresión, un proceso que me permite estar en equilibrio con el mundo”, revela la escritora.
–¿Cómo fue la experiencia de adoptar la voz y el punto de vista de un hombre octogenario?
–Puedes tener una gran experiencia de vida desde una temprana edad. Pensar en la muerte es parte de estar vivo. Quería ponerme en esa situación cercana a la muerte de alguien que mira retrospectivamente su vida. Hay muchas cosas respecto del carácter de Leo que tienen que ver con mi vida personal: las complicaciones de ser visto y no visto, de querer ser comprendido y sentirse mal entendido y el sentido muy humano de la soledad. No sé qué es lo primero: si hay una persona medio solitaria que necesita expresarse y escribir, o que al ser escritora no me queda otra alternativa que pasar mucho tiempo sola. Creo que es una combinación, pero con el tiempo ese sentimiento cambia. La soledad es diferente cuando sos muy joven que cuando sos una persona con una familia. Tengo una tendencia natural a explorar las mentes de personajes que sienten una forma de aislación o alienación, de gente que no está contenta con su lugar en el mundo, que lucha por conectarse o acercarse a otras personas.
–¿Qué tipo de estrategias asumió al escribir una novela que tiene una trama tan compleja?
–Cuando escribo no tengo idea de la historia, ni de los personajes, no tengo sentido de lo que quiero hacer. Siempre estoy un poco perdida cuando comienzo a escribir. Es una sensación que me gusta mucho. Con La historia del amor empecé con el sonido de la voz de Leo y sentí algo muy natural, muy familiar; sentí que era una voz auténtica para mí. Después pensé cuál sería el contrapunto de esa voz, cómo lograr cierta armonía. Me pregunté qué pasaría si trataba de escribir la experiencia de una chica joven, un personaje al principio de la vida; el otro, al final. Durante mucho tiempo trabajé con estas voces, sin saber cómo se pertenecían mutuamente. Nunca supe lo que iba a pasar hasta que llegué. La novela fue escrita en el mismo orden en que se la lee.
–¿Influyeron las historias que le contaron sus abuelos, que padecieron el Holocausto, en la escritura de la novela?
–Sí, aunque la novela es totalmente inventada, no la hubiera escrito si no fuera por las historias que me contaron mis abuelos. Pero la mayoría de esas historias no está en el libro. Simplemente la idea que tomé de esas historias fue el sentido de cómo sobrevivir a pérdidas tremendas, cómo uno puede utilizar la imaginación y la invención como formas de supervivencia. Creo que esa idea, que fue sacada de la vida de mis abuelos, pasó a ser como una especie de semilla para la novela. Mis cuatro abuelos son europeos, de Alemania, Hungría y Polonia. Se fueron antes o durante la guerra; muchos de ellos perdieron a sus padres o a sus hermanas. Yo crecí siempre con ese sentido de que el mundo de donde ellos venían ya no existía más. Y esto me generó una especie de nostalgia natural.
–¿Esa nostalgia fue un motor para su escritura?
–Todo escritor tiene su motivación. Parte de mi motivación es capturar algo que de otra manera se hubiera perdido si no hubiera quedado registrado. Pero también me gusta insistir en la invención total; insistir en la imaginación, que es aún más poderosa como forma de crear un sentido del yo, mucho más que la realidad. Si pensás en tu propia memoria, te olvidás tanto de tu vida... Tu mente elige ciertos momentos para recordar, para crear un sentido del yo coherente, porque la realidad y nuestra experiencia de vida no son coherentes. Cuando usamos la memoria, nosotros pasamos a ser una especie de escritor de ficción de nuestra propia autobiografía. Para mí es una idea muy poderosa, muy potente, porque nos da un sentido de control, nos saca de la situación de víctimas de nuestra vida y, en cambio, pasamos a ser gente que tiene el poder de recrearse.
–Pero en el caso de Leo, ¿este poder de recrearse, también se puede pensar desde la óptica del que narra como si fuera una memoria póstuma?
–En el caso de Leo, cuando llega a Estados Unidos, lo que le permite sobrevivir es el amor por Alma y la idea de que ella quizá lo estuviera esperando. Cuando con el tiempo se da cuenta de que Alma armó su vida, que se casó y tiene un hijo, en vez de rompérsele el corazón y perder esa idea que le permitía sobrevivir, hace una elección muy interesante: ella es la causa de su amor, pero él es la fuente de ese sentimiento, aunque ella lo acepte o no lo acepte. El toma una decisión póstuma, es verdad, porque mira retrospectivamente, pero lo hace desde muy joven y eso le permite seguir avanzando y sobrevivir.
La escritora norteamericana reconoce que el escaso nivel de traducciones que se hace en Estados Unidos es una de sus grandes frustraciones como lectora. Una de las pocas editoriales que publica sistemáticamente literatura traducida al inglés es New Directions. “Casi todos mis autores favoritos no escriben en inglés. En los últimos años descubrí a Roberto Bolaño, que es mi héroe, a César Aira y a Vila-Matas. Leer es la forma más poderosa de diplomacia que tenemos entre los individuos y los países. Si publicáramos más literatura de Irán, habría más comprensión. El problema es que las editoriales creen que los lectores estadounidenses no se interesan en la traducción, o piensan que no tienen tanta sofisticación. Y yo no creo que sea así”, plantea Krauss. “Un ejemplo es Bolaño. Ya se han publicado cinco o seis de sus libros y mucha gente lo está leyendo. La publicación de Bolaño es una victoria maravillosa para la traducción, para todos. Pero no le puedo contar lo que me frustra que no se traduzca, hay tanta literatura que me pierdo porque no leo en otros idiomas.”
–¿Qué significó para usted el triunfo de Barack Obama?
–Obama ha cambiado totalmente lo que es vivir en mi país, literalmente de la noche a la mañana. Estábamos tan acostumbrados a vivir en un mundo desesperanzado y con la idea de que el futuro era un lugar triste, que fue emocionante dejar este sentido momentáneamente y creer que en el futuro tengamos la oportunidad de dejarles algo mejor a nuestros hijos. No quiero ser naïf en cuanto a las posibilidades de Obama, pero creo que hemos redimido un cierto sentido del tipo de lugar que quiere y debería ser los Estados Unidos. ¿No es maravilloso que se lo haya sancionado unánimemente a Bush?
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