CINE › JUAN TARATUTO HABLA DE SU NUEVA PELíCULA, LA RECONSTRUCCIóN
El director de ¿Quién dice que es fácil? vuelve a trabajar junto a Diego Peretti, pero esta vez ambos cambian de registro y abordan un drama familiar, rodado en Ushuaia. “Siento que sigo abordando vínculos, relaciones humanas, amores”, dice.
› Por Oscar Ranzani
¿Será el mismo? A Juan Taratuto se lo conocía hasta ahora como el director de No sos vos, soy yo, ¿Quién dice que es fácil? y Un novio para mi mujer, algunas de las comedias más exitosas del reciente cine argentino, las dos primeras protagonizadas por Diego Peretti. Este jueves, Taratuto y Peretti estrenan una nueva película, La reconstrucción, pero esta vez no hay risas a la vista: es un drama sobre la pérdida y la reparación de los afectos. “No sé si es un viraje. En política sería una profundización del modelo”, bromea Taratuto, en diálogo con Página/12. Luego se pone más serio y analiza: “Trato de hacer películas que generen preguntas. Por ahí, las otras planteaban interrogantes más alegres y ésta indaga en cosas más tristes. Pero siento que sigo abordando vínculos, relaciones humanas, amores. Desde ese punto me siento muy cercano a las películas anteriores”, confiesa el realizador.
Taratuto explica que es todo un privilegio haber filmado junto a Peretti anteriormente, ya que cada uno conoce la manera de trabajar del otro. “Primero, es una gran persona, un compañero de ruta codo a codo, fue colaborador en la última versión del guión. Y es un tipo con el que nos conocemos mucho. Conozco la manera de trabajar, pero también la manera de pensar de él sobre esta película antes de que le ofreciera el guión, porque habíamos hablado de los temas que trata en otros momentos”, relata Taratuto.
En la ficción, Peretti es Eduardo, un trabajador en la industria del petróleo, del que se sabe poco: apenas se intuye una situación traumática. Por razones laborales debe trasladarse desde Río Grande a Ushuaia por unos pocos días. Allí se reencuentra con su amigo Mario (Alfredo Casero), que es la antípoda de su personalidad. Si Mario es demostrativo, Eduardo parece gélido, algo con lo que choca la familia de Mario, apenas intercambian unas pocas palabras. Mario, sin embargo, le pide ayuda. Eduardo entonces deberá sostener a la familia de su viejo amigo, incluyendo a su mujer, Andrea (Claudia Fontán), con la que comparte más de un dolor. “Al igual que las otras pelis, ésta tuvo que ver con situaciones y circunstancias que me tocaron vivir en la vida que me hicieron reflexionar. Obviamente, la película tiene una impronta vinculada con mi mirada sobre ciertas cosas, pero no es autobiográfica”, aclara el director.
–¿La película reflexiona sobre el modo de vivir las pérdidas?
–También me di cuenta de que quizás una pérdida abre una posibilidad, y por eso “la reconstrucción”. La película tenía un título más largo y psicoanalítico que era La reconstrucción del paisaje interior, que es un término que escuché en el diván. Y creo que el punto de contacto con el que yo más me identifico es que un hecho trascendental de la vida te permite redireccionar y rearmar. Un hecho trascendental te saca de tu eje y, por ahí, el tema es si uno puede volver al eje o encontrar uno nuevo.
–Al principio, Eduardo se muestra como un ser asocial, algo que, con el correr de la trama, se va dosificando. ¿La idea fue jugar con el espectador, es decir, que pase de no comprenderlo a identificarse con él?
–Sí, esta cosa asocial es lo que le permite construir su caparazón, es lo que le facilita construir su aislamiento. Y si bien está jugado a un extremo, todos nos podemos identificar con esta situación, en la que ciertos momentos de la vida nos congelan, nos aíslan, o nos paralizan y cargamos todos con una historia y con una vergüenza. Apareció el tema de la vergüenza en el personaje que, de alguna manera, fue lo que lo inhibió.
–En principio, Eduardo es todo lo contrario a Mario, el personaje de Casero. El primero se muestra frío como la nieve y el otro es cálido y afectuoso. ¿La idea fue contraponerlos?
–Sí, y también la idea fue pensar dos mundos muy distintos y dos familias muy distintas. Y Eduardo tiene que meterse en un mundo y en una familia que es completamente distinta a lo que conoce o conoció, o a lo que él estuvo acostumbrado. Y ese contraste nos permitía el choque y esa convivencia más forzada o áspera.
–De todos modos, Eduardo demuestra solidaridad en la amistad, a pesar de estar afrontando una crisis personal.
–Sí, en ese punto el guión es raro, porque la definición más ortodoxa de la comedia es que un personaje se ve metido en una situación de la cual debe salir. Y es un poco lo que le pasa a este personaje: de la noche a la mañana está metido en una situación que le era ajena, improbable, no buscada y tiene que salir adelante. Y tiene que anteponer su ética o sus valores y construir o intentar construir en una situación desconocida.
–¿La película también busca esbozar una mirada sobre el significado de la muerte?
–No directamente. Sí creo que la muerte, que nos es tan temida, gran parte es por lo que uno deja, pero aparte por lo rápido que uno cree que se lo puede olvidar. La gente sigue, las familias siguen, los amigos siguen, los negocios siguen. Hay una cuestión egocéntrica y autorreferente de que a uno le duele pensar que no se detenga el mundo cuando uno se muera. Siempre en la muerte, el dolor está en los que se quedan. El punto de vista de esta película no está en el dolor del que muere sino en el dolor del que queda.
–¿Por qué decidió filmarla en el Sur y cómo fue el rodaje?
–La decisión del Sur tenía que ver, por un lado, con un tema dramático, porque necesitaba que los personajes estuvieran en un aislamiento y carentes de una red de contención familiar. Entonces pensé en Ushuaia, que no conocía cuando empecé a escribir el guión. Pero uno tiene la idea en la cabeza de que es un lugar aislado en el mundo. Es una isla a la que hay que entrar por Chile, o en barco o en avión. Es un lugar aislado, bellísimo. Y tenía ganas de filmar la luz del Sur, que es raro que pegue muy de arriba, sobre todo en invierno, cuando pega un poco de manera lateral. Tenía ganas de irme con un equipo, concentrarme y estar día a día generando una empatía y un mundo propio con los actores, de manera que no tuvieran otra dispersión que no fuese la película.
–¿No era un riesgo elegir un paisaje muy bello asociado con el turismo y ubicar allí a un personaje con un gran conflicto emocional?
–Sí, era un riesgo. De hecho, en la búsqueda de locaciones con la directora de arte y con el fotógrafo, todo el tiempo nos preguntábamos ante una situación o un paisaje, una calle o un colegio que buscábamos, si era lindo o si era funcional a la historia. Era como una distinción. No quisimos y, de hecho, no hicimos una película paisajista ni turística. Entonces buscamos mucho lo que yo llamo “el segundo cordón en Ushuaia”. Allí hay una vida por afuera de la bahía. Hay avenidas, colegios, barrios, hospitales. Y tratamos de retratar eso. Yo siempre decía que si veíamos nieve, ésta no podía estar blanca. O sea, la nieve está pisada en la calle, está sucia, tiene barro, está derretida, es fea. Todas las escenas del centro tienen esa estética.
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