Viernes, 12 de octubre de 2007 | Hoy
LITERATURA › DORIS LESSING, FLAMANTE GANADORA DEL PREMIO NOBEL
La Academia Sueca señaló que Lessing es una autora capaz de retratar “la épica de la experiencia femenina”, y destacó el “escepticismo y fuerza visionaria con la que examinó una civilización dividida”. Pero, fiel a su fama, la autora de 87 años retrucó que “los hombres y las mujeres no son tan diferentes”.
Por Silvina Friera
A la bisabuela de las letras británicas, como prefiere que la llamen, casi se le salen de la cara esos hermosos ojos verdes por la sorpresa y la emoción. Hay que tratar de imaginar la escena para entender el impacto. Una dama menuda y enérgica, de 87 años, con fama de beligerante, incluso de agresiva –mascaradas con las que esconde a la mujer encantadora, amante de los animales, enamorada de la cocina, la vida doméstica y guardiana recelosa de su intimidad–, regresa en taxi a su casa en West Hampstead, límite entre la ciudad y el campo en el noroeste de Londres, después de haber acompañado a su hijo al hospital. Quizá está apuradísima porque la espera Yum-Yum, su gata gorda y vieja que alguna vez fue “una bella y esbelta princesa”. De pronto observa un montón de cámaras y personas en la puerta y piensa que deben estar grabando un programa de TV. Un periodista se acerca y le dice que acaba de ganar el Premio Nobel de Literatura. “¡Oh, Dios!”, exclama Doris Lessing al bajarse del taxi, vestida con una vieja pollera y una chaqueta desteñida. “Me gané todos esos malditos premios que hay en Europa, que estoy muy contenta de haber ganado”.
Así se enteró la escritora británica de que era la undécima mujer en ganar el premio. El secretario permanente de la Academia Sueca, Horace Engdahl, había declarado que no había podido comunicarse con ella. “Tengo miedo de que esté dando un paseo y la gente la aborde para darle la noticia”, añadió. Para festejar, y a modo de anticipo de su cumpleaños 88 –el 22–, la autora de El cuaderno dorado, considerado la Biblia del feminismo británico, alzó un vaso de agua para hacer un brindis. “Es ginebra”, bromeó. La Academia Sueca señaló que Lessing es una autora capaz de retratar “la épica de la experiencia femenina”, al tiempo que destacó el “escepticismo y fuerza visionaria con la que examinó una civilización dividida”. La ganadora, rechazando la argumentación, confesó que no sabía a qué se referían. “Los hombres y las mujeres no son tan diferentes”, dijo Lessing, que en 2001 obtuvo el Príncipe de Asturias, “el Nobel español”. A Lessing, lo que más le gustó de haber ganado el Nobel es que Gabriel García Márquez la llamó para felicitarla. “Para mí es algo maravilloso, es un escritor magnífico al que admiro profundamente”, agregó.
Engdahl dijo que el trabajo de Le-ssing fue de gran importancia para otros escritores y para la literatura toda. “Ella fue objeto de discusión por algún tiempo, y ahora era el momento. Podríamos decir que es una de las decisiones más cuidadosamente considerada en la historia del premio”, sostuvo el secretario. En declaraciones posteriores, Lessing recordó que, en los ’60, los organizadores enviaron un representante para decirle que no les gustaba y que “nunca” ganaría el premio. “Así que ahora decidieron dármelo. ¿Y por qué les gusto más ahora que antes?”, se preguntó, y dijo que pensaba que quizás tuviera que ver con su edad. “No le pueden dar un Nobel a alguien muerto, así que probablemente pensaron que mejor me lo daban ahora”. Lessing, la única candidata sólida al Nobel que tenía Gran Bretaña, sabe disparar con munición gruesa: sobre Tony Blair dijo que es “un fantasioso chico de los ’60 que cree en la magia” y que “posiblemente no sea muy brillante”.
Hija de un oficial del ejército británico que perdió una pierna en la guerra y se enamoró de su enfermera, Doris May Taylor nació el 22 de octubre de 1919 en Kermanshah, en Persia (actual Bajtarán, en Irán). A los seis años la familia se trasladó a Rodhesia del Sur, actual Zimbabwe, en busca de mejores condiciones de vida. Su infancia en la granja fue reflejada en su novela Dentro de mí, de 1994. En una reciente entrevista se preguntó cuál sería el sentido de volver. “¡Todo el país se fue por la cloaca! Ya casi no me quedan amigos vivos y mis hijas se mudaron a Sudáfrica. Además, en Zimbabwe ya no encontraría el cielo de noches estrelladas que tanto extraño de mi niñez, lo tapó la polución. En Inglaterra tampoco es posible, pero cuando viajé a la Argentina hace años, en el Norte, lo encontré igualito. También me gustó ir al Hipódromo en Buenos Aires y ver a toda esa gente rica que tuvo niñeras inglesas, ¿se puede creer? Tengo amigos allí, me gustaría volver.”
A los 14 años dejó el colegio de monjas y se dedicó a todo tipo de trabajos, incluido el de periodista. Autodidacta, como tantas mujeres del sur de Africa que nunca terminaron la educación secundaria (entre ellas Olive Schreiner y Nadine Gordimer), Lessing se formó con los libros que llegaban de Londres. Sus primeras lecturas fueron Dickens, Scott, Stevenson, Kipling; luego descubrió a D. H. Lawrence, Sten-dhal, Tolstoi, Dostoievski. También absorbió los recuerdos amargos que su padre tenía de la guerra. “Todos estamos moldeados por la guerra, retorcidos por ella, pero lo olvidamos”, señaló la escritora. A los diecinueve años se casó con Frank Wisdom y tuvo dos hijos. Pocos años después, al sentirse atrapada en una persona que temía la destruiría, dejó la familia. Pronto se asoció al grupo de lectura del club comunista Left Book. En 1945 se casó con Gottfried Lessing, un judío alemán a quien conoció en una organización marxista en lucha contra el racismo en Ro-dhesia. Ese año ingresó al Partido Laborista de Rodhesia del Sur y en 1949, tras divorciarse, se trasladó a Londres, donde comenzó su carrera como escritora.
Su primera novela, Canta la hierba (1949), sobre una mujer sofocada por el racismo de un pueblo, tuvo una repercusión muy favorable de público y prensa. A raíz de sus recuerdos de infancia, su compromiso con la política y sus preocupaciones sociales, Lessing escribió sobre los conflictos entre culturas, las injusticias y la desigualdad racial. Así como también sobre los elementos contradictorios de la personalidad, y el conflicto entre la conciencia individual y el bien colectivo. Las historias y novelas que publicó en los ’50 y ’60, ambientadas en Africa, condenan el desposeimiento de los africanos negros por los colonos blancos y exponen la esterilidad de la cultura blanca en Sudáfrica. Entre 1952 y 1956 militó en el Partido Comunista, hasta que lo abandonó decepcionada por la evolución del estalinismo, y en ese tiempo participó en campañas antinucleares y contra el régimen racista de Sudáfrica, por lo que tuvo vetada su entrada entre 1956 y 1995. En 1956 fue declarada “persona no grata” en Rodhesia del Sur, y hasta 1982 no pudo regresar al país que la vio crecer. Lessing admite que se volvió intolerante con las ideologías. “Pertenezco a una generación de grandes sueños, de utopías de sociedades perfectas, y lo que ocurrió es que hubo mucha sangre. He observado a gente de mi generación que tenía grandes esperanzas y ahora la veo muy rezagada respecto de sus expectativas. Ya no creo en esos sueños perfectos y maravillosos”.
Entre 1952 y 1969 escribió la pentalogía con tintes autobiográficos Hijos de la violencia –versión modernizada de los folletines del siglo XIX, conocida como Martha Quest por el nombre de su protagonista–, que se desarrolla gran parte en Africa. Esta serie es, según la Academia Sueca, “innovadora en su forma de representar el pensamiento y condiciones de vida de la mujer emancipada”. Su obra más conocida es El cuaderno dorado –publicada en 1962 y por la que obtuvo el Premio Médicis de Francia a la mejor novela extranjera–, que convirtió a Lessing en icono del movimiento feminista para su gran sorpresa, “lo cual prueba que uno escribe algo y nunca sabe en qué va a terminar”. No es que ahora sea antifeminista: Lessing cree que las feministas tienen objetivos equivocados. “La revolución sexual de la década del ’60 está muy bien”, aseguró, pero “el feminismo de los años ’60 se disolvió en cháchara inútil”.
“Los escritores somos mercancía, como los libros que vendemos”, escribió. Y a la pregunta de si se consideraba también una mercancía, contestó: “Lo creo de verdad. Los editores nos usan para vender nuestros libros”. Lessing plantea que el escritor sufre una especie de doble personalidad. “Nos gusta estar en casa, con jeans y una camisa ancha, rodeados de libros y escribiendo. Pero nadie te salva de ponerte una sonrisa cuando hay que promocionar el libro. Entonces el escritor se convierte en una especie de reina madre”. Lessing es autora de Un hombre y dos mujeres (1963), En busca de un inglés (1965), Instrucciones para un viaje al infierno (1974), El último verano de Mrs. Brown (1974), La costumbre de amar (1983), Cuentos africanos (1984), Diario de una buena vecina (1987), La buena terrorista (1987), Si la vejez pudiera (1988, bajo el seudónimo Jane Somers) y El quinto hijo (1989), y los más recientes Las abuelas (2005) y El sueño más dulce (2006). En el prólogo de esta novela, que iba a ser el tercer volumen de su autobiografía, la escritora confiesa que espera “haber sido capaz de recrear el espíritu de la década de los sesenta, una época que, vista retrospectivamente y comparada con lo que vino después, parece sorprendentemente inocente”. Y agrega: “Hubo en ella poco de la maldad de los setenta o de la fría codicia de los ochenta”.
Escribió además varios trabajos sobre gatos, obras teatrales, y en 1997 colaboró con el estadounidense Phillip Glass en el libreto operístico The marriages between zones three, four and five. En 2001 participó en el Proyecto Biblia de la editorial germana Fischer, donde una serie de comentaristas, entre ellos la autora británica de libros policíacos P. D. James y el músico Nick Cave, ofrecieron una singular visión de la Biblia. El año pasado, en el Hay Festival, en Segovia, habló de su última novela, The cleft (“La hendidura”), obra de ciencia ficción que trata de imaginar lo que ocurre en un mundo sólo de mujeres en el que de pronto aparecen los hombres. Lessing señaló que los hombres son introducidos para “animar” al mundo perezoso de las mujeres. “En mi opinión es para lo que sirven. El cromosoma Y vale para animarlo todo.” Cuando le preguntaron si creía que los hombres hacen las guerras, la escritora respondió: “No noto que las mujeres, cuando llegan a primeras ministras, sean particularmente pacíficas. Nos gusta pensar que son maternales y amables y que no van a ir a la guerra, pero no es cierto, ¿no es así?”, ironizó. “Nosotros tuvimos una primera ministra, la señora Thatcher, que condujo con gran éxito una guerra contra Argentina. Es una idea absurdamente sentimental pensar que las mujeres pueden hacer más por la paz que los hombres. No hay pruebas históricas. Siempre hubo mujeres muy guerreras y racistas”.
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