Lunes, 30 de marzo de 2015 | Hoy
LITERATURA › VIVIANA LYSYJ Y SU NUEVO LIBRO, ANIMALIA. UNA NOVELA VEGETARIANA
Mezcla de ficción y ensayo, esta novela, según la autora, “debe ser el primer manifiesto de una subjetividad vegetariana, una manera de ver el mundo que intenta evitar la matanza y el sufrimiento animal”. Un libro provocador para un país esencialmente carnívoro.
Por Silvina Friera
Un aullido de dolor encarna un drama ancestral invisibilizado. Gandhi y Plutarco, dos vegetarianos con muchos argumentos para ratificar sus históricas militancias, se encuentran en una nube por obra y gracia de la imaginación de una escritora argentina. “El hombre no tiene ni pico puntiagudo, ni garras, ni zarpas, ni dientes filosos –describía el pensador griego–. Su estómago no es lo bastante fuerte ni sus vísceras calientes para digerir y asimilar un alimento tan pesado como la carne. Al contrario, la naturaleza, al darnos dientes lisos, una boca estrecha, una lengua blanda y vísceras demasiado débiles par la digestión, prohíbe el consumo de carne.” El lector o lectora carnívoros con baja comprensión y cero sentido del humor no podrán eclipsar el descomunal dispositivo literario y político que despliega Animalia. Una novela vegetariana, de Viviana Lysyj, a la hora de indagar en la subjetividad de quienes sufren ante la matanza de los animales. Una ficción anfibia –mezcla la invención con el lenguaje filoso del ensayo– que aletea como un pequeño insecto en las conciencias sin prescindir de la extraordinaria potencia de la comicidad.
“Parece mentira, pasaron dos mil años y siguen comiendo a tus pobres vacas, no en tu India natal, por supuesto, pero fijate acá abajo, abajo dónde, pregunta Gandhi, acá debajo de esta nube está justo la Argentina, ando encima con el GPS, mirá, hasta acá llega el humo del asado, Gandhi se agacha, se sostiene los anteojos con firmeza, ¿ese humo viene de tan lejos?, sí, queman tanta carne que el humo llega hasta las nubes, Gandhi se enfurece y le pide a Plutarco que hagan fuerza juntos para que les llueva mucha agua y el asado se les arruine, Plutarco hace gesto de impotencia, pero qué ganamos, las vacas ya están muertas, a veces miro desde acá y me parecen tan hermosas, tan pacíficas, y veo cuando les cortan la yugular, cuando les brota la sangre, me lleno de odio, pero después me digo: templanza, Plutarco, sos un filósofo, no un barrabrava de un club de fútbol”, se lee en un fragmento de esta novela en la que una cartógrafa termina viajando con su perro a París a la par que orquesta la primera Veggie Pride, la marcha del orgullo vegetariano.
Animalia está atravesada por lo político: por las piedras del Cordobazo, las manifestaciones griegas y la “banda de forajidos” que integran el Fondo Monetario Internacional (FMI). Hay una maestra empecinada en que sus alumnos puedan “ver” aquello que es sistemáticamente escamoteado: el sufrimiento. Hay una peronista carnívora que se enamora de un vegetariano de izquierda y niños que aman con pasión a sus animales, entre otros personajes. Odín –como el dios de la mitología nórdica–, el perro callejero que Lysyj rescató y adoptó, apoya una de sus patas sobre la pierna de esta cronista con una mirada afectuosa y cordial. “Me parece que esta novela debe ser el primer manifiesto de una subjetividad vegetariana, una manera de ver el mundo que intenta evitar la matanza y el sufrimiento animal; personajes que se manifiestan sufrientes ante lo que comen los demás, que en Argentina particularmente es la ingesta de carne”, subraya la escritora a Página/12.
–¿Animalia nació como novela también por la necesidad de escribir sobre la muerte de su gato Principito?
–Sí, cuando se murió Principito en diciembre de 2009. En la novela hay partes que son verdaderas y otras que son pura ficción. Lo que escribí sobre Principito es cierto. Jamás había vivido lo que significa la muerte de un animal. Fue como perder un niño, en el sentido de que yo era la proveedora del gato y era alguien que dependía de mí... El dueño también depende del animal. Habría que ver en esa interacción cuánto de antropocentrismo hay cuando uno habla de las relaciones, porque parece que siempre el dueño es el dueño de la mascota, pero hay que ver si la mascota no es dueño del dueño. Apenas se murió Principito quise hacer una especie de catarsis. Pero cuando uno se pone a escribir algo para hacer catarsis, el texto termina siendo malo literariamente. Eran páginas muy sentidas, muy dolidas, que no tenían valor literario. Yo necesito primero hacer el duelo, curarme, y después escribir. Había sufrido tanto con la muerte de Principito que durante mucho tiempo no quise saber nada con tener otro animal. Pero me empecé a conectar con los perros. Desde la orfandad de haber perdido a mi mamá y a mi gato, que murieron por la misma época, me conecté con el tema del abandono de los perros callejeros. Y ahí fue cuando adopté a Odín en 2010. Si le hubiese hecho caso a mi instinto, a la tristeza que sentía en ese momento por los perros que veía abandonados, debería tener como veinte perros en mi casa.
–Hay muchas citas en defensa de los animales de Plutarco, Pitágoras, Jean-Jacques Rousseau, Emile Zola y Marguerite Yourcenar, entre otros. ¿Cómo fue ese trabajo de búsqueda, esa parte de ensayo que tiene la novela?
–La parte que tiene que ver con las citas no son de primera fuente, son citas de otras personas que a su vez citan. Yo no hice el trabajo de investigación de ir a una biblioteca a estudiar a Plutarco, sino que leí fragmentos de Plutarco del francés. Yo leí Las confesiones de Rousseau a los 19 años, cuando estudiaba francés, y me acuerdo de que el profesor nos decía: “Fíjense cuántas veces está subrayada la palabra ternura” en Rousseau. Él manifestaba una ternura por los seres vivos y en la famosa discusión filosófica sobre si “el hombre es el lobo del hombre”, Rousseau plantea que el hombre nace bueno pero la sociedad lo hace malo. Yo, que tengo ideas socialistas, pienso como Rousseau que ningún ser humano nace para matar. Yo creo que de chica era una rousseauniana avant la lettre (risas). Empecé a escribir la novela para contar el costado pintoresco de lo que significa el amor por los animales, pero después me metí en una camisa de once varas con el tema de la comida. El tema de las citas me trajo mucho conflicto a nivel de construcción de la novela. Tuve que batallar para ver cómo iba incorporando esas citas. La novela me llevó casi cuatro años escribirla. Me metí en un tema que sé que ideológicamente a un país muy comedor de asado le hace fricción. Quería escribir esto porque sabía que nadie habla de lo que significa la subjetividad de alguien que sufre porque se matan animales para comerlos; el hecho de ir a un supermercado y ver un lechoncito, que es un bebé de cerdo, decapitado, rodeado de arvejas, me produce violencia. Siempre me meto en temas medio oscuros a los que les falta visibilidad, le quise dar visibilidad al tema de la comida y ahí entré en conflicto con el material que tenía porque se me mezclaba lo puramente narrativo con el material investigativo. Si quería citar, si quería hablar de Plutarco, Pitágoras, Derrida, tenía que engarzar la prosa de manera muy fina, donde fuera armando un collar de citas y de ficción mezcladas, que literariamente era muy trabajoso, pero al mismo tiempo tenía citas como la de Marguerite Yourcenar con Brigitte Bardot, de unas cartas de Yourcenar, que me pareció que tenía que estar en la novela. En los libros que yo escribo hay una simultaneidad temporal, no hay una linealidad. Lo que pasa en el último capítulo no es necesariamente posterior a lo que ocurre en el primero. Cuando construyo las novelas, los tiempos corren simultáneamente y las cosas pasan al mismo nivel. Yo escribo novelas colectivas en donde interactúa un “nosotros”; tanto en Piercing como en Tragamonedas hay un “nosotros”. Me interesa hacer como un corte longitudinal donde se vea la sociedad, como en una película coral donde todos se cruzan sin conocerse demasiado.
–En la novela aparecen dos niños: uno que se enoja con los padres porque intentan deshacerse del perro mientras viajan en la ruta y una niña que tiene como mascota un cerdito. ¿Por qué desde la ficción establece una conexión tan intensa entre los niños y los animales?
–Hay algo de inocencia, y eso me parece absolutamente filosófico, porque creo que los niños y los animales son inocentes. Derrida dice que lo que le conmueve de un animal es su inocencia, no en el sentido religioso del término sino en el sentido filosófico. Esto se conecta con el especismo y los antiespecistas. El especismo es la dominación de una especie sobre otra. Filosóficamente el ser humano en su actitud especista maltrata y explota a las especies inferiores. Yo creo que los animales son inocentes porque no pueden decir “no me mates”, “no me explotes”, “no me golpees”, “no me saques leche...” El animal no es cruel, tiene el comportamiento que tiene que ver con su especie. No estamos hablando de domesticar a un tigre que se come a una gacela. Estas son cosas que difícilmente lleguen al dominio del hombre. Nosotros estamos hablando de la faena de una vaca que, aparte, como dice Plutarco –¡mirá qué sabio, estamos hablando de hace más de dos mil años!–, el ser humano se ensaña con los animales que son los más inocentes de la especie, por qué no se ensaña con un tigre. Se ensaña con los animales más dulces, que no se rebelan contra tu actitud violenta, que son una oveja, un pollo. Si la gente viera videos de cómo matan a los pollos, no los comerían más. La industria de la matanza de los animales está alejada de la vista, esto lo dice la maestra en la novela. No salís a la calle y ves cómo matan a una vaca porque más de uno dejaría de comer carne.
Odín se despierta, levanta la cabeza, la gira y mira a Viviana con un atisbo de reproche: la conversación se prolonga y él tiene ganas de pasear. “Como me parecía muy angustiante tratar el tema de la matanza de los animales, lo que tiene que ver con la faena y el sufrimiento para un lector no vegetariano o vegano, en la construcción de la novela quise mechar con fantasía y con algo de humor, y se me ocurrió la idea de la nube donde están Gandhi y Plutarco. Eso me permitió poder hablar de Gandhi, de George Harrison y de Paul McCartney –plantea la escritora–. Cuando estuve en Francia, fue justo la época en que se armó un escándalo porque se descubrió que vendían lasaña que tenía carne de caballo como carne vacuna. Se empezó a rastrear dónde y cómo se faenaban los caballos; fue un escándalo económico y político infernal. Un periodista planteó que algunos pensaban si lo de la lasaña de caballo no era una batalla mediática incentivada por McCartney para pedir entonces la abolición de la carne porque hace tiempo que está luchando por este tema. Esta es una causa que no se conoce mucho porque acá no hay un famoso poniéndose delante de un matadero. Acá todavía ningún militante vegano se encadenó en un matadero. Quizá lo hagamos en un futuro cercano porque muchos estamos decididos a que se tome conciencia del sufrimiento.”
Viviana sabe –lo dice y repite– que de ahora en más no podrá escribir novelas en las que no haya un personaje que no hable del tema del sufrimiento animal. “Me impresiona mucho el lenguaje: entraron 380 mil cabezas al Mercado de Liniers. ¿Cabezas de qué? Hay que deconstruir el vocabulario también.”
–Es un vocabulario criminalmente naturalizado, que amputa la cabeza del cuerpo.
–Claro, ¡no hay cuerpo y no hay dolor! La desconstrucción del lenguaje es el gran tema ideológico y político que se va a dar. Imaginate con los intereses económicos que tiene la industria de la carne en el mundo, desmantelar todo esto va a ser una larga lucha. Pero creo en los militantes y creo sobre todo en la filosofía. La gente te va a decir: “La vaca no es lo mismo que un ser humano”. Ante esta afirmación, yo pregunto: ¿Eso quién lo dice? Por eso vuelvo a la filosofía de Plutarco, de Rousseau, de (Alphonse) Lamartine: el poeta francés ya decía en 1800 que a su madre le producía vergüenza el hecho de matar animales y comérselos. Yo sentía eso también cuando era chica... Esta parte de la novela es autobiográfica; con mi hermana comíamos milanesas, pescaditos, pollos... cuando alguien nos contaba y empezábamos a ver que estaban matando un animal, las dos dejábamos de comer, inconscientemente rechazábamos la carne. Después hubo períodos en que mi madre esgrimía el argumento de la proteína animal y volvíamos a comer carne, pero con mucha aprensión. Hay que empezar a escribir más libros, filmar películas, hacer publicidades para que el tema entre por los ojos. Si se viera cómo se mata a los animales, cómo se los maltrata, cómo sufren, la mayoría dejaría de comer carne. Muchos son veganos o vegetarianos por lo ideológico, pero creo que también hay que conquistar a más personas por el gusto. Marcela Iacub, en Confesiones de una comedora de carne, dice que la industria de la carne necesita que los mataderos estén lejos. ¿Por qué no se hacen excursiones a los mataderos? El que come carne no tiene muchos elementos para argumentar, habla de la proteína animal pero también está la proteína vegetal. La causa vegetariana y vegana va a ganar cada vez más adeptos porque es muy coherente.
* Animalia se consigue en El Aleph de Almagro (Rivadavia 3972) y en Eterna Cadencia (Honduras 5582). El precio en librería es 170 pesos. También se puede adquirir online en: www.facebook.com/pa ges/Viviana-Lysyj o animaliaargen [email protected]
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