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Viernes, 13 de noviembre de 2015

LITERATURA › PREMIO CERVANTES PARA FERNANDO DEL PASO

Tradición y modernidad

El escritor mexicano, de 80 años, fue elegido “por su aporte al desarrollo de la novela”, según indicó el jurado. Es, además, dibujante, pintor, diplomático y académico de la lengua.

 Por Silvina Friera

La fascinación por el sonido y la coreografía del trazo preludian el camino del sueño infantil a la simetría de la realidad: la mano izquierda dibuja, la mano derecha escribe. La incursión en la pintura se desmoronó por los abismos del fracaso juvenil. Muchos años después, varios garabatos en tinta china propiciaron el reencuentro con esta división práctica del trabajo artístico. Entre la vacilación y el vértigo, avanzó palabra por palabra, experimentando con la música del lenguaje, el pellejo de la historia y el riesgo de la imaginación. Fernando del Paso –escritor, dibujante, pintor, diplomático y académico de la lengua– se convierte en el sexto mexicano en recibir el Premio Cervantes, considerado el Nobel de las letras hispanas, después de Octavio Paz (1981), Carlos Fuentes (1987), Sergio Pitol (2005), José Emilio Pacheco (2009) y Elena Poniatowska (2013). El autor de Noticias del imperio fue elegido “por su aportación al desarrollo de la novela aunando tradición y modernidad, como hizo Cervantes en su momento”, según comunicó el jurado de esta edición del premio, dotado con 125.000 euros. Una vez más se cumple esa norma consuetudinaria que reparte alternativamente el galardón entre Latinoamérica y España, luego de que el año pasado lo obtuviera el español Juan Goytisolo.

A los 80 años, el escritor mexicano dormía en su casa de Guadalajara cuando lo llamaron para anunciarle que había ganado el Cervantes. En unas breves declaraciones radiales explicó que actualmente “no trabaja en nada” porque estuvo enfermo durante casi tres años por “unos infartos al cerebro de carácter isquémico”, que tuvieron “una larga secuela en el idioma que hablo y escribo”. La alegría del máximo reconocimiento se opaca ante la tristeza que siente por la situación política de su país. “México no avanza lo que debería; hay mucho narcotráfico, crimen organizado, extorsiones y corrupción, sobre todo corrupción”. Un mundo insospechado se abrió para Del Paso (Ciudad de México, 1 de abril de 1935) cuando leyó el libro de poemas El rayo que no cesa, de Miguel Hernández. A fines de la década del 50, como un “ejercicio de versificación”, escribió sus Sonetos de lo diario, que Juan José Arreola editaría en la mítica colección El Unicornio. En 1966 publicó su primera novela, José Trigo –por la que obtuvo el Premio Villaurrutia de ese año– en la que narra la vida de un disidente ferroviario. La idea surgió cuando vio a un hombre alto y desgarbado caminando por las vías abandonadas del tren, cargando con un pequeño ataúd. “Es una novela de ambiciones desmesuradas y de una extrema complejidad, donde el lenguaje es el auténtico protagonista –reconocía el narrador–. Quise contar el movimiento de los ferrocarrileros que hubo en México en los cincuenta. Vivían en los furgones abandonados. Desde el punto de vista plástico, aquello era hermoso. Terrible, desde el punto de vista social. Me diagnosticaron por entonces, no había cumplido 30 años, un cáncer. Creía que iba a ser mi único libro y quise meterlo todo”. Más allá de los cuestionamientos retrospectivos, en ese debut se encuentra el humus de la narrativa que perfeccionaría en el futuro: el interés por el humor y el ambiente popular, el trasfondo histórico, la preocupación por el lenguaje, la complejidad de la estructura y la intertextualidad.

El estilo Del Paso es una combustión extraña de Juan Rulfo con William Faulkner, de Lewis Carroll con James Joyce. “He sido un equilibrista que se mueve en la cuerda floja entre la imaginación y el rigor histórico. La historia es el andamiaje de mis novelas, lo que me permite lanzarme a contar muchas cosas”, planteó el escritor que vivió dos años en Estados Unidos –como participante del International Writing Program de la Universidad de Iowa–, catorce en Londres –como colaborador de la British Broadcasting Corporation– y ocho en París, donde trabajó como consejero cultural y después como cónsul general de México.

En Palinuro de México, su segunda novela, premiada con el Rómulo Gallegos, despliega un mosaico de historias cuyo centro son las andanzas de Palinuro –nombre del timonel de la nave de La Eneida de Virgilio–, un joven estudiante de medicina que vive en una pensión con su prima Estefanía, con la que mantiene una relación sentimental. En Noticias del Imperio (1987), considerada su obra maestra por Claudio Magris, cuenta la historia “trágica, bella y surrealista” del emperador Maximiliano y Carlota de Habsburgo, quienes al llegar a México creyeron que serían recibidos con todos los honores. El emperador fue fusilado en Querétaro y Carlota enloqueció y murió en 1927. También escribió una novela policial, Linda 67 (1995), y tiene varias piezas teatrales como La loca de Miramar (1988), Palinuro en la escalera (1992) y La muerte se va a Granada (1998), sobre Federico García Lorca; publicó un libro de relatos –Cuentos dispersos (1999)– y ensayos como Viaje alrededor de El Quijote (2004), entre otros títulos. Como dibujante y pintor ha presentado sus obras en Londres, Madrid, París y varias ciudades de Estados Unidos. “El dibujar es una venganza de mi mano izquierda al acto de escribir –aseguró Del Paso–. La plástica es mi liberación personal; escribir me angustia terriblemente, me cuesta un trabajo espantoso.”

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Del Paso es el sexto mexicano que gana el Cervantes.
 
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