Lunes, 23 de enero de 2006 | Hoy
LITERATURA › UN RECUERDO PARA EL POETA RAMON PLAZA, A 15 AÑOS DE SU MUERTE
Acaba de salir el libro Apuntes para un resumen de vida, que reúne su obra poética inédita. Especie de eslabón perdido de la generación del ’60, sabía mezclar lo cotidiano con lo social y lo político. Tom Lupo y Alberto Szpunberg lo recuerdan con cariño y admiración.
Por Silvina Friera
Si en la Argentina, ser moderno es olvidar pronto, como dijo Jorge Boccanera, hubo un poeta que sabía que “al verso hay que afilarlo mil veces hasta lograr que se rompa en la lectura”, para que no se secara y desapareciera. Ramón Plaza pulió miles de versos desde que publicó, a los 19 años, el poema Fue atropellado un negro en Alabama. Intuyendo dramáticamente que en un mañana no muy lejano su nombre compartiría el “cartel del olvido” con Santoro, Bustos, Dávalos y Tuñón y hasta Luca Prodan (“ese grandote que cantaba en inglés/ que llegó aquí porque creyó que en estas/ tierras guachas de cariño/ no crecía la maldad ni la heroína), entre los últimos poemas que afiló se preguntaba: “¿Qué le pasa al país con sus poetas? ¿Por qué los mata?”. Apuntes para un resumen de vida (Alción) reúne la obra poética inédita de Plaza, prologada por Alberto Szpunberg (ver aparte), que el poeta agrupó en cuadernillos y carpetas entre 1988 y 1991. El libro, que incluye los poemarios Piratas, Manuscrito positivo, Calle de tierra, El inconcluso, Agua llovida y Festival, recupera a ese gran poeta, suerte de eslabón perdido de la generación del ’60, que, mezclando lo cotidiano con lo social y político, encontraba en el habla de la calle, de la conversación con los otros, palabras sueltas, expresiones que enriquecieron su lenguaje poético.
Ramón sintió, y por eso escribió, que “la pobreza es amarilla como un latón enfermo”. Nació el 3 de septiembre de 1937 en el barrio de La Paternal. Su padre, andaluz, panadero y anarquista, había llegado a la Argentina en 1912 (en el diario La Opinión del 19 de noviembre de 1972 publicó un poema dedicado a su padre, Historia de un hombre llamado Manuel, incluido en su obra inédita). A los cinco años, y después de la muerte por tuberculosis de su madre, fue internado en el Preventorio Roca junto con dos de sus cuatro hermanos. Cuando salió del preventorio, dos años después, trabajó como vendedor de diarios y repartidor de carne para ayudar a su abuela y tías maternas, con las que vivió un tiempo hasta que regresó con su padre. Recién a los 12 pudo retomar los estudios primarios; mientras por las mañanas se ganaba la vida como embalador en una fábrica, por las noches cursaba en la escuela nocturna, donde obtuvo su único título de educación formal, y donde conoció a su maestro, el poeta Miguel Angel Viola, quien lo incentivó a escribir.
Cuando ingresó al FFCC San Martín –primero como peón en los talleres de Alianza, luego como auxiliar de estaciones y cambista ferroviario–, desde una pequeña oficina de telegrafista en la estación de Santos Lugares garabateó sus primeros poemas, que pronto aparecieron en su primer libro, Edad del tiempo, publicado en 1958; allí se percibían las marcas de una poesía sencilla, sin palabras rebuscadas, con un lenguaje coloquial propio de un poeta que le gustaba “estar y conversar con los humanos”, y que no temía intercalar en el verso las expresiones que escuchaba en la calle, como “ni más ni menos”, “cómo decirlo”, “quiero decir”, “le ganamo”, “vos sí que eras piola”, “estoy jodido” y “mire señor”, entre otras. Con el inicio de su carrera administrativa en el ferrocarril, Plaza fue trasladado a las oficinas de Galerías Pacífico, cercanas a la mítica Facultad de Filosofía y Letras. Empezó a frecuentar los cafés Ischia y Florida y a publicar poesía y crítica en diversos diarios y revistas del interior, entre ellos La Gaceta, de Tucumán, y La Capital, de Rosario. A mediados de 1963, junto con Roberto Santoro, Horacio Salas y Marcos Silber, Plaza participó de la fundación de la revista El Barrilete, y fue miembro del Consejo de Redacción de la sección poesía de La Rosa Blindada, en donde publicó su poema Morir en Madrid. En la década del ’60 aparecieron Libros de las fogatas (premiado por el Fondo Nacional de las Artes), A pesar de todo, Jardín de adultos (en la editorial Sudestada, de Ortega Peña, que fue censurada, y la edición secuestrada por la policía) y Composición tema: La vaca.
En un poema que adquiere la forma de una carta, Plaza, a quien lo enloquecía el paredón y sobre todo el después de Sur, le “confesaba” a Homero Manzi: “A mí el tango no me alcanza y entiendo que está en orsai desde el cincuenta. Pero de ahí a que no lo silbe, no lo cante, hay muchos tangos de diferencia”. Además de Manzi, reivindicaba como poetas con mayúsculas –y no como meros letristas– a Discépolo, Celedonio Flores, Cátulo Castillo, Homero Expósito y Enrique Cadícamo. En Argumentario, suerte de manifiesto estético, el poeta advierte que la verdadera poesía es la conversación. “Un idioma poético no existe. Es falso que el poeta maneje un idioma, determine la dirección del lenguaje, etc. Además de falso es mentiroso. Ni Darío, ni Dante, ni Cervantes estructuraron un idioma. La creación no es individual, aunque a veces se manifieste así. El idioma se funde, se pudre bajo las palabras.”
En la década del ’70 editó su primera novela, Pata de Palo, pero las botas de los militares, que hicieron desaparecer a varios amigos de Plaza –Santoro, Bustos, Urondo–, lo empujaron a exiliarse en Ecuador, donde trabajó como director creativo en agencias de publicidad. En el exilio “se le secó el pozo”, pero a pesar de las dificultades –“narrar es penoso”–, no dejó de escribir y de publicar (las novelas Salvar la cabeza y El medio tango de Tony Hernández). A fines de 1985 regresó al país y colaboró en Playboy, Sur, Cerdos y Peces y Página/12. Murió en 1991, a causa de un infarto. Quizá su corazón no soportó al menemismo, quizá lo “mató” el hecho de haber visto, a través de sus anteojos culo de botella, cómo los regímenes comunistas caían unos detrás de los otros, o estaba cansado “de tanto hombre que se vende, que se rifa, que se ofrece”. Encontrarse con los poemas inéditos de Plaza deja la certeza de que los poetas son como Drácula: “Vuelven de la noche/ vuelven de la muerte, seguirán volviendo./ Son invencibles/ es la única especie que viva vuelve de la muerte”/.
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