Una película que, más que ser “sobre” el exterminio nazi del pueblo judío durante la Segunda Guerra, aspira a un trabajo que su propio realizador define como “arqueológico”: la completa reconstrucción, desde los cimientos y en sus mínimos detalles, del más atroz y sistemático genocidio que conoce la humanidad. Once años de lecturas, investigaciones, preparación, entrevistas y posproducción. Nueve horas y cuarenta minutos de proyección, divididas en cuatro partes de casi dos horas y media cada una. Todo en Shoah, el film que Claude Lanzmann presentó por primera vez en 1985, suena a demasiado. A desproporción, a exceso, a monstruosidad casi.

¿Pero podía encararse acaso la aniquilación de seis millones de judíos, gitanos, minusválidos y otras minorías, durante unos pocos años del siglo XX, de otro modo que no fuera así de sistemático, planificado, titánico y excesivo? Uno de los grandes documentales de todos los tiempos, capaz de lograr la enormidad que se propone (que cada uno de sus espectadores sepa finalmente, con el cuerpo y con la mente, en que consistió el horror), Shoah se conoció en Buenos Aires a fines de los ’80, en una serie de proyecciones en la sala SHA, con auspicio de Cinemateca Argentina y presentaciones en vivo del propio Lanzmann, que hasta físicamente parece revelar el peso y la dimensión de sus ambiciones.

Un cuarto de siglo más tarde llega la posibilidad de reverla, en copia digitalizada y remasterizada bajo la supervisión de su muy celoso autor, capaz de perseguir y enjuiciar a quien en cualquier rincón de la tierra la proyecte en condiciones distintas de las previstas. El acontecimiento (toda proyección de Shoah lo es) tendrá lugar en la sede de Fundación Proa, Pedro de Mendoza 1929, todos los sábados de este mes a las 17, a partir de hoy y hasta el 28 de setiembre. Cada día se proyectará cada una de sus partes, por lo cual, hay una única chance de verla completa.